Feliz Navidad.

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Dylan está enfadado, como si volviera a tener cinco años, maldiciendo a todo ser viviente sobre la faz de la tierra. Sabe que está siendo inmaduro e injusto, pero es incapaz de perdonar a Thomas por la decisión que ha tomado. Es una tontería y muy grande, pero supone que le fastidia más de lo que debería porque es Navidad y su amigo le acaba de confesar que irá a una universidad donde tendrá que coger un avión para poder verlo.

Da una vuelta en la cama mordiendo la almohada con rabia, mientras las lágrimas corren sin control por sus  mejillas, inundando cada lunar que encuentra a su paso. ¿Por qué? ¿Por qué? Dylan O'Brien sin Thomas Brodie-Sangster es, prácticamente, inconcebible. 

Se muerde el labio. Odia la universidad, odia el fin del instituto y odia haber crecido.

En la puerta de su habitación vuelven a sonar unos insistentes golpes que lo enfadan aún más, ¿es que no puede dejarlo tranquilo? ¡Tiene derecho a cogerse una perreta una vez al año!

- Dyl...

Aquel susurro roto le parte en más pedazos el corazón.

Thomas se va, y está seguro que no puede hacer nada para evitarlo porque, a fin de cuentas, hablamos del futuro, de lo que el rubio quiere hacer con su vida. Suspira. Si amarlo viviendo juntos para Dylan es insuficiente... no puede ni quiere imaginar amarlo cuando esté lejos, ¿durante cuántos años tendrá que soportar no verlo hasta fechas como navidad o verano? ¿Conocerá el rubio a alguien? ¿Se enamorará? Va a ser tan difícil.

- Abre la puerta por favor, Dylan O'Brien – una sonrisa tierna asoma en sus labios al oírse llamado de aquella forma, Thomas siempre usa su nombre completo cuando quiere regañarlo.

Dylan se levanta resignado de la cama y se acerca a abrir la puerta. Sin embargo, cuando le observa bien se le va el aliento del cuerpo. Thomas solo tiene los ceñidos pantalones vaqueros puestos y el pecho descubierto. Las gotas de agua caen de su alborotado pelo rubio y recorren los músculos que... ¡Por Dios! ¡Basta, Dylan! ¡Hasta un ciego se daría cuenta!

Traga saliva a la vez que moja sus secos labios y mira a su mejor amigo a los ojos, pero aquello tampoco es buena idea porque puede sentir cómo penetra en su alma con aquella intensa.

Maldice mentalmente.

- ¿Me vas a decir qué te pasa? – se apoya en el umbral de la puerta, examinándolo de arriba abajo.

Es increíble que, con el pelo completamente alborotado y los ojos rojos de llorar, Dylan le siga pareciendo el chico más guapo del mundo. Baja la mirada por el apetecible y pálido cuello, si se lo permitiera él se encargaría de darle color con algunas marcas que tardarían días en irse. Su pecho... bueno, teniendo en cuenta que Dylan no lleva nada y que hace un frío de mil demonios Thomas no debería extrañarse por los duros pezones, pero... siente la excitación en su bajo vientre, ¡acaba de bañarse! Cuando sus ojos chocolate llegan hasta la V de la cintura solo puede pensar que, de no ser los mejores amigos, quizás habría tenido alguna oportunidad con Dylan.

Y encima comienza la universidad y Dylan se queda solo a vista de medio sector masculino y femenino de toda Inglaterra.

Cierra un puño.

- ¿Tommy? – el llamado de Dylan, que se ha acercado hasta él, le saca de sus cavilaciones de futuras muertes.

- Estoy preocupado por ti – termina de decir, concentrándose en los labios del moreno.

¿Es que no hay una sola parte de su cuerpo que no lo incite a tocarle?

- Es tu culpa – le espeta, molesto.- ¿Por qué tienes que irte lejos, Tommy? ¿Es que no te importa dejarme solo? ¿Qué se supone que tengo que hacer yo sin ti? – no debería haberlo dicho, ¡está siendo tan egoísta! – Yo...  olvídalo – está a punto de volver a cerrar la puerta y tirarse en la cama a llorar sus impulsos cuando un pie mantiene la puerta abierta y una pálida mano se aferra a su muñeca.- ¿Estás enfadado?

Ve como Thomas simplemente niega con la cabeza y lo saca de la habitación. Sin mediar una palabra, Dylan se ve arrastrado hasta el salón en penumbras.

- ¿Thomas? – lo llama, cuando lo deja solo.

Entonces, siente algo que se mueve entre sus piernas y pega un grito, despertando a cada bicho existente en el piso.

Thomas enciende la luz para encontrarse con una escena graciosa: Dylan tiene los ojos cerrados con fuerza y de un salto se ha subido al sillón, una bola de pelo blanca y gris se mueve de un lado a otro alegremente, intentando alcanzarlo.

- Va a pensar que no le quieres – dice, sentándose a los pies del sillón, la mata de pelo se acerca a él reclamando atención.

Dylan se atreve a abrir los ojos y cuando sus pupilas se acostumbran a la repentina luz, ubica debajo suya y a los pies del sillón a un Thomas muy sexy que juega con una cría de husky siberiano. Por un instante, no sabe cómo reaccionar hasta que se inclina lentamente hacia abajo y el perrito se acerca a él, curioso, lamiéndole la nariz.

3, 2, 1... cuenta Thomas.

- ¡ME ENCANTAS! – tal grito de júbilo solo hace que Thomas sonría viendo a Dylan alzar al cachorro entre sus brazos, recibiendo cariñosos lametones.

- Te hará compañía cuando yo no esté.

El silencio se hace entre los dos y solo se oyen los pequeños ladridos.

- Tommy...

Sus ojos dejan caer lágrimas sin control.

- Dyl, te lo regalé para que dejaras de llorar no para que lloraras más – le dice con cariño, secando cada una de las lágrimas de sus mejillas con un beso.

Dylan siente cosquillas en las mejillas.

- Thom, promételo - ruega, en un susurro.

- ¿El qué? – acaricia un mechón del moreno cabello, capturándolo entre sus dedos.

- No te olvides de mí.

- Imposible, Dylan, eres demasiado importante para mí – ve el brillo de alegría en los apagados ojos pardos.- Son solo cuatro años y te visitaré cada dos semanas. Además, también existe la posibilidad de que vengas conmigo - se rasca la mejilla, nervioso.- Ya lo iremos viendo.

- Te voy a echar de menos - se muerde el labio, temiendo decir demasiado.

- Yo a ti también, aunque puede que no de la misma manera - dice el rubio con un hilo de voz, Dylan, sin embargo, lo escucha perfectamente.

- ¿Por qué? – pregunta, sentimientos de esperanza y dolor mezclados en su pecho.

Thomas no responde, tan solo desliza la mano por la nuca de Dylan y lo obliga a inclinarse hacia delante hasta que sus labios tienen un encontronazo que consigue desorientar al moreno. 

- Tal vez algún día pueda decirlo con palabras – coge en brazos al husky y se levanta, rumbo a la cocina para empezar a preparar el almuerzo de Navidad.

Thomas se toca los labios.

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Momentos [Dylmas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora