Sobre una supernova.

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Había una vez, hace mucho, mucho tiempo en un tétrico instituto de una ciudad cuyo nombre poco importa... un estuche. Un estuche muy feliz al que le encantaba la vida que llevaba, pues era tranquila y monótona. Sin perturbaciones, sencillamente fantástica. Hasta que llegó aquel día, aquel fatídico día. Su amo había decidido atribuirle un don que no calzaba con su fisonomía. Así que, de manera totalmente imprevista para él, un día, de buenas a primeras, voló y voló y siguió volando en un trayecto terrorífico hasta que chocó con algo, algo que emitió un sonido lastimero.

Oh, sorpresa. Era la nariz del mejor amigo que su amo tenía en aquel lugar.

Le gustaba aquel pequeño y tímido Husky. Cuando el estuche llegó a manos de su amo él era un pequeño Zorrito Rojo de orejas caídas. No importaba qué hiciera, él casi siempre estaba triste en aquel tétrico lugar, sobre todo cuando su amiga Labradora no lo acompañaba. Pero todo cambió a medida que conoció al Husky. El estuche sabía que casi siempre estaban persiguiéndose mutuamente, gritándose o metiéndose el uno con el otro, pero también podía presentir en qué terminaría convirtiéndose aquella amistad casi infantil. Lástima que no pudiera decírselo al Zorrito Rojo que en aquellos momentos estaba al borde del llanto por la herida en la nariz del Husky que se convertiría en una cicatriz que duraría... y duraría...

Así que, cuando el estuche se rompió y fue reemplazado, la cicatriz vio cómo poco a poco se producía el cambio en el Husky y el Zorrito Rojo, pues por mucho tiempo que pasara, hiciera frío o calor, la cicatriz nunca se rindió y trató de aguantar todo lo que posible.

Los años pasaron, y el Husky y el Zorrito Rojo se enfrentaron a múltiples aventuras con diversos malvados y grandes compañeros que fueron conociendo por el camino. Aun así, y a pesar de todo, aquel tétrico lugar los unía casi todos los días de la semana y en él nació, creció y maduró lentamente una amistad sin precedentes, una supernova.

Cada vez que el Zorrito Rojo tenía problemas, fueran del tipo o índole que fueran, un cálido abrazo del Husky hacía que todo doliera un poco menos, que aquel tétrico lugar fuera realmente un buen sitio para escapar. Incluso cuando no quería hablar, cuando no quería contar, el Husky siempre preguntaba, siempre lo notaba y, aunque dejara de insistir, no dejaba de preocuparse y lo visitaba en los descansos y trataba de distraerlo con cualquier tontería que pudiera. Y, como buen amigo que era, también estaba allí para celebrar sus logros, para compartir su felicidad y ampliar aún más su sonrisa. Porque ellos eran de esa clase de amigos que se entendían más con acciones que con palabras, porque eran más sencillas, porque ambos seguían siendo reservados a su manera porque no lo compartían todo, pero sí todo aquello que los hacía ser quienes eran, y sabían que estaban allí el uno para el otro y eso les daba fuerza.

En aquel entonces, notó la cicatriz, los ojos de ambos animalitos estaban madurando a fuerza de pequeñas caídas y logros. En aquel entonces, notó la cicatriz, cuando ya le quedaba relativamente poco para desaparecer, se alzó un muro.

Un muro que el Zorrito Rojo no pudo derrumbar, ni tuvo fuerzas para saltar. Un muro que los fue separando discretamente, poco a poco, en silencio, sin conflicto. Y se abrió una herida en el corazón del Zorrito Rojo, una herida por su propia debilidad, por no haber sido capaz de luchar. Una herida que vio el momento en el que el muro desapareció, pero ya era demasiado tarde, los dos amigos se habían alejado demasiado, aquellos que una vez fueron como hermanos, confidentes, de distinta sangre... ya no estaban unidos.

Tomaron caminos diferentes, cada uno consciente del que el otro seguía, pero sin ser capaz de volver a hacer que se cruzaran salvo pequeños encuentros fugaces, pequeñas excepciones.

La herida pensó que el  Zorrito Rojo nunca podría sanar esa parte de su alma que lo acompañaba allá donde fuera, que en todas sus acciones siempre resonaba, que siempre gritaba en todos sus problemas, en todas sus caídas "¡SIGO AQUÍ! ¡ESTOY AQUÍ!", pero él era incapaz de escuchar esa vocecilla desesperada y simplemente inflaba el pecho y seguía adelante. Excepto en aquellas ocasiones que los recuerdos volvían, que lo perdido parecía reclamar su lugar. El Zorrito Rojo a veces escuchaba cosas, a veces le decían cosas... y se reconfortaba pensando que al Husky le iba bien, que estaba bien, que tenía quien le apoyara ya que él le había fallado. Así que cogía de nuevos sus sentimientos y los metía en la herida, bien profundo, para que tardaran lo más posible en aflorar. No podía permitir que llegara el caos, estaba en una situación complicada, debía luchar por quien era... debía luchar para que las cosas volvieran a estar bien.

Y, cuando las cosas por fin empezaron a colocarse en la vida del Zorrito Rojo, cuando empezó a juntar los pedazos rotos de sí misma gracias al Pastor Alemán... volvió a ella cierta Gatita que había estado a lo largo de toda su madurez, en instantes efímeros y muy distantes los unos de los otros, pero siempre claves. El Zorrito Rojo entendería más tarde que las casualidades no existen, que el tiempo del universo es demasiado vago para dejar las cosas al azar, que el destino, de alguna manera u otra, realmente tenía que existir.

Así que, el día menos esperado, la hermosa Gatita cogió su camino y el del Husky y los unió de nuevo, con sutileza, con dulzura, siempre con aquella cabezonería que la caracterizaba, consiguió lo que ninguno de los dos pudo por sí solo, volver a juntarlos en el mismo tiempo, en el mismo espacio.

El Zorrito Rojo estaba realmente nervioso y ansioso, la noche previa al reencuentro apenas pegó ojo. La herida de su corazón estaba refulgente de alegría, ¡por fin podría cerrarse y dejar de doler! Estaba segura que eso haría que su amo fuera mucho más feliz.

Y el momento llegó.

Y el  Zorrito Rojo no se había dado cuenta en realidad de cuánto lo había echado de menos hasta que, por primera vez en más tiempo del que le gustaría recordar, sus ojos volvieron a encontrarse con esperanza.

No existen palabras que puedan explicar qué sintió el Zorrito Rojo cuando se dio cuenta de que, a pesar de todo el tiempo que había pasado, su amistad seguía allí.

Imaginen una estrella. Sí, ese pedrusco enorme que ronda por el espacio. Imaginen su explosión, su muerte, cómo se divide en miles y miles y miles de pedazos. Y, después, miren al cielo, y verán esos miles y miles y miles de pedazos brillando porque están, en realidad, mucho más vivos que antes. Porque siguen en movimiento y no se detienen. Si el Zorrito Rojo tuviera que explicar su relación con el Husky, sería con algo así.

Y esos pedruscos seguirán brillando y brillando por muchos años, porque la herida sabe que ya está cerrada y que quizás solo escocerá un poco cuando su amo rebusque en el pasado, pero entonces aparecerá la pequeña Gatita para pellizcarle con fuerza "atrás ni para coger impulso" y el Pastor Alemán para acariciarle suavemente el hocico mientras el Zorrito Rojo comprende que puede cerrar sus ojos y caer hacia atrás porque Husky vuelve a estar allí.

No hay lugar para un "fin" en esta historia, solo un constante "continuará".
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Bueno, a ver cómo explico esto... hmmm, básicamente esto es una historia real sobre mi amistad con mi mejor amigo así que la he adaptado como dios me ha encaminado así que si se encuentran algún femenino que no corresponde es porque en fin probablemente fuera sobre mí. Puede ser un poco lioso así que explico: zorro rojo (Thomas), Husky (Dylan), Gatita (Teresa) y Pastor Alemán (Ki Hong Lee). Más o menos creo que sería así.

Es un poco diferente a los otros, pero igual espero que les haya gustado 💖

Los capítulos basados en vivencias personales se titulan así "Sobre..." que no es algo importante, pero sí curioso. Algún día los pondré todos juntos porque están desperdigados a lo largo de todo el libro.

Esto derrocha ternura porque se vienen muchos dramas. Bueno, "muchos" creo que son tres.

Momentos [Dylmas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora