💉 sesenta y dos💉

2K 118 49
                                    

Al abrirse el ascensor, Mario se topa con otro guardia al cual soborna rápidamente, pero a éste solo tuvo que darle 200 dólares. Fue mas flexible que el primero.

--A mí no me ha visto, ok. -le aclara el guardia- mire, siga por esa puerta... Ahí están las enfermeras pero ellas ya corren por su cuenta. Si no lo dejan ver a su familiar, ya no es mi problema.

--No se preocupe, las enfermeras son mi fuerte -contesta Mario sonriente.

Camina hasta la puerta que el guardia le indicó pero no abre. Se asoma por una rendija y puede ver un gran escritorio color café. En él había 5 enfermeras y 2 enfermeros.  Se mueve hasta el otro extremo de la puerta para mirar desde otro ángulo donde logra ver a tres doctores leyendo lo que parecía un expediente. Entre ellos estaba Mckenzie.

Maldita sea, si las enfermeras estuvieran solas sería más fácil convencerlas. -pensaba.

No podía entrar por ahí, no podía exponerse a que el doctor lo viera.

Regresó al ascensor y buscó al guardia.

--Hay otra manera de entrar ahí? -le pregunta.

--Es la única entrada, que yo sepa -le contesta.

--¿Usted entra ahí alguna vez?

--Sí, debo hacerlo diez veces en mi turno. Vigilo que las enfermeras no estén de romance con los enfermeros o los médicos ¿usted entiende verdad?

--Sí, sí, lo entiendo.

Mario se veía a sí mismo vestido de guardia entrando a vigilar, pero no sería buena idea ya que Mckenzie lo reconocería de inmediato.

--Oiga, ¿trae más billetes como los que me dio? -le pregunta el empleado con ojos brillantes.

--Sí, mire -Mario saca todo lo que traia en efectivo en su pantalón y se lo muestra.

--Ay noooo....pues con todo eso yo me arriesgo... Si usted me da todo ese dinero -eran al rededor de cinco mil dólares- yo lo llevo hasta donde me diga dentro de este hospital.

Mario acepta, pero le dice

--La mitad ahora y la otra mitad cuando haya visto a mi esposa.

--Trato hecho -contesta el otro- sígame.

Bajan por las escaleras y luego caminan por un pasillo donde había otros guardias de seguridad que se le quedaron mirando a Mario, extrañados, pues éste no debía estar en ese lugar. Pero no dijeron nada.

Mario y su acompañante siguieron caminando hasta llegar al área de limpieza.

--Póngase esa ropa -le ordena el hombre.

Mario obedeció sin preguntar. Debía ponerse uniforme del personal de limpieza.

Cuando estuvo listo, el guardia le dijo

--Pongase también este cubre boca y esta boina desechable.  Así no llamará la atención.

--Correcto. Ahora qué más tengo qué hacer.

El hombre miró su reloj.

--En 10 minutos tiene que entrar ahí con este carrito de ropa. Es ropa limpia.  A un lado de cada camilla hay un bote con ropa sucia... Debe tomarla y echarla en esta bolsa grande. Después ponga un juego de ropa limpia en el cajón del buró que está a un lado de la cabecera de cada paciente.

--Ok, ok...entiendo -Mario analizaba cada indicación del guardia, no quería cometer ningún error.

--No puede estar ahí mas de 30 minutos. ¿Entiende?

--Sí... Entiendo -contesta Mario pensando que 30 minutos era más de lo que él esperaba.

--Casi no tendrá tiempo de ver a su esposa, tiene que hacer el trabajo que le acabo de decir, así podrá entrar 3 veces en cada turno.

--No importa si la veo solo un segundo, con eso me basta, vamos ya, por favor -le pide exhaltado Mario.

Suben al ascensor y en unos segundos estaban de nuevo en el piso 6.

--Ahora, vaya.... Salude al personal al entrar y al salir.

Mario va empujando el carrito de limpieza. Iba vestido con uniforme color azul, iba muy nervioso pero seguro y firme en lo que iba a hacer...vería a valentina y solo eso le importaba. Deseaba tomarla de la mano y decirle cuánto la amaba.

Entró de espaldas empujando las puerta, luego se dio la vuelta.

--Buenas tardes, compermiso -saludó a las enfermeras que le contestaron el saludo sin notar nada extraño.

Él siguió caminando, el doctor Mckenzie seguía en el mismo lugar que antes pero ahora estaba solo. Miraba unas radiografías contra una luz.

Mario procura no llamar mucho la atención, sigue andando por donde el guardia le indicó que estaba la puerta para entrar a terapia intensiva.
Estaba a punto de cruzar la puerta cuando una enfermera le habló.

--Oye...tú... El de limpieza...a donde crees que vas...-le grita.

Mario se sintió descubierto y se quitó el cubre boca. Volteó hacia donde estaban las enfermeras y las miró decepcionado.

--Ayyyyy!!!!! Pero qué personal tan guapo nos están enviando!!! -dijo una de ellas al verlo.

Mario dibuja una media sonrisa en la boca pero no dice nada. Esperaba que lo echaran de ahí, pero...

--No puedes entrar sin cubrezapatos, toma estos -le dice la enfermera que lo detuvo.

Murillo voltea a ver al doctor y vio que éste no se percató de lo sucedido, entonces se colocó el cubre boca y se acercó con la enfermera por los desechables que le ofrecía ella para los zapatos.

--¿A qué hora sales por el pan, cariño? -le sonríe otra de ellas.

--Soy casado -le responde éste mientras se pone los desechables.

--¡Qué pena! Tú eres justo lo que me recetó el doctor- le dice ella dándole una nalgada a Mario.

En eso el Dr Mckenzie se acerca al escritorio de las enfermeras, momento que Mario aprovecha para entrar rápido a terapia intensiva.

****
****

Solo al cruzar la puerta notó que no había nadie del personal en ese lugar. Dejó el carrito de la ropa limpia de lado y se puso a buscar a Valentina de cama en cama.
Había muchas camas, más de las que él pensó.  No veía a Valentina en ninguna cama.  Se empezaba a desesperar.
Veía a las pacientes con tubos entrando por la boca conectadas a aparatos que emitían sonidos pausados, pero ninguna de ellas era su esposa.

Pasaban los minutos y se acordó de la ropa.
Tomó el carrito y comenzó a hacer el trabajo rápidamente pero a la vez con cuidado para no derrumbar alguna cosa.
Y así fue como llegó hasta Valentina... Donde menos lo esperaba... Vio su nombre escrito en un papel pegado en una especie de cápsula gigante.

Se impresionó al ver aquel aparato que se asemejaba a una incubadora enorme, se acercó respirando con dificultad hasta que pudo distinguir un cuerpo cubierto con una sábana blanca. Ahi estaba...era ella...Valentina, su esposa.
También tenía tubos que entraban por su boca y otros por su nariz. En una de sus manos tenía una jeringa pegada con cinta, por donde le aplicaban suero y seguramente medicamentos. La mejilla izquierda la tenía cubierta con gasas pero si la miraba del otro lado ahí estaba ella, su pequeña Valentina, hermosa e inconfundible.

--Valentina, mi amor -le hablaba Mario, pero ella no lo escuchaba, no movía.

Mario le siguió hablando cariñosamente, luego quiso ver su cabello pero no estaba;  rodeó la enorme cápsula colocándose en la parte de la cabecera y lo que vio lo dejó sin habla, sin respiración, sin nada.

Valentina tenía una parte del cráneo desprendido. Mario alcanzó a ver el interior de la cabeza, pedazos de algo viscoso blanquecino y rojizo.....luego no supo más...



Mario y... ValentinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora