Capítulo 1 - El descubrimiento

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 Capítulo 1 - El descubrimiento

    El viejo vigilante del turno nocturno, liberaba su gastado bolso dentro del casillero. Sacó su cena y la metió en la pequeña nevera de la oficina. No era común comenzar su ronda sin recibir el informe de su compañero, anunciando las novedades del día. Y entonces se relajó unos minutos dando tiempo a que apareciera, cosa que no sucedió.

Se acomodó el uniforme, veinte minutos después, con el rolo en la mano y un revólver en su funda, encastrado en el cinturón de su traje. Fue cuando procedió a prender las luces del pasillo principal de la galería y descubrió que no servía. Esa era la primera señal sospechosa de que algo no estaba bien. Se regresó en medio de la oscuridad y llamó a la central:

-Solicito refuerzos. No recibí informe de relevo, y el guardia del primer turno no está por ningún lado...Los sistemas de iluminación no funcionan...Perfecto...Aguardo a que llegue el apoyo.

Quince minutos más tarde el mismo hombre transitaba el pasillo con dos policías que atendieron al llamado por estar cerca de la zona, con las pistolas listas y los brazos extendidos, atentos a cualquier movimiento. Accedieron a la entrada de las gradas y con sus linternas iluminaron el campo de juegos. Entre las tinieblas de la noche una débil forma oscura se dibujaba, lejana en el centro del diamante, como un saco abandonado a su suerte. Se miraron cautelosos y bajaron con cuidado, no fuera a ser una trampa, orquestada a modo casual.

Conforme se acercaron la silueta se hizo comprensible, adquiriendo un tono más frágil.

Allí yacía boca abajo el cuerpo ensangrentado de una mujer.

....

Don José estaba cansado de responder llamadas telefónicas, inventando excusas poco convincentes para justificar asuntos que nadie le había explicado.

Su paciencia había caducado desde la mañana que encendió su teléfono móvil, y como cualquier extraño curioso, leía la misiva dirigida a los cien invitados de la fastuosa boda.

Estaba molesto. La noche anterior a la noticia había bebido hasta tarde, y esa mañana Vicente se fue temprano, para no volver. Para empeorar su humor el hermetismo de su hija, no ayudaba. Era drama, suspenso, secretos. Demasiado que aguantar, sin las herramientas para hacerlo.

Y así transcurrieron los días, cinco para ser exactos, plagados de tristeza, minados de silencio, comprobando que su hija no era tan fuerte como había hecho creer a la sociedad.

A veces era necesario bajar la cabeza y poner la rodilla en el piso, y buscar ayuda en Dios, implorando la iluminación. Y José se colocó su chaqueta, recordando los buenos consejos del Padre Aurelio, el consejero de la familia que estaba al servicio del altísimo, y salió esa tarde con fe, ignorante del futuro, ajeno al odio.

-Lo que me dices es preocupante, José, estamos hablando de una profunda depresión. La gente en ese estado no piensa bien lo que hace, inventa locuras, atenta contra su vida...- El Padre Aurelio le sirvió una taza de café a su repentina visita y se sentó frente a él, en la humilde mesa de madera de la casa parroquial.

-Padre Aurelio, mi hija no es loca. Se está guardando las causas, pero loca no es- Le dio un sorba a su bebida y atendió a las palabras de su confesor habitual.

-Bueno, hijo mío, eso es cuestionable. Esa hija tuya es caprichosa, es decir que no sabe cómo afrontar una derrota. Yo me preguntaba en silencio si la verdadera causa de conquistar a Vicente no tenía algo que ver con recuperar su parte de la herencia.- Se refugió en su café hirviente, esperando no haber sido demasiado atrevido.

-Yo también me hice la misma pregunta. Y ahora que la he visto tan afligida me reprochó el haber dudado de ella... ¿Eso me hace un mal padre?

-No, hijo mío, simplemente te hace más humano.

Conservaron dignos minutos de meditación, interrumpidos por el timbre del móvil de Don José.

-Discúlpeme, Padre, voy a contestar... Si, dígame.... ¡¿Qué?! ¡¿Dónde?!...¡Voy saliendo para allá!...-Fin de la llamada.

El color de la piel de Don José, se volvió transparente

-¿Qué sucedió, porque tienes esa cara?- Preguntó angustiado. Mientras observaba como el gigante hombre se enfundaba nuevamente su chaqueta, levantándose en seco.

-¡Padre, acompáñeme al hospital!...Le han disparado a mi hija...

Le han disparado a mi hija

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ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE (TERCERA PARTE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora