Capítulo 87- Unidos

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Capítulo 87

UNIDOS

Sigilosos fueron los pasos de Carlito y Chino al rodear la antigua iglesia, entre las montañas.

Por diferentes latitudes acordonaron el área depositando pequeños dispositivos, que se activaban a control remoto, con un mando que solo Chino tenía en su poder. Las armas estaban cargadas y la adrenalina en su punto máximo.

"La familia no se abandona", se repetía mentalmente Carlito, una y otra vez.

Desde adentro, el sonido de una sierra atemorizaba a los integrantes del Escuadrón Diabólico que habían sido atrapados y sometidos a voluntad de Marco Benedetti. El filoso objeto rodante se acercaba peligrosamente a las piernas de Elías.

-¡No vas a poder huir sin tus piernas, malandro, así que empieza a cantar! – La amenaza del Potrillo no era un simple alarde con la máquina. Él realmente lo disfrutaba.

-¡Ya estamos muertos, imbécil! ¡Haz lo que te dé la gana!- Retó con altivez, Elías.

-En un minuto estarás clamando que pare- El Potrillo aumentó la velocidad de la hojilla, dispuesto a iniciar su faena sangrienta, pero el estruendo de una explosión contuvo el avance- ¡¿Qué carajos fue eso?! ¡No me digas que hay más de ustedes por allí!- Apagó la sierra y con cuidado abrió la puerta para ver que estaba sucediendo.

Mocho vio cómo se alejaba el verdugo con el arma en alto, dejándolos solos.

-¡Mierda, eso estuvo cerca!-Exclamó con la voz quebrada del susto. Manuel no podía ver a su compañero, ambos se daban la espalda a pesar de estar amarrados por la misma soga – ¡Dime que aun tienes las dos piernas!

-¡Carajos, sigo enterito! – Sin Potrillo en la habitación podían mostrarse débiles. Elías ya no era un arrogante inmune al dolor.

-¡Hubo una explosión, hermano! ... ¿Sera que vienen por nosotros? – Mocho estaba al límite de su resistencia. El no sería tan fuerte como Elías, así lo mataran luego.

-¡Que así sea, Mocho! ¡Creo que mojé los pantalones!- Dijo entre risas nerviosas el otrora líder del escuadrón.

-¡¿Tú mojaste los pantalones?!... ¡¡¡yo estoy cagado!!!- Y en la jocosa confesión de Mocho, comprendieron que solo juntos podrían resistir la embestida del enemigo.

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Esa explosión fue planeada. La bomba no se colocó en los cimientos, de haberlo hecho, el derrumbe hubiese sepultado a buenos y malos por igual. Chino preparó una distracción, con la finalidad de dar tiempo. Carlito le dijo que era ahora o nunca.

Una bomba en un árbol era un incendio forestal en progreso y para mala suerte de algunos, el llamado a gritos del servicio de Bomberos de la zona.

Dos explosiones consecutivas a franca distancia abrirían la brecha tan necesaria.

Varias motos se retiraron en busca del origen del peligro. Marco Benedetti salió del templo e ingresó en el vehículo blindado con rumbo desconocido. Dos moles cargaban a un sujeto desmayado y amarrado, los mismos entraron en otro vehículo, que siguió de forma rezagada al auto donde iba el italiano.

Chino lo vio todo. Y también lo grabó.

-¡Es todo muy interesante, pero, por ahora, solo quiero rescatar a mis amigos!- Salió del follaje que lo mimetizaba y, sin miramientos, procedió a dispararle a cualquiera que se le cruzara.

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-¡Si el incendio nos alcanza moriremos achicharrados!- Mocho vio como el humo empezaba e colarse por las rendijas de la puerta.

-El humo hará la tarea. Primero nos asfixiamos – Corrigió Elías, entre pasos cortos, efectuados en sincronía de su siamés, a juro.

-¿Por qué no lo pensé? Gracias por la explicación- Respondió Mocho, bastante fatigado.

-¡Mocho, ya nada puede ser peor! ¡Así que deja de quejarte y mueve tú culo hacia la sierra! Aunque suene horrible, necesitamos desatarnos, y rápido...

-¿Por qué no huimos amarrados?

-¡Mocho, estoy empezando a creer que el humo te está matando las neuronas!- Elías forzó el movimiento de su compañero en una misma dirección. Entonces le explicó – Porque pegados, como estamos, no llegaremos lejos.

-De acuerdo pero desenchúfalo primero- Solicitó Mocho, con el cuerpo tembloroso.

No habían llegado a la herramienta, se detuvieron al ver la perilla de la puerta girando de un lado a otro, en un intento por abrirla.

-¡Por favor, Dios, que no sea el enano asesino!- Imploró Mocho.

La puerta se abrió violentamente de par en par...

No era el Potrillo.

Era Carlito...

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Los alumnos del Infierno habían aprendido que pocas cosas sobrevivían a un buen incendio. El fuego que ardía tenía varias funciones positivas. Primero, acabar con las pruebas, y segundo, acabar con el problema. Pero era necesario manejar con pulso metódico arma tan poderosa, y, sobre todo, no ser su víctima.

Era un genuino líder, el encantador Simón Cazalis, alias el Infierno, que en ningún momento se alteró, ni dio muestras tangibles de miedo. Como si ya lo presintiera, estaba preparado para todo, en todo momento.

Celeste iba asustada por la violenta sacudida del Santo, al arrojarla contra el colchón. No debió retarlo de esa manera. Podía costarle la vida de su hijo, incluso la propia. El Grillo había desaparecido dejando una estela de muerte a su paso. En dos minutos había demostrado con orgullo porque pertenecía al escuadrón diabólico. Cuando regresó sus palabras fueron atemorizantes, sin ser violentas.

-El camino ya está libre – Eso significaba, "Ya los maté a todos".

-Perfecto, pero no nos confiemos, que las mujeres vallan detrás nuestro- Y sin perder la compostura, Simón armó a la que faltaba- Grillo dale una pistola a Celeste, todos jugamos para el mismo equipo en este partido.

No había metáforas, todo era explícito. O estamos juntos, o estamos muertos...

-Tenemos dieciocho minutos para llegar al auto – Y las palabras de Simón fueron la orden para atravesar la adversidad como un equipo. Juntos. 

ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE (TERCERA PARTE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora