#56

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Has decidido que los crímenes de este hombre son merecedores de un castigo ejemplar y no un simple balazo, razón por la cual decides buscar el panel escondido en las paredes, descubriéndolo casi en un santiamén.

El miserable violador encadenado sigue musitándote por ayuda, pero te haces oídos sordos a sus súplicas, dedicándote a examinar el tablero con botones que acabas de encontrar: Movida por la curiosidad, presionas uno de los botones, el mismo que le transmite una intensa descarga eléctrica a Rodolfo Villa, haciéndolo aullar de dolor, como si fuese un animal salvaje.

No te gusta admitirlo, pero experimentas una perversa satisfacción de verlo sufrir de esa manera.

Vuelves a presionar el botón, y es entonces cuando Villa empieza a echar espuma por la boca: Su mirada se vuelve hacia tu dirección, pareciendo él haberse dado cuenta que eres tú quien le está ocasionando ese intensísimo dolor. En cuanto la segunda descarga termina, aquel hombre despreciable empieza a vociferar toda clase de insultos y maldiciones contra ti. Como respuesta, tú presionas el botón por tercera vez.

Villa empieza a convulsionarse de forma espeluznante, orinándose en los pantalones al tiempo que un hilillo de sangre le empieza a salir de las orejas y de la nariz. Las luces de la habitación empiezan a tintinear, y un olor a cables quemados emerge del panel con botones.

De forma patética y suplicante, Rodolfo Villa te dirige una mirada suplicante, completamente derrotada, al tiempo que formula sus últimas palabras:

—Por favor...Piedad...

—Usted no tuvo ninguna piedad con su propia hija—sentencias, antes de presionar el botón por cuarta vez—. Así que tampoco yo tendré ninguna piedad con usted.

La cuarta descarga eléctrica es también la más potente, dejando la habitación a oscuras por unos segundos.

Rodolfo Pastor Villa pega entonces el más desgarrador y desesperado grito que alguna vez hayas escuchado en tu vida, y por un segundo tienes la impresión que es tal su angustia en estos momentos que bien podría romper sus cadenas. Pero en vez de eso, su cuerpo queda calcinado, quedando él convertido en una masa inmunda, totalmente irreconocible, de la cual brota un hedor nauseabundo.

El olor de la habitación es tan insoportable que tienes que salir de la habitación, huyendo hasta una cámara contigua. Sin embargo, el olor del cadáver sigue estando presente en tu memoria de tal forma, que no puedes evitar vomitar, sintiendo que estás a punto de desvanecerte.

En cuanto por fin tomas conciencia de lo que acabas de hacer, apenas si logras comprender qué clase de odio inhumano se apoderó de ti, motivándote a actuar de forma tan sádica. Es como si te hubieras convertido en una persona completamente distinta. Y ese odio te ha hecho volverte una homicida inmisericorde.

Lee la parte #57.

Sola con el AsesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora