Mi mejor amigo -1-

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Las mujeres siempre nos enamoramos del chico malo, pero no solemos quedarnos con él...

Caminé desnuda, sin importar su presencia, me faltaba aire. Fui hacia la ventana, me recargué con pesadez sobre ella. Bajé la cabeza, comencé a llorar, primero despacio sin movimientos, luego no pude contenerlas. Mis lágrimas bañaron no solo mi rostro, también recorrieron el cuello hasta llegar a mis senos desnudos. Ya no sentía nada por mí. 

Lo había perdido. 

Pero hacerme esto, venir y probar su masculinidad, humillarme de esta manera, diciendo que siempre no le apetecía estar conmigo, como si yo fuera una puta más de esas que se le avientan en el escenario, de aquellas que suelen ponerle fotos semidesnudas y mensajes provocativos en sus redes. 

No, yo no era como ellas. Debía reponerme y sacarlo de mi departamento, de mis pensamientos.

–Vete –levanté la mirada. Lo veía por el reflejo del vidrio, me miraba en silencio, inmóvil– ¡que te vayas! –grité.

Venía hacia mí y giré el cuerpo para verlo de frente. Se detuvo. Me miró de pies a cabeza.

–Hazlo, anda, mírame desnuda. Porque será la última vez que lo hagas.

Código: 1304124936009

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MALOS ENTENDIDOS

Mi mejor amigo –1 –

Una decisión ajena, puede tener el poder de cambiar toda tu vida...

Divorcio de mis padres, ciudad y escuela nueva. Pensar en ser el centro de atención en la secundaria y, aun así, no sentirme extraña. Invadida por una sensación de tranquilidad me senté al lado de él. Piel nívea, cabello oscuro, ojos grandes y rasgados, Ángel.

Nos volvimos amigos, compañeros de laboratorio, tareas, de receso, más nunca sentí que me viera de otra forma. Amistad. Y en eso nos convertimos: en mejores amigos.

Entramos a la preparatoria y quedamos, para mi suerte, en el mismo salón, conociendo ahí a Ernesto, era como hablar con Ángel, pero con otro tipo de piel. Mis compañeros habían sido vecinos y amigos de niños; ahora la amistad había sido retomada. En algunas ocasiones me sentí desplazada, pero en realidad no era así, entre ellos existía un vínculo especial, su forma de expresarse y sonreír, sus miradas, sobre todo sus miradas

Pasado el quinto semestre supe que Ernesto tenía leucemia, por lo que pasó su último año de vida encamado, en su casa, en el hospital o en su inmenso jardín; era nuestro refugio, ahí debajo de ese techo marmoleado y esos sillones cafés tan cómodos, hablábamos hasta entrada la noche, pasábamos tareas, apuntes, veíamos películas en su computadora, de todo. Ángel iba más seguido que yo, pasaba los días enteros a su lado, como si no quisiera perder algún momento, palabra o tiempo. Tiempo que era lo que no tenía.

Murió poco antes de graduarnos de la preparatoria, por lo que Ángel entró en depresión. Necesitó terapia y medicamento para poder entrar y salir de la escuela como si la vida siguiera su curso, que aunque así pasaba él no lo podía ver. Nunca vi a una persona tan triste, estaba totalmente perdida, no sabía qué hacer ni qué decirle, aunque lo intenté muchas veces, él tardó un tiempo más en recuperarse, en poder hablar de Ernesto sin que su mirada se perdiera. Ambos sabíamos, que a ellos dos los unía algo más que la amistad, nunca lo hablamos, es uno de esos detalles de la vida en los que no es necesario preguntar ni contestar porque las respuestas están frente a ti.

Entramos a diferentes universidades, Ángel quería ser abogado así que ingresó a la facultad de derecho y yo soy químico por lo que entré a otra universidad un poco lejos de él. Lo extrañaba y mucho, por lo que las visitas se hicieron frecuentes, tomábamos las clases según nos convenía a nuestros horarios, las ajustábamos para tener horas libres e ir a desayunar, comer o nuestro café que era nuestra más rica rutina.

Las situaciones no cambiaron excepto que, a él, sus papás le regalaron un departamento pequeño y lujoso cerca de su universidad, así que las pijamadas se hicieron muy frecuentes.

Al estar ambos en tercer semestre, un día fui por él a su facultad para ir a desayunar. Ahí sentada en una banca de cemento, cobijada por la sombra de un gran árbol, lo vi. De lejos contra el sol, por lo que parecía que despedía destellos a su alrededor. Mi mente quedó en blanco.

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