Capítulo 12 - La reunión de los Bandidos

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El escuadrón diabólico estaba de vuelta, celebrando otra victoria en su larga lista de destrucción. El sereno Simón Cazalis alzaba su copa al verlos entrar al secreto sótano donde los convocó para tener una pequeña fiesta.

Había mujeres en piezas de vestir diminutas por doquier, dispuestas a cumplir la fantasía de cualquiera de estos ejemplares del bajo mundo, además de otras caras masculinas que se sumaron a la algarabía, seres extraños que alertaron a los antiguos reos, poniendo sus reflejos de supervivencia en alerta máxima. Siendo el gran renuente, Elías. Este discretamente colocó su mano muy cerca del arma que tenia cargada en su pantalón, disimulada hábilmente por una camisa por fuera. Los otros copiaron su ejemplo hasta que El Infierno hizo las presentaciones correspondientes

-No se exalten mis muchachos. Tenemos visitas provenientes de México.- El enunciado era explicitó, "Bajen sus armas". Simón dirigió una mirada exhaustiva a Elías, que poco a poco fue cediendo.

-No avisaste que los mexicanos estarían en Italia...- advirtió con recelo, Carlito, que tenia el sabor de la sangre de las almas caídas en combate burbujeando por sus venas, y conservaba rastros de adrenalina peligrosamente activas en su cuerpo.

-Fue una sorpresa para mí también. Ellos están satisfechos con nuestro trabajo, por lo que quisieron hacernos esta ofrenda- Y Simón levantó el brazo indicando el universo de mujeres lujuriosas

Los ojos de Mocho se encendieron como faroles nocturnos, relamiendo sus labios ávidos de deseo reprimido – Hace tanto tiempo que no se lo que es tener una hembrita entre mis brazos...

Grillo, que no siempre alardeaba de tener la voz tan fina, articuló con tono modificado y sexy – ¡Esta noche coronamos, mi pana!

Al Chino se le pegó de inmediato una morena de curvas firmes, que portaba un vestido ultra corto, dejando ver sus interminables piernas.

-¿Estas seguro que estos hombres no representan un riesgo para nuestras mujeres?- Preguntó un oriundo mexicano al oído de Simón.

-Sus delitos son robo, estafa, uno que otro ha estado en bandas y se ha cargado a un inocente en la pelea. No tengo a violadores en mis filas, evito a los asesinos seriales –Y una risa escapó de su interlocutor al escuchar el currículo de los soldados del Infierno.

-¡Me encanta tu doble moral, mi querido Infierno! Es como si habláramos de egresados de Harvard, el de los bajos fondos. – El mexicano se retiró a la barra, con carcajadas ordinarias propagándose en el sótano, entre la música tropical y la bulla de las mujeres conversando con los invitados, entre otras actividades picantes.

Elías, cual si fuera el rey de Midas, no se dejó abordar fácilmente por la plebe femenina. Se retiró hacia la barra y se sirvió una copa, estudiando el catalogo de posibilidades desplegadas en el salón. El tenia buen porte, una altura sobre la media y músculos que bien le hubiesen valido una carrera de modelaje, de no ser por su natural instinto depredador, y su reincidencia constante a los actos criminales. Su mirada siniestra de ojos negros inquisidores, se paseó tranquilamente, haciendo efímero contacto con el rebaño.

-¿No te provoca ninguna? – Indagó otro mexicano, tan joven como el, de unos veintiséis o veintisiete años, si acaso.

-Me tomo mi tiempo. No agarro lo primero que veo... - Elías, ni se preocupó por hacer contacto visual con su interlocutor mientras continuaba en la búsqueda de su presa.

A Mocho se le apreciaba inspirado en un confuso juego de lenguas con dos chicas a la vez, entre manoseos directos entre el y ellas, y entre ellas también.

-El negro no perdió tiempo – reportó Carlito a Infierno que descansaba en un rincón de la barra, observando el espectáculo.

-Es lo que deberías estar haciendo en este momento, en vez de echar cuentos conmigo. – Simón pidió otro trago al barman que también era cortesía de los mexicanos. – Hoy tienen a las mujeres a su disposición, mañana no se sabe.

-¿Y usted? ¿No va a participar del festín? – Era Carlito igual de malicioso que el arrogante de Elías. Mucho mas joven, eso si. Poseedor de unos encantadores ojos color miel. Tenía un aspecto accesible, bastante dulce. Nadie sospecharía de su arte como sicario, basándose en su imagen.

-Yo prefiero mantenerme alerta, vigilando que todo marche como es debido.

-Las mujeres están hoy, mañana no se sabe...-Repitió sin parpadear.

-Eso aplica a ustedes, yo satisfago mis ganas cuando quiero. – La descarada risa de Carlito, al oír la declaración, no perturbó la estoica paz de su diabólico jefe.

-Ya entiendo, mi señor. Sera mejor que me encuentre una loba, como esas que se están besuqueando con el Mocho...ese malnacido es un cerdo pervertido...

-Carlito, cuida tu vocabulario. Recuerda lo que les enseñé, no sean simples criminales. Sean lo mejor de lo mejor...

Al Infierno, una figura desafiante de cabello canoso y barba igualmente gris, no se le descifraba por su estirpe. Tenía varios tatuajes, en sus dedos, en su cuello, cada marca representaba un pasaje de su vida oscura, que escondía con finura en su comportamiento prístino. Hacia de la vida un espectáculo dantesco y de la muerte un pasaje del apocalipsis en la biblia, enmarcado en su sello personal. Sin rehenes, sin misericordia.

La contradicción es que apreciaba a su extinta oveja negra, Gerson. Y su muerte le dolió porque el le había garantizado la vida. Fallar a su palabra era imperdonable.

Esos reos eran su familia. Era un código de su doble moral. Era capaz de destruir una ciudad entera sin experimentar remordimiento, pero descuidar a uno de sus aprendices y dejarlo morir, jamás.

Observó como Chino se alejaba a una de las habitaciones con la morena de la mano y sonrió.

Por fin, a Elías se le veía interactuar con una diminuta jovencita de cabello largo y liso brillante, de cuerpo escultural, sin la obscenidad del roce público. Tenía dotes de líder, no se dejaba llevar por sus instintos pueriles, era el alumno ejemplar. Mientras que Grillo y Mocho se desbocaban en una orgía monumental sin reparar en quien los viera o no, entre otros mexicanos que se unieron al desmadre.

Extrañamente Carlito se perdió de su campo visual y no atisbó a ver quien fue la agraciada elegida. Le preocupaba su joven ciervo.

¿Seria en un futuro tan inestable como lo fue Gerson?

Habría que verlo.

Habría que verlo

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ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE (TERCERA PARTE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora