Capítulo 11- Conversación de medianoche

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Cuando Vicente estaba tenso, preocupado o nervioso, fumaba. Eso siempre había sido así. Esa era su naturaleza.

Recordaba los buenos tiempos en los que devoraba un cigarrillo a su antojo en el Mirador de Caracas, ubicado en la Cota Mil. Allí disfrutaba de un paisaje sin igual. Sentado sobre la grama contemplaba la capital en todo su esplendor, y recostado veía el infinito cielo diurno o nocturno que se mostraba para el. Pero, en su condición de refugiado las reglas cambiaron. Se les instaló en un pequeño departamento tipo estudio con dos habitaciones y un baño, advirtiéndoles que no podían salir, ni dejarse ver.

Braulio Corona, le había entrevistado a solas dándole la peor de las noticias,..."a Gulliana, Le han disparado"... no solo eso, atentaron contra ella en represalia por su osadía. La culpa volvió como un fantasma recurrente, aumentando su, ya abultada, carga emocional. "Debo regresar"... anunció Vicente de inmediato, luego el Jefe de Operaciones Especiales destruyó sus planes,..."Su regreso a Venezuela no es conveniente", y de pronto otra persona tomaba el mando de su vida nuevamente, decidiendo por el.

En ese pequeño sillón de dos puestos, diminuto, estaba Vicente vislumbrando las posibilidades truncadas con un cigarrillo en la mano, sin paisajes, sin aire libre, a medianoche, en soledad.

No era el único que no podía dormir.

El pequeño Diego, se posó a su lado en silencio, carente de su habitual seguridad. De haber tenido más edad, le hubiese pedido un cigarrillo para juntos relajarse. Si quitaba los nervios, bien valía probar.

-¿Qué haces, pequeñín? Es muy tarde – Le reprochó Vicente, al verlo sentado a su lado.

-Lo mismo digo ¿No puedes dormir? –reiteró con otra pregunta, sin siquiera inmutarse, cruzando las piernas sobre el sofá.

-Han sido demasiadas emociones para un solo día. Creí que seria más fácil.- Le dio una larga calada antes de aplastar el diminuto cigarrillo contra el cenicero. No se sentía cómodo fumando frente al niño.

-La trabajadora social me trató de confundir. Dijo que hay un sitio con otros niños, bajo protección, que me encantara ¿A que se refirió? ¿Qué quiso decir?

Vicente meditó unos segundos. Separar a Diego de su madre era un mal presagio – No lo se, Diego, pero voy a averiguarlo.

-Tú debes saber, Vicente. El tipo que me mandó con la Trabajadora Social tenía una propuesta ¿Cuál fue?- Los pequeños ojos azules de Diego se clavaron en Vicente. De el no esperaba mentiras. Era su amigo, un título serio.

-No te mentiré...- Vicente suspiró. Ya el niño había dado muestras de madurez ¿Qué más daba ponerlo al tanto? – Quieren que cooperemos con la DEA, para atrapar al Narcotraficante. Saben que nos persigue, seria cuestión de organizar una emboscada.

-Lo sabia, no puedes confiar en las personas- Diego, tenia razón, eran las piezas de un juego macabro.

Esa frase regresó a Vicente a sus años mozos, cuando se alejaba de sus compañeros en el Orfelinato, previendo siempre lo peor. Su misión era alejarlo de esas ideas negativas, no alentarlo –La vida es movimiento, Diego. Hay que arriesgarse. No te culpes por el resultado de lo que has hecho.

-Estábamos a salvo, Vicente. Yo estudiaba en un Colegio prestigioso, vivía en una casa de cuentos de hadas, y aun así no era feliz...

-...Y te arriesgaste.- Vicente revolvió la melena rubia del niño con su mano, cariñosamente, y continuó – Yo estaba a punto de casarme con una hermosa chica, tenia dinero, comencé a ejercer mi profesión con óptimos resultados y buenos ingresos... y ya ves, un simple correo electrónico lo cambió todo. Yo también me arriesgué, y no me arrepiento.

-Tu cara dice otra cosa...

-Estoy preocupado ¿No lo estas tu?

-¡Bastante! Si mi mama coopera con la DEA sera el fin.

-O quizas no...

Los temores de Diego eran similares a los de Vicente. Una nueva separación, colocarse en el frente de batalla como bala de cañón, perder la vida, o a un ser amado. Quedar solo...

-¿Qué será de mi sin ustedes?- Esta pregunta reforzó la funesta sensación de Vicente.

-Nunca estarás solo, Diego. Eres un pequeño genio. –Una respuesta simple, como las que el recibía cuando no lo solicitaban los aspirantes a padres. Vicente se descompuso emocionalmente. Se enmascaró en una fingida sonrisa.

-¿Cómo es crecer sin padres? – Y así de fácil, un simple niño se adentraba en las sensibles fibras de Vicente.

-Normal. No conocí otra manera...a ratos dibujaba sus retratos en mi mente y los acoplaba a mis gustos. Por lo general, en mis sueños, cuando el subconsciente me traicionaba. Después despertaba y regresaba a mi realidad.- La tristeza se instaló en su rostro.

-¿No has investigado que fue de ellos? – esa era la típica actitud de Diego, escarbar, descubrir, ver mas allá.

-No me interesa. Fui arrojado a las puertas de un convento, hacia lo desconocido ¿Qué clase de padres permiten que sus hijos sean separados de ellos? No unos buenos, supongo.

Diego escuchó la pesimista explicación de su amigo...y la debatió -¿Y si no fueron ellos?

-Estas leyendo demasiadas novelas de ficción – pero, a Diego le dio igual que Vicente desestimara sus brillantes deducciones.

-Me gusta manejar varias teorías. Ese fue el secreto para reencontrarnos. Nunca me conformé con lo que me decían. – La sagacidad del pequeño era inigualable.

-Eres especial...- esbozó con alegría, Vicente.

-Lo se- respondió con arrogancia, Diego.

Por primera vez Vicente cuestionó su parco proceder en relación a su origen. ¿Y si no fueron ellos? Vino a su mente la extraña asociación de su cumpleaños con una tragedia. ¿Qué era la tragedia de Ureña? Quizás había llegado la hora de abrir ese cofre y enfrentarse a sus demonios.


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ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE (TERCERA PARTE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora