Él -2-

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La casualidad nos da casi siempre lo que nunca se nos hubiere ocurrido pedir.

Llegó Ángel y en silencio tocando mi cabello interrumpió mi visión, riéndose un poco de mí.

–¿A quién ves?

–A nadie –me paré rápidamente, me sacudí el pantalón y giré muy sutil.

Toda la noche seguí viendo su imagen; alto, delgado, de muy buen ver, cabello desarreglado, algo así como rubio oscuro, fresa por su forma de vestir y caminar, con esa sonrisa confiada, pero lo que me enamoró de él fue su mirada, como si estuviera enojado, lo hacía verse con el típico chico malo.

Pasaron unos días para confesarle a Ángel quien era esa persona por la que me quedaba pensativa. Un lunes muy temprano lo vimos en la cafetería de la facultad, sentado junto con varios amigos, riendo tan fuerte como si no les importara que hubiera más personas a su alrededor. Ángel me tomó del brazo.

–Chaparra, ¿es él? se llama José y él no ve más allá de su grupo de amigos.

Quizá tenía razón, quizá no, pero ¿a quién hacía yo daño solo con ver? Todas las veces que iba por mi amigo a su facultad, siempre guardaba la esperanza de verlo de lejos, porque de cerca nunca me atreví a estar a menos de algunos metros de distancia.

Era miércoles cuando me dirigía a la misma banca de cemento de la vez pasada, observé que estaba recargado en el árbol, pasé una mirada de reojo, sentí su mirada, sonreí un poco. Me intimidó y no regresé la mirada, por lo que nunca supe si me devolvió la sonrisa. Obviamente no pude siquiera sentarme cerca, así que seguí caminando derecho. Podía jurar que sentía sus ojos en mi espalda.

Llegó el fin de semana. Salimos el sábado a un bar pequeño donde un grupo tocaba música en vivo. Nos sentamos varios amigos alrededor de una mesita redonda, donde no cabían bien las bebidas, pero el ambiente era agradable.

Escuchaba la voz del vocalista cantar, era ronca y gruesa, como si arrastrara con fuerza el aire exhalado de su boca. No pude evitar mover la cabeza hasta lograr verlo entre tanta gente.

Era él, era José y quede boquiabierta, tomé a Ángel de la cara con las dos manos e hice que lo viera, nos quedamos igual de sorprendidos. No podía creerlo, ¡cantaba!, su voz era perfecta, era rock, covers como era de suponerse, pero cambiadas por ellos y cantadas a su estilo, me quedé viéndolo fascinada hasta que nuestras miradas se cruzaron; por lo que desvié la mía hacia abajo y luego hacia otro lado, avergonzada un poco; no podía creerlo, ¿por qué me intimidaba tanto?

Volví a levantar solo la mirada, porque mi cabeza nunca se movió de lugar. Y ahí estaba él viéndome, sentí que me sonrió un poco mientras cantaba. Le devolví la sonrisa y me volteé completamente hacia Ángel.

– ¿Viste?, ¿viste eso? No hagas obvio que te estoy diciendo, simula que estamos platicando algo normal.

Ángel asintió con media sonrisa.

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Malos EntendidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora