Capítulo 100-La liberación

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Capítulo 100

"LA LIBERACIÓN"

Carlos Ignacio, el muchacho del barrio, el que estaba destinado a salir de la miseria, el que fue contratado cuando otro se negó, recibió la orden de un extraño personaje.

-Esta es tu oportunidad. Sí haces bien el trabajo ascenderás, ya no serás un simple sicario- El robusto hombre le palmeó la espalda con total confianza -¿Qué dices? ¿Te animas?

El joven Carlos no contestó de una vez, tenía varios problemas en la cabeza como para acceder sin meditarlo concienzudamente.

-Me dice que debo salir de viaje, pero no me aclara la razón- Apoyado en su modesta moto, miró calle abajó, la empinada pendiente del cerro donde vivía, y que tanto camino debía recorrer para llegar a su casa – Mi novia está esperando un hijo. No quiero dejar huérfano a mi heredero.

-No tienes herencia que dejarle, ni siquiera la moto es tuya- El sujeto sonrió – En cambio, si haces el encargo, ganaras mucha plata, entre otros beneficios adicionales.

Los rezos se mezclaban con el subconsciente, arrastrando a aguas turbulentas los trazos de la memoria antigua que nuevamente manaba como un fresco manantial.

La mano del sacerdote estaba cargada de energía – Carlos Ignacio Restrepo, yo te invoco para que luches por reclamar tú cuerpo, es hora de extraer el mal que te domina...

Carlos Ignacio, el joven con el dedo en el gatillo que disparó a quemarropa al inocente en el jardín- No es nada personal...lo siento – Dijo, cuando vio como caía boca abajo el muchacho de barba espesa.

No había prisa. No había lucha. Una vez en frente volvió a dispararle directo en la cabeza.

Eso fue realmente fácil. Al voltear la vio...

Los ojos de ella estaban anegados de lágrimas. En su hermoso rostro asiático estaba enmarcada la estupefacción del hecho reciente.

-¡QUE HICISTE!- Gritó asustada.

Con ella sería un poco más difícil, pensó.

La joven salió corriendo en dirección al interior de la casa. Carlos la siguió. En el área de la cocina la arrinconó – No hagas resistencia, el resultado será el mismo – Apuntó directo al corazón.

Se veía tan frágil cayendo, apoyada contra la pared, dejando una mancha de sangre a medida que se cuerpo descendía restregando el vital líquido por la superficie lustrosa.

-No es nada personal...lo siento – Pronunció en un susurro, cerrando sus ojos achinados, que habían quedado abiertos a pesar de haber fallecido.

Sus guantes negros no le permitieron sentir la temperatura de sus víctimas, el calor que sus cuerpos emitían a segundos de haber luchado por sus vidas.

Ahora venía la segunda parte del encargo, buscar cualquier material que relatara historias indebidas, como diarios, fotos o cualquier prueba incriminatoria.

Había un álbum de fotos, de ella y el, de ella sola, de un vientre pronunciado y voluminoso. Carlos arrugó la sien- ¿Qué significa esto?- Dijo en voz alta.

Fue a las habitaciones. En la matrimonial halló el diario de la muchacha, con las páginas abiertas, demostrando que recientemente había escrito en el.

No era de su incumbencia quienes eran, ni que hacían para vivir, así que guardó lo conseguido en su morral, tanto fotos como el diario. Entonces vino la tercera parte, dejar un regalito...

Unas cuantas pacas bastarían, adentro del closet, debajo de la cama, en la cocina también. Su trabajo inmaculado estaba a punto de estropearse. Carlos vio las fotos, ella estaba embarazada. Nadie le dijo que habría un bebe, no obstante era hora de comprobar la hipótesis.

Con paso firme se dirigió a la habitación del fondo, la que estaba cerrada. Giró el pomo de la puerta y lo halló dormido, de costado, en un pequeño moisés, con los ojos achinados de su madre, un varón recién nacido...

-¡Arrepiéntete! – Dijo el padre Mauricio, reconociendo al hombre que le miraba con el alma al desnudo- Carlos Ignacio Restrepo, renuncia a la maldad para que recuperes el albergue de tu espíritu en la tierra.

Vicente estaba hipnótico, observando el ritual, presenciando telepáticamente la muerte de su madre, el momento de la separación del grupo familiar, en el instante justo donde su historia cambió.

-¡Perdón! – Una palabra corta y al mismo tiempo monumental-¡Perdón, fue un encargo, no era nada personal!- Ese era Carlos.

Vicente y Braulio sabían lo que tenían que hacer.

¿Serían capaces de perdonar?


ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE (TERCERA PARTE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora