Fraude -90-

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Cometiste fraude a mi amor…

 

La mayoría de las personas odia los lunes. Yo los ignoro, así de sencillo. Hoy es diferente, no siento el día, ni su hora. Me levanto en automático, abro la llave de agua caliente, una serie de ligeras punzadas atacan los dedos de pies y manos. Cierro los ojos, no me muevo. No sé si han pasado cinco minutos o una hora. Seco mi cuerpo despacio y sin expresión termino de arreglarme.

            Camino lento en la calle, llego al café que me recibe con ese olor tan familiar. Coloco mi laptop y escribo sin pausas, sin comas, acentos o puntos. Describo el fin de semana y cómo una decisión tuvo el poder de terminar por arruinarme. Si no hubiera ido…, si no hubiéramos cruzado miradas…, si nunca lo hubiera conocido…, si…

            El domingo no tuvo descripción, no valía la pena describir en mi blog que nunca me levanté de la cama, que no comí nada, que el sonido del silencio tranquilizaba mis manos, mi piel que lloraba a gritos, que nunca pude despegar mi cabeza de la almohada, temerosa que su esencia se desvaneciera.

¿Qué podría escribir del domingo? Que el cuerpo me dolía poco menos que mi alma. Que mi piel continuaba hirviendo a pesar de su desnudez. Que mis brazos rodeaban las piernas presionándolas fuerte contra el pecho. Que aunque en los libros se lea “las lágrimas se secan, se terminan”. ¡No es verdad! No es verdad. Éstas nunca ceden. Aun no lo hacen. ¡Mentira! ¿Qué de dolor no se muere? ¡Sí se muere! Sí se muere. ¿Qué el tiempo todo lo sana? ¡No es cierto! ¡Mienten! ¡Son casi dos años y aún arde! Aún quema su recuerdo.

No quiero ir a la universidad, no deseo ver a Alan, él es parte de mi dolor. Si no se hubiera entrometido aquella vez. Hubiera…, de nuevo. Escribo una frase al finalizar la última página del blog: FIN. Cerré mi laptop. Le di un sorbo al café ya frío, lo pago y me marcho a la universidad.

Las clases finalizaron y decido no ir al laboratorio. No puedo lidiar con tanto. No hoy. Me dirijo a casa en silencio, si levanto la mirada me duelen los ojos, están inflamados por lo que prefiero bajar la vista.

Entro al departamento sin prender la luz, me recuesto así vestida, da igual. Tomo mi celular que yace sin vida desde hace días, lo conecto al cargador y lo prendo. Al momento de encontrar la señal de internet suenan mil notificaciones, mensajes por redes sociales acompañados de otras mil llamadas y mensajes de voz. Ignoro el sonido, abrazo mi almohada. Su olor se fue, me abandonó igual que él. Antes de comenzar a llorar de nuevo me levanto por un vaso de agua. Un sorbo y mi celular grita. Continúo distrayéndome para que las lágrimas se esfumen. No funciona. Tomo el celular, respondo:

 –Hola.

 –¡Tania, qué pasa contigo! ¡No puedes incomunicarte así!

 –Ángel, basta…, hoy no.

 –Voy llegando, en un minuto estoy contigo.

 –¡Qué!

Suelto el celular y corro a la puerta. La abro, me mira con ternura desde el primer escalón. Sube sin dejar de verme, deja su maleta en el suelo y me abraza tan fuerte que mis lágrimas aprovecharon el descuido para salir de su aprisionamiento. Me toma del rostro y llora conmigo. Entramos, nos acostamos en la cama, me deja entre sus brazos.

 –Chaparra, por qué tengo que enterarme de lo que te pasa por medio del blog. Dime.

No respondí. Sequé mis lágrimas, cerré los ojos.

 –Siento tanto lo que te sucede, no sé cómo ayudarte, duele sentirte así, me siento tan impotente. Y luego me apagas el celular, no puedo comunicarme si no es con él Tania.

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⏰ Última actualización: Jan 17, 2015 ⏰

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