Capítulo 122 - La resolucion

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Capítulo 122

LA RESOLUCION

La muerte física era el respaldo consciente del deseo inconsciente. No era preciso perder los latidos del corazón para deambular como un ser inanimado en este mundo imperfecto. No había necesidad de ser servido en bandeja de plata cuando la culpa te iba comiendo por dentro, de la misma forma que los gusanos devoraban la carne putrefacta de un cadáver en descomposición. El Mazo lo había entendido cuando su Némesis sucumbió a su oscuro destino sin hacer resistencia. Y en un nivel sublime le agredía tal entrega, porque sin la preciada guerra de ambos bandos se estaba convirtiendo en un tirano solitario.

La hoja afilada se deslizaba sin escollos por la piel expuesta y definida de Carlos, lacerando su torso en abundante sangre.

Ni una vez gritó. Apretó la victima los labios y cerró los ojos a modo de prueba superada, en estoica altivez.

-¡Quiero que sufras, malnacido!- Le susurró el Mazo al oído –Dame el placer de tus gritos o cortare más profundo...

En respuesta, Carlos, rio.

-¡Ya veo que eres masoquista!- Entonces hundió, con ahínco, la hoja metálica.

El gesto de Carlos, se comprimió, liberando los labios, mientras sus dientes se fusionaban de la rabia. Debió tocar algo superior a la simple carne.

-Eres un desastre en producción. Voy a separar tus extremidades ¿Te gusta el plan?- En lo que el mejicano se acomodó para iniciar su maquiavélico plan, uno de sus hombres llegó corriendo, tan agitado que todos se voltearon hacia él.

-¡Vienen por todos lados!- Se detuvo a recuperar el aire - ¡Todos están armados y saben que estamos aquí! ¿Qué hacemos, jefe?

-¡Mierda! – Se levantó iracundo. El Mazo miró el escenario y sus diversas posibilidades - ¡Nos tendieron una trampa! – Luego le escupió su ira al cuerpo herido de Carlos - ¡Y de seguro tú sabias que venían por nosotros! – Desenfundó su pistola y la preparó – Los recibiremos como se merecen. Ellos querían la guerra, y hoy se las daremos.

-¿Qué haremos con El Patrón? – Inquirió otro mejicano, viendo con pena al moribundo.

-Dejare que se desangre. Meterle un balazo en la cabeza es terminar con su agonía, y nunca le aplacaría el dolor a mi enemigo – El jefe había dado las instrucciones. Carlos, vio cómo se alejaban sin tener otra alternativa que aguantar inmóvil en el piso.

Desde su atropellada posición escuchó las balas y los gritos de quienes minutos antes le administraban su dosis personal de sufrimiento. Todo a un ritmo lento, contrario a la realidad de su entorno. Era inversamente proporcional a sus deseos. Las imágenes se tornaron borrosas y las voces inentendibles, ratificando que el exceso de sangre derramada le estaba provocando un shock.

En una última mirada furtiva vio una imagen familiar, pero estaba tan inmensamente adolorido que simplemente se desvaneció...

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Era la peor noche de su vida. El Potrillo, siempre consideró a Carlos Ignacio Restrepo su amigo, y saber que afrontaba el riesgo sin su desinteresada protección le dolía en el alma. Así que se situó frente al aparato telefónico y esperó la llamada, una que tenía dos vertientes, un final acorde al plan o un trágico fracaso.

Su nuevo jefe estaba intoxicado en su despacho, y comprendió que la pena de Marco Benedetti era a causa de ser como cualquier narcotraficante acorralado. Su condena era estar atado eternamente a sus funciones, y por ende, defenderse a todo riesgo de sus enemigos usando las mismas artimañas. Ser del clan le carcomía la dignidad.

El viejo indio también tenía sus recuerdos apresados, y sonreía al tiempo que esas imágenes gastadas volvían a su mente. El Potrillo, había desechado los escrúpulos mucho antes de haber siquiera conocido a Carlos Ignacio. Consideraba a sus muertos como problemas que fueron quitados del camino, y que no representaban mayor pesó que un dolor de muelas menos. Esta actitud le reconfortaba en sumo grado, sin embargo en su familia los dones eran de índole sobrenatural, proveyéndole de un sexto sentido que le confería la noción del bien y el mal a otro nivel.

Supo que Gerson seria la perdición de Carlos Ignacio, así como vio con desconfianza a sus mujeres, todas traidoras a su manera. La menos vil fue la que despreció por siempre. Nicole, se mostraba superficial, dando a entender que su único interés real era el poder, no obstante el tiempo le demostró que era una mujer enamorada no correspondida, y que en pago obtuvo vejación por su fidelidad a toda prueba.

En cambio el manto blanco de Celeste, la prostituta, le confundía. Su pureza radicaba en su fiero instinto de protección, la chica que aguantaba en silencio la prisión de un amor a la fuerza, con tal de mantener a salvo a sus dos grandes amores.

A la pobre Constanza no le quedó sino el remanente de lo que un día fue el gran Patrón, y terminó durmiendo con el enemigo oculto que se liberó en su presencia, por obra y gracia de una simple frase.

El repique eliminó los rastros de abstracción. El Potrillo atendió al segundo timbrazo, encaminándose precipitado por los pasillos de la enorme casa en dirección al despacho donde su jefe debía estar alcoholizado, bajo los efectos de una botella entera de Whisky.

No tocó. El Potrillo, simplemente abrió la puerta y encaró al italiano. Las palabras se desbocaron de sus labios.

-¡Todo salió de acuerdo al plan! – Un destello siniestro en los ojos le delató la alegría.

Marco, irreconocible, desprolijo, despeinado y con el rostro enrojecido, sonrió.


ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE (TERCERA PARTE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora