Capítulo 3.3 San Petersburgo

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La manada de Nick estaba ubicada en la región noroeste del país, en una extensión de 1,677,900 km²; era un lugar de grandes riquezas y paisajes hermosos. Como tantas veces me lo había dicho Nick, terminé llegando a San Petersburgo, solo que esta vez lo hice completamente sola, sin su compañía ni protección.

La ciudad era preciosa, con numerosos canales que le daban bien merecido el nombre de la "Venecia del norte". Su organización y belleza te perdían en cada una de sus calles, y cuando comencé a adentrarme en la manada de Nick, me quedé maravillada por el bosque de coníferas.

—¿Te gusta? —preguntó Sam, animada, al verme absorta en la vista del lugar.

Podría sacar muchas fotos únicas de este sitio. Tal vez podría desempolvar mi vieja cámara.

—Es hermoso —le respondí con una sonrisa.

—El centro de la manada es espectacular. Te encantará —me aseguró.

El lugar era impresionante: rodeado de un extenso bosque, pero tan bien organizado que parecía una ciudad completa y funcional. Avanzamos por las calles y luego nos estacionamos frente a una gran mansión.

Cuando bajé, me quedé de pie frente a la imponente construcción. Sabía que Nick disponía de vastos recursos en su manada, pero este sitio rebosaba de grandeza. Descargaron todas mis cosas, y Sam me invitó a entrar.

Si por fuera era impresionante, por dentro era un verdadero palacio. Los espacios eran amplios y modernos, lo cual me hacía sentir acogida. Observé cada rincón, donde la señora Rossan nos esperaba junto a Santiago, quien mantenía un semblante serio.

Busqué el par de ojos azules que siempre despertaban algo en mí, y los encontré en la planta superior, apoyados en la baranda. Si de adolescente Nick ya me parecía fascinante, como adulto era abrumado.

Sus facciones eran varoniles, su cuerpo fuerte y bien marcado. Todo en él resultaba atrayente, hermoso y perfecto. Me quedé absorta contemplándolo, pero cuando mis ojos se cruzaron con los suyos, esos ojos que solían mirarme con amor, ahora solo reflejaban indiferencia y dolor.

Le sonreí, esperando recibir algún gesto a cambio, pero lo único que obtuve fue su fría indiferencia. Ni siquiera correspondió a mi saludo; simplemente me dio la espalda y se fue.

Mi hermano terminó por instalarme en la habitación que me habían asignado, y junto con Sam me ayudaron a acomodar mis cosas.

—Ya terminamos de ordenar todo —me dijo Sam con una sonrisa.

—Sí —respondí, sentándome en la cama.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Nicolás, preocupado.

—No muy bien —admití, recostándome suavemente en la cama.

—El viaje fue largo, pero te sentirás mejor —me dijo mientras empezaba a revisarme.

No había sido el viaje lo que me desestabilizó, sino el encuentro con Nick. Mi hermano me dio mi medicamento y Sam me arropó antes de despedirse.

—No puedo quedarme porque solo autorizaron tu ingreso a la manada, pero realizaremos visitas periódicas —aseguró mi hermano, despidiéndose.

—Está bien —dije, mientras sentía mis ojos cada vez más pesados.

—Adiós —se despidió Nicolás.

—Adiós —le respondí en un susurro mientras mis ojos se cerraban.

Cada vez que tomaba mi medicamento, tenía el mismo efecto: caía profundamente dormida. Cuando desperté, el sol brillaba intensamente, en su punto más alto.

6.El Alfa ImplacableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora