81. El sol y la luna.

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—¡¿qué le hiciste a mi hijo?!— me recibió la madre de Adrián en la sala de espera.

—yo no hice nada, lo juro. Yo estaba hablando con él cuando...—

—¡si él se muere será por tu culpa! ¡Tu maldita culpa!— sus palabras resonaron en mi cabeza.

Ella comenzó a llorar de la angustia.

—déjala Alison, no tienes por qué cobrártela con ella— intervino de nuevo el padre de Adrián.

Ella señaló al rey y dijo —también es tu culpa por ayudarla a entrar—

El rostro de la reina estaba cubierto de rojo y no sabía si era porque estaba llorando o por ira.

—tu hijo ama a esta chica, ¡claro que iba a ayudarla!— me señaló y la situación se tornó aún más incómoda.

—basta— llamé la atención de ambos —esto no se trata de mí, se trata de su hijo, y está allá dentro luchando por su vida, creo que es el momento menos indicado para comenzar una discusión—

Él asintió y ella se fue de la escena sentándose en el sofá más lejano de mí.

Un par de horas después llegó mi papá con los demás, y cuando digo los demás me refiero a mis hermanos, Alexa y Carter.

—hola hija, lentamentamos el retraso pero el tráfico es terrible a esta hora— se excusó mi madre.

Les expliqué a los que recién habían llegado lo que sabía sobre la situación de Adrián, después se sentaron a esperar por noticias. Yo no podía dejar de dar vueltas por el lugar, no entendía qué había sucedido, no hice nada que pudiera afectarle; tomé su mano, hablé un poco con él y le di un beso, era todo. No había tocado la zona afectada por la bala, no había pisado algún cable importante, no toqué los aparatos que estaban cerca de su cama, ¡nada! Según yo, no había hecho nada mal para que Adrián se hubiera puesto mal.

—¿quieres hablar?— tocó mi hombro.

—no, estoy bien— le dije a Alexa quién solo trataba de ayudarme.

—pues... no te ves muy bien— negó.

—¿de qué hablas?— fruncí el ceño.

—Sky, estás temblando y ni siquiera te das cuenta— apretó mi hombro y me miró con preocupación —¿cuándo fue la última vez que comiste? Estás demasiado pálida y pareciera que en cualquier momento te desmayarás— ya viene el sermón —pareces una niña pequeña que necesita que estén detrás de ti para que comas, ¡Dios! Necesitas comer algo y relajarte un poco...— y así se fue regañandome entre dientes hasta que ya no la escuché.

Se fue en dirección a la cafetería, regresó en menos de cinco minutos con un emparedado y un jugo de naranja. Arrugué la nariz —no tengo hambre— dije.

Mi mejor amiga me atravesó con una mirada más que molesta y no tuve de otra más que tomar la comida. El emparedado no estaba tan mal y la verdad es que el jugo me cayó bien en el estómago; no me había dado cuenta de mis necesidades por estar poniendo en primer lugar las suya y es que, ¿cómo no hacerlo? Es él el que está en la cama de un hospital, estoy segura de que Adrián estaría igual que yo si los papeles fuera al revés.

El tiempo pasaba lento, bueno, por lo menos así lo sentí yo. Después de un largo rato alguien apareció en la sala.

—Adrián, ¿cómo está él?— saltó en su lugar la reina Alison.

Hacia nosotros venía una enfermera con su uniforme blanco y un pisapapeles en la mano.

Me levanté de mi asiento y fui a ella, al igual que los demás.

Una princesa imperfecta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora