Capítulo 56 - Como caído del cielo

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Capítulo 56

COMO CAIDO DEL CIELO

¿Cómo había aceptado participar en una travesía que lo llevaría al encuentro de un despiadado narcotraficante prófugo? Ni el mismo Andres tenía una contestación coherente a esa interrogante. Lo evidente era que estaba sobre un helicóptero en camino a la mansión de Marco Benedetti, portando la biblia y su preciado crucifijo, aun escéptico a la extraordinaria historia que le había contado el italiano en secreto de confesión.

Su negación se derrumbó cuando escuchó el nombre de Gerson Camacho, el delincuente que casi acabó con la vida de Vicente Angarita, su preciado muchacho de Caracas, el más querido del rebaño que guio en Venezuela. Toda duda se disipó en ese instante... "Iré contigo, hijo."... fue lo único que dijo. Ahora no podía retractarse y salir corriendo como una oveja asustada.

El destino de Vicente estaba íntimamente ligado a sus acciones, a su sacrificio mudo, que comenzó una noche de agosto, posterior al descubrimiento de su identidad. Fue allí que Andres se involucró en la historia, trasladando al niño a la ciudad de Caracas, evitando que sintiera curiosidad por un pasado que estaba lejos de ser promisorio. En cada paso que dio había una intención bien definida, alejarlo del peligro, sin saber que la vida iba en esa dirección, quisiera o no aceptarlo.

siamo arrivati! – Exclamó el piloto, proyectando su voz a través del sonido intenso de las aspas en movimiento. No era la mansión, era un hangar entre la oscuridad de las montañas. No haría preguntas, el italiano le advirtió que no llegarían juntos "por cuestión de seguridad". Se conformó con seguir las instrucciones al pie de la letra, realizar el trabajo y regresar con sus niños a la brevedad de la contingencia. Ha corta distancia un vehículo de vidrios polarizados aguardaba por él. Otro individuo de gesto duro le abrió la puerta sin mediar palabras. Entró en el acto. Estaba asustado como cualquier mortal que desconocía el final del viaje. Superó su miedo rezando en silencio... No había que temer, simplemente era el destino... --- -¿Seguro que viene en camino? – Volvió a preguntar el Potrillo, fumando su quinto cigarrillo seguido. -Está muy cerca, aunque no lo sabe. Esta pesadillo pronto llegara a su fin – Dijo confiado Marco, con una taza de té turco entre sus manos. Se alejó a paso lento y se detuvo en la habitación con puerta de hierro, que ostentaba una pequeña ventanilla enrejada, cual instalación de hospital psiquiátrico.- Luce tranquilo. No me gusta mantenerlo sedado, pero que se le va hacer... - La escena era atípica en exceso. -Al Patrón no le sienta la calma. Es un guerrero, va a la acción siempre. Este parasito lo está destruyendo, tal como dijo.- Tiró el cigarrillo al suelo y lo pisó. – ¿De dónde conoce al curita? - ¡Si supiera! Marco retuvo una risa irónica y retomó su papel de mediador neutral. -Soy un buen samaritano – sorbió un poco del líquido color miel transparente,- Hago muchas obras benéficas a la comunidad católica de mi país. No fue difícil hallar un servidor de Dios dispuesto a colaborarme desinteresadamente. – Era una mentira a medias. El indio le escuchó con oído fino. No creía ni una palabra de la última frase, pero su benefactor tenía derecho a cuidar su fuente. Un hombre que sabía el secreto de todos los que le rodeaban era de temer. ¿Qué ocultaba Marco Benedetti que lo obligaba a proteger por sobre todas las cosas a Carlos Ignacio Restrepo? El diminuto indio pestañeó un par de veces antes de interactuar nuevamente. -No dudo que tenga buenos contactos... - dejó la oración en el aire, divagando como su confianza en el intachable italiano. Quizás si lo animaba a soltarse el ambiente mejoraba -...Pero de seguro que no ha conseguido dar con el paradero de la abogada bonita... El rostro de Marco perdió su serenidad. Había dado en el clavo.

-Yo sé dónde se encuentra – Sacó otro cigarrillo, quitando merito a la noticia, sin perder el detalle de la mirada cautiva de su interlocutor – Esta monte adentro, en lo profundo de la sabana venezolana – Podía sentir la respiración agitada de Marco, que luchaba por controlarse.

El silencio de Marco Benedetti fue interpretado por el Potrillo como un colérico grito de emoción. Tragó seco y de regreso a su tecito, aclaró su garganta. – Me estas superando, Potrillo. Mis respetos.

La risa de ambos fue de pura cortesía.

El Potrillo tenía algo que Marco necesitaba, la ubicación de Gulliana Santamaría.

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Andres no tenía conocimiento de donde se encontraba, la venda que le habían colocado en los ojos mantenía en secreto el escondite de Carlos Ignacio Restrepo, así como su íntima relación con el hogar de Marco Benedetti. Por largo rato se mantuvo quieto en la parte trasera de un automóvil, sosteniendo con fuerza su pequeña biblia y un crucifijo que apretaba con la mano hecha un puño. Sus labios emitían un sigiloso ruido, una oración quizás.

De pronto el aire cambió, un silencio sepulcral se abrió paso en la tortura de su ceguera forzada. Alguien le quitó el pañuelo y comprobó con mudo asombro la minimalista decoración del lugar. Una blanca habitación, sin ventanas, sin cuadros, sin adornos en la única mesa de corte industrial, con base cromada y dos sillas del mismo estilo. El profundo vacío de una nada contenida en cuatro paredes sin color.

No era momento de atemorizarse. Había dado un paso en pro de Vicente, tal como siempre lo hizo en el pasado. No accedió por temor o codicia, lo hizo porque era Gerson el ente maldito, porque su existencia traía desgracias a Vicente, porque el circulo jamás se cerraría con ese delincuente libre.

El sonido de unos pasos a través de un pasillo en las afueras de la habitación provocó una ola de calor en el Padre Andres. Se replegó a una esquina, sentado en el cromado asiento, viendo como entraba Marco Benedetti y un pequeño hombrecito de figura regordeta y piel mestiza a su lado. Ambos sonreían, elevando su presencia a la de una Deidad.

-Bienvenido, Padre Andres – El italiano no perdía la gracia, ni en la desgracia.

El otro en contraste cruzó sus brazos sin emitir comentario alguno, con un aspecto severo e intimidante. Su estatura no era un impedimento. Era un ser bastante aterrador.

-¿Cómo lo trataron mis hombres? – Dijo rompiendo la distancia, con paso firme a su encuentro, extendiendo su brazo en señal de saludo.

-Sus gorilas se limitaron a traerme vendado. Noté que no les gusta conversar- El padre Andres se levantó suavemente y recibió el contacto del italiano de buena gana.

-Fueron las órdenes. Nada personal. Espero que lo entienda – El sacerdote asintió a la extraña disculpa de su anfitrión.

El carraspeo del indiecito despertó la atención de ambos. Era una señal.

-Es hora de conocer al Patrón. No se asuste, se encuentra bien sedado y no representa un peligro en ese estado – Marco lo decía como la cosa más normal del mundo. Andres respiró con fuerza, oxigenando sus pensamientos. Debía estar alerta a la imprevisibilidad de la situación.

-¿Y su ayudante? – El Potrillo le dirigió la palabra – No es seguro que entre solo. Al menos lleve un arma, uno nunca sabe cuándo tiene que defenderse con uñas y dientes.- ¿Tan malo era? Andres se frenó a medio camino.

-Nosotros cuidaremos de usted. No lo traje de Nápoles a morir en un cuartico.- Las palabras de aliento de Marco, no eran del todo reconfortantes.

Nadie lo decía, ni el guapo magnate de modales finos, ni el burdo delincuente de rasgos indígenas, ni siquiera el Padre Andres, con su vasta experiencia en la materia. El corazón de todos pulsante, galopando como bestia desbocada, a punto de enfrentar a un enemigo que no era de este mundo....ni del otro.


ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE (TERCERA PARTE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora