Capítulo 66 - Acompañeme

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Capítulo 66

ACOMPAÑEME

La conversación telefónica, en horas de la noche con el millonario italiano, le había trastornado la jornada al Padre Mauricio. Una breve visita al banco le confirmó sus más oscuros temores. Alguien depositó una sustanciosa cifra en su cuenta personal. Era el monto suficiente para saldar los gastos de manutención, el alquiler, los servicios públicos, dejando a su disposición un irrisorio saldo a su favor.

Salió de la entidad contrariado por la eficiencia extrema de un personaje que habitaba en otro continente. Luego le invadió el temor cayendo en cuenta que no le había facilitado datos tan personales. La paranoia comenzó a ser su gran compañera de faena, mostrándose ansioso, mirando hacia los lados, buscando entre las caras de la gente a ese extraño que lo llevaría a quien sabe dónde.

En Miami no tenía familia. Todos quedaron en Venezuela, en la ciudad de San Cristóbal, de donde provenía. Su único amigo, por extraño que parezca, era el cantinero de ese tugurio que frecuentaba cada viernes. A él le contaba las increíbles historias de sus viajes, haciéndolo participe de su incansable lucha con el mal. Desconocía si realmente le creía, o si le escuchaba como a todos, porque esa era su función. Sin embargo tenía un buen presentimiento. Tecleó al moreno con la esperanza de estar haciendo lo correcto.

-Sí, dígame – Fueron las palabras al otro lado de la línea.

-Álvaro, soy yo, el Padre Mauricio ¿Te acuerdas de mí? – Sin el manto de la noche y la barra en medio era confuso abrirse.

-¿Padre Mauricio? ¿Usted llamándome? ¡Claro que me acuerdo! Le oigo preocupado ¿Ocurre algo malo? – Por suerte el moreno seguía siendo respetuoso fuera del horario.

-Necesito verte. No sé en quien confiar... ¿Sera que podemos reunirnos ahorita? –El tiempo era fundamental. El italiano fue claro,..."Uno de mis hombre ira a buscarlo mañana"... La incógnita era la hora.

-...Bueno...-Dudó- Estaba a punto de hacer una diligencia importante...- Si no estaba convencido era mejor buscar otra opción.

-Si estas full, no te quitaré tiempo...- Ya iba a desistir cuando Álvaro le contuvo.

-Puedo cambiar mi agenda. No es problema – Un instante en silencio – Si me llamó es porque me necesita ¿Dónde nos encontramos?

-¿Dónde estás tú? – Era mejor no llevarlo a casa. Quién sabe si ya lo vigilaban.

-Ok. Padrecito, tome nota...

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Álvaro era un buen hombre. Vivía solo, como muchos de los inmigrantes latinos que habitaban en Miami. Su acento cubano era seductor para las clientas del bar. También estaba consciente de sus otros atributos, los que se mezclaban con su piel mulata realzando su belleza tropical. De su país se trajo la fe, además de los recuerdos nostálgicos de su madre y su hermana, que aún estaban presas del régimen. Haber conocido al Padre Mauricio era una señal de buena suerte. La demostración fiel de la existencia divina, encarnada en ese singular ejemplar. Si lo había citado con tanta urgencia era porque realmente requería de sus servicios.

"Las cosas de Dios no se postergan", pensó en medio del centro comercial, sentado en un café pintoresco, con su pantalón blanco y su camisa manga corta de flores. A minutos de haber llegado vio la figura del sacerdote rebelde, portando una camiseta negra manga corta, unos vaqueros y lentes oscuros, caminando con prisa. Se sentó mirando a todos lados, como si buscara a alguien, luego se acomodó en el sillón plástico de la mesita con sombrilla.

-Gracias por venir – dijo iniciando la conversación, al tiempo que liberaba su vista de aquellos lentes de sol.

-De nada, Padre. Supuse que era importante. Lo sentí tenso – Álvaro ya tenía sobre la mesa un vaso grande, por el color era un batido de frutas – ¿Gusta acompañarme con la bebida? – Alzó el brazo para llamar a la camarera, pero Mauricio le detuvo.

-No hace falta. Déjalo así – En otra situación hubiese aceptado – Te cité a esta hora por una razón.

-De acuerdo Padrecito, no lo extienda. Soy todo oídos – El moreno se acomodó en la silla, acercando su cuerpo al centro de la mesa, de tal forma que no hiciera falta alzar la voz para escucharse.

-Me contactó un posible cliente, desde Italia. Quiere que viaje hoy mismo si es preciso – Lo decía de manera casual, pero el lenguaje corporal le traicionaba.

-¿Saldrá del país? – Preguntó el moreno sin perder el enfoque.

-¡mmm...seguramente! – la expresión dubitativa precediendo a la respuesta- Si no me comunico contigo en una semana, debes dar parte a la policía. Te envié el correo que recibí para que puedan ubicarme – Sospechoso.

-No me meto en sus asuntos. Usted siempre me cuenta historias de posesión demoniaca y entes de otro mundo, pero es la primera vez que me deja pistas, como migas de pan en el camino. ¿Tan peligroso es?

-No conozco al hombre que solicita mis servicios y algo me dice que estoy por realizar un viaje arriesgado – Si le daba detalles lo exponía también – Te pido que estés pendiente de mi llamada. Por favor, evitemos el tema del contratante.

-Si no confía, niéguese Padre. Hay miedo en su cara – La paranoia del sacerdote era contagiosa, de repente Álvaro miraba a todos lados buscando quien sabe qué.

¿Cómo le contaba que sabían todo sobre él? ¿Cómo le decía que horas antes transfirieron una fuerte cifra y que de la nada esperaba la visita de un desconocido que venía a buscarlo? – Lo desconocido asusta – Fue la explicación que dio, con la vista fija en la mesa.

-Vaya con tranquilidad. Yo me encargare de darle una vuelta a su casa, mientras se comunica conmigo – Había que intentarlo – Padre, si quiere decirme otra cosa esta es su oportunidad...- Los ojos bien abiertos de Álvaro le suplicaban abrirse. Confiar.

-Por ahora es todo lo que iba a decirte. Ve con Dios, hijo mío, yo estaré bien – Se levantó dejando unos billetes sobre la mesa. Su partida dejó abrumado al cantinero que miraba a los lados, por si se había perdido de algo.

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No fue una fuga desprovista de lógica. Mauricio vio en el segundo nivel del centro comercial la mirada cautiva de un hombre sobre él. Lo estaban siguiendo, eso era seguro.

Sus pasos fueron firmes, sin un cambio abrupto en la velocidad, con la vista al frente, las manos en los bolsillos de su vaquero. Haciendo de cuenta que no había reconocido al sujeto que le seguía a través de la ciudad. Ya era un hecho, venían a buscarlo tal como le anunció el italiano durante la llamada telefónica.

Abandonó el centro comercial, a campo abierto, en medio de la avenida. Esperaba que el semáforo se pusiera en verde, para cruzar la calle. Tenía que llegar a destino. Por lo menos armar la maleta, pero un carro se paró interrumpiendo su andar, cortando la ruta trazada, y sin más se abrió la puerta de los asientos traseros..."Acompáñeme", le invitó alguien desde adentro.

La imagen difusa de su captor estaba camuflada por la oscuridad del interior y la ropa que portaba.

-Debo buscar mi equipaje – Le advirtió Mauricio.

-Su valija ya está en el maletero. No tenemos tiempo que perder. Entre – Era una orden carente de condescendencia ¿Fueron a su casa? ¿Entraron sin problema?

Tenía razón de sentir miedo, estaba por entrar a un mundo completamente desconocido para el...


ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE (TERCERA PARTE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora