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Me despierto, ansioso e incluso eufórico. Busco en la ropa limpia que me dejó mi madre preparada. Encuentro una remera blanca. Tiene manchas y parece sucia pero es la única que se ve mas o menos decente. Un pantalón y mi campera de hilo. Creo que así estoy bien. Intento buscar una bandita elástica para el pelo, cuando la encuentro desearía no haberlo echo.

Me miro al espejo con furia. No encuentro una manera decente de atarlo y verme bien. Mis mejillas estan rojas de tanto esfuerzo, sacando la parte que me pongo rojo de nada por la maldita palidez que me cargo. Mis ojos azules se entornan y parezco un loco de mierda.

— ¡A la mierda!

Me lo suelto de golpe y me cae naturalmente por la cara. Me veo como siempre. Como un vagabundo enfermo. Ignoro mi desprolijo reflejo y salgo del baño. Por lo menos estoy un poco mejor que el resto de los días.

Cuando llego a la escuela intento actuar normal pero me es imposible. Gastón y Martín hablan entre ellos mientras me observan de reojo. Yo pongo los ojos en blanco, ignorandolos. Miro para otro lado mientras espero la campana de entrada, es entonces cuando la veo.

Una pequeña puntada de euforia me ataca el pecho cuando la veo. Se ríe animadamente. Julieta, su amiga, la abraza por detrás entre risas y ella se queja porque le tironea el cabello larguísimo. Se corre y queda de espaldas a mi, mientras se acomoda el cabello. Su cabello es lacio, negro y le llega hasta casi la cintura. Quisiera peinarlo alguna vez, con un cepillo o con mis dedos. Alex le dice algo al oído mientras sonríe y en respuesta ella se pone de perfil. Tiene la piel pálida y limpia. La nariz pequeña y redonda, los labios gruesos, rosados. Me acerco unos pasos para verla mejor. Todos hablan, gritan y nadie se da cuenta de lo que estoy haciendo. Las pestañas onduladas y revueltas, arriba de unos ojos negros. Tan oscuros que no puedo dejar de mirarlos en un torpe intento por decifrar lo que ocultan.

El timbre de entrada suena y me hace volver a la realidad. Paso por el lado de Martín que me agarra del brazo. Intento zafarme pero me agarra con mas fuerza.

— ¿Qué? —  Le espeto.

— ¿Qué mierda te pasa? Actúas como un puto lunático. — Me dice.

Lo pienso un segundo y puede que tenga razón pero no pienso dársela.

— No sé de que estas hablando. — Le contesto zafandome el brazo.

Me voy caminando y él me sigue por detrás hasta ponerse a mi lado.

— Esa chica te está volviendo loco.

Sonrió sin ganas.

— Lo sé.

— ¿Vas a pedirle disculpas? — Me pregunta.

Asiento con ganas.

— Estoy nervioso. — Confieso.

Él se ríe.

— Lo normal sería que te deseara suerte pero en vista de la situación y al ver el estado de tu salud psicológica creo que debo desearle suerte a ella. 

Lanzo una carcajada y él también ríe con ganas mientras entramos al aula.

                                 ~•~

Luego de dos horas de clases sigo sin poder acercarme a Ivanna. Me estoy poniendo impaciente. Se acerca la mitad de la jornada y aún no se me ocurre como acercarme a hablar sin que nadie nos mire extraño.

La directora nos anuncia que la profesora de Literatura hoy no vendrá, dejándonos dos horas libres. ¡Es mi oportunidad! ¿Pero cómo? Me rasco la cabeza. Miro a Ivanna y luego me miro las manos. Vuelvo a mirarla, teclea algo en su celular. Cierro los ojos con fuerza. ¿Cómo voy a hacer? ¡Mierda! Me agarra un tic nervioso en la pierna de los nervios. Mientras más pasa el tiempo, peor estoy.

— Cálmate o te va a salir humo de los oídos. — Me dice Martín mientras mira su celular.

— Cállate. — Le espeto.

Cuando estoy a punto de levantarme e ir a hablarle, ella se levanta de la silla. La sigo con la mirada. Le dice algo al cuidador y sale por la puerta con unas carpetas entre sus brazos. Ni siquiera lo pienso, 5 segundos después de que ella se va, salto de la silla. Martín me agarra del brazo y vuelve a sentarme.

— Te estoy observando. — Me dice.

— ¿Y? — Me zafo de su agarre y vuelvo a mirar a la puerta.

— Lo que estas haciendo no es disculparte. Es acoso. — Espeta en un tono que ya no suena divertido.

Lo miro y parpadeo antes de levantarme a pedirle permiso al cuidador para ir al baño. Salgo hacia el pasillo vacío y pienso a donde podría ir Ivanna con sus útiles... La biblioteca.

Camino a paso acelerado. Cuando estoy en frente de la puerta de biblioteca, que seguramente está vacía, a excepción de ella, me quedo pasmado un momento. Respiro hondo y entro. Esta en silencio y no hay nadie. Seguro está escabullída en algún estante. Trabo la puerta con seguro para que nadie nos moleste. Necesitamos privacidad.

Me acerco lentamente, llego al primer y segundo estante. Nadie. Miro por el tercero y el cuarto. Vacío. Estoy a punto de dar un paso para ir a fijarme entre el quinto y sexto estante, cuando escucho el sonido de páginas moviéndose. Sin pensarlo me acerco y ahí la veo. Esta de espaldas, con un libro en la mano. No tengo que estudiarla para reconocerla. Todo mi ser tiembla por su presencia. Hojea el libro pero es obvio que no lo está leyendo ¿Estará esperando a alguien? La sola idea me pone nervioso y un poco enojado.

Me acerco un paso y ella sigue mirando el libro. Respiro más fuerte y no es a propósito. No puedo decir nada, me trague todas las palabras. Me acerco otro paso. Trago saliva pensando en que estamos solos, sin que nadie nos moleste, nos vea y podría hacer lo que quisiera con ella... se me tensa la mandíbula y sacudo esa idea de mi cabeza. Lo último que quisiera es hacerle daño. Vine aquí a pedirle perdon.

Ella se voltea de golpe. Me tiembla el labio cuando ahoga un grito al verme, haciendo que el libro entre sus manos termine en el piso. Me devuelve la mirada pero mira al piso, nerviosa, repetidas veces. Su expresión corporal no me gusta porque todo en ella me dice que me quiere lejos.

— ¿Perdiste algo? — Me pregunta intentando recobrar la compostura cruzándose de brazos.

Tengo paralizada la lengua.

No sin ella. [1] (BILOGIA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora