Sound of happiness

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Ya hacia una semana desde la muerte de Daniel.
Anabeth estaba con otros niños huérfanos en la casa de unas mujeres del pueblo, el enlace de Regina con el rey Leopoldo se acercaba inminentemente y mintieron a Blancanieves sobre el por qué de la boda.

Blancanieves y Regina se dirigían en un carruaje al castillo de su padre.

-Serás una novia preciosa.- Aseguró Blanca.

Regina se mostraba distraída de cualquier comentario.

-Siempre quise tener a alguien como tu que se quede en el palacio y cuide de mi cuando mí padre esté de viaje.-

La mujer continuó con la mirada perdida.

-Serás mí segunda madre. Confío en que seremos grandes amigas.-

Regina miró por la ventana en un intento de que la niña dejase de hablar.

-Me sorprendió mucho que decidieras no casarte con Daniel, dijiste que era tu amor verdadero...-

-Pues me equivocaba.-

-Cuando tu madre me contó que solo quería que fueras feliz, la convencí de que solo lo serías con Daniel.-

-¿Qué?-

-Tu madre, tenía miedo de perderte, eres su hija. Dijo que solo quería verte feliz, así que le conté que no amabas a mí padre y que con él no serías feliz. Dijo que iría a ayudarte.-

-¿Que tu, qué?-

-...-

-Prometiste que guardarías mí secreto, que bajo ningún concepto se lo contrarias a mí madre.-

-No quería que perdieras a tu madre como yo perdí a la mía.-

Regina bajó del carruaje e hizo subir a Blancanieves en el que viajaba Cora.

-Nos veremos mañana.- Dijo.

-¿A dónde vas?- Preguntó Blancanieves.

-No puedes irte, querida.- Informó Cora.

-Hay algo que tengo que hacer.-

La mujer volvió a su carruaje.

-¡Volvemos al pueblo!- Ordenó.

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Anabeth estaba junto a otras niñas en aquella vieja casa.
Todas eran más mayores que ella.

Su cara estaba manchada por las cenizas de la chimenea que le obligaban a limpiar por ser la más pequeña y la única que cabía dentro.

Lucía dos trenzas que le llegaban a la altura del pecho, un poco despeinadas y secas. Sus ojos se habían perdido en la incertidumbre.

Estaba sentada en una pequeña cama, con una manta rasposa y sucia, que compartía con otra niña de su misma edad.

Escuchó una discusión que venía del piso de abajo y bajó las escaleras.

-¡No puede venir aquí y llevarse a una niña así como así!- Decía una de las ancianas.

-Hay protocolos.- Dijo otra. -No podemos darle una niña a cada persona que viene aquí buscando a una.-

-Me da igual lo que digan los protocolos o lo que busquen otras personas, yo he venido aquí a recuperar a una niña a la que nunca debí dejar marchar. Pronto seré reina y todo cambiará, así que pueden ayudarme o quitarse de enmedio, porqué no les estoy pidiendo permiso, les estoy avisando de que voy a llevarla conmigo.-

Esa voz le resultaba familiar.

Las tres ancianas se apartaron y la mujer se dirigió a las escaleras.

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