#31

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La oscuridad lo cubre todo a tu alrededor.

¿Estás viva? ¿Estás muerta? Eso no puedes saberlo con precisión.

Los sentidos no te responden. Es como si tu subconsciente flotase sin rumbo en medio del vacío.

Finalmente, luego de un lapso que bien podría haber sido una eternidad, eres de capaz de percibir algo en medio de las tinieblas: Se trata de una débil y pálida luz, tan pequeña que bien podría tratarse de una abertura hecha por la punta de aguja.

Conforme tú te acercas a esta luz, esta va aumentando considerablemente de tamaño, hasta finalmente envolverte por completo.

Divisas entonces a tres figuras borrosas en la distancia, las cuales murmuran entre sí una serie de vocablos ininteligibles. Haciendo un poco más de esfuerzos, alcanzas a distinguirlas más claramente: Se tratan de tus dos padres, los cuales ahora mismo discuten airadamente con una mujer baja y rolliza vestida con un uniforme blanco.

— ¿Qué...Qué pasa...?— alcanzas a preguntar tú, hablando apenas con un hilo de voz a causa de lo exhausta que te encuentras en estos momentos.

Los tres dejan de discutir repentinamente, clavando una mirada sorprendida sobre ti. Tú te esfuerzas por sonreír, más son tan escasas tus energías que apenas si consigues hacer una mueca extraña. Y sin embargo, tus padres no tardan en verse sobrecogidos por la emoción, corriendo a abrazarte.

— ¡Oh, Dios mío! ¡Te has despertado al fin! —exclama tu madre, con lágrimas de júbilo en el rostro, al tiempo que te besa la frente, intentando estrechar tu frente contra su pecho. Es necesario que la enfermera presente en el lugar intervenga para que tanto ella como tu padre se calmen un poco.

— ¡Esto ha sido un milagro! —Dice tu padre, dirigiendo un gesto reverente hacia el crucifijo que cuelga sobre tu cama—. ¡Un milagro! ¡Bendito sea el Señor...!

Lee la parte #32.

Sola con el AsesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora