Capítulo 103 - Fidelidad versus libertad

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Capítulo 103

FIDELIDAD VS. LIBERTAD

El ritual había terminado. El sol estaba descendiendo nuevamente al momento de abrirse el portón principal, con las caras fatigadas de los tres hombres que la atravesaron dudosos. Uno de ellos quedó en el interior, haciendo compañía a Carlos Ignacio, que seguía en el centro del circulo imaginario, adolorido, sediento, bastante confundido y con un enorme sentimiento de culpa que le impedía tomar las riendas de su ser.

La prioridad se centró en asistir medicamente al padre Andres, que aguantó con dignidad la amargura del dolor, con ambas piernas fracturadas. Todos, menos uno, asistieron a la clínica.

Marco por fin se quitó la capucha, comprobando que nadie regresaría de manera inmediata.

-No puedo continuar con esto – Le dijo a Carlos, sin verlo a los ojos.

-¿Con que no puedes continuar? – Preguntó el narcotraficante, mientras se quitaba la camisa manchada y sucia.

-Quiero ser libre... Me cansé de estar al mando entre las sombras – Era cosa seria. Carlos entendió de qué estaba hablando.

-¿Y qué te retiene de hacer lo que quieres?... ¿Por casualidad, seré yo? – Achinó los ojos, escudriñando en la reacción del italiano.

-Le hice algunas promesas a mi padre que no podré cumplir... usted es una de ellas...

Carlos se liberó del sitió, digiriendo la confesión de quien fuera, por varios años, su colaborador secreto.

-Mauro fue mi palanca de empuje. Aprecié a tú padre como si fuese el mío – El patrón se levantó con el pecho descubierto, tiró la camisa al piso y se acercó a la imagen del cristo crucificado, persignándose primero – Sabía que tú eras el nuevo líder de la mafia italiana, era lógico que el mando estuviera en tus manos, pero no lo diste a conocer, preferiste mantenerlo en secreto, y seguir siendo el adorable millonario filantrópico que todos admiraban.

Era la oportunidad de hablar sin miedo. Marco se aproximó a la imagen, con sumo respeto y le entregó su chaqueta a Carlos.

-Yo no quiero este título plagado de sangre y muerte... Si lo sigo protegiendo jamás tendré una vida propia.

-Lamento informarte que nadie se sale de la mafia, a menos que sea adentro de un ataúd – Carlos se colocó la chaqueta lentamente.

-Y es lo que le sucederá si lo entrego al policía que participó en el ritual. Él es de la DEA – Marco sacó un arma de la parte trasera de su pantalón- Debe irse antes de que regresen. Ni usted ni yo estaremos para cuando vuelvan – La extendió por la cacha a su interlocutor- Acepte el arma y váyase.

Carlos la tomó sin dudar – Entonces, así es como termina la amistad de dos colosos.

-Puedo ayudarlo, pero los mejicanos están por doquier, hambrientos de sangre, sedientos de venganza. Se confabularon con Simón Cazalis, y ahora rondan mi casa como una jauría de fieras. No es el tipo de vida que quiero tener – Marco, se alejó un instante para hacer una llamada.

El maltratado Patrón estaba descalzo, en la distancia el italiano se percató del problema. Al finalizar la llamada se dirigió nuevamente al colombiano.

- En unos minutos tendrá unos zapatos decentes, medias y un pantalón nuevo. Roco vendrá a buscarnos. Yo debo volver a Roma, no quiero despertar sospechas ¿Quiere desaparecer? Tengo los contactos para darle otra identidad.

-Así fue como ayudaste a mi hijo a escapar de mi – Lo que Carlos dijo con tono casual sorprendió enormemente a Marco.

-Yo no...

-Claro que lo hiciste. Siempre velaste por mi familia – Una clara sonrisa de aceptación le confortó en silencio. Marco nunca engañó al Patrón, y que lo admitiera sin resentimientos le produjo calma- Eres un buen hombre, o como dirían los cristianos, un cordero de Dios.

-Usted estaba descontrolado. Con el tiempo, se hubiera arrepentido de haber arremetido contra su propia sangre. Padre e hijo deben ayudarse mutuamente, no luchar entre si- Era sincero, sobre todo humilde, Marco tenía mucho de su padre, en el buen sentido de la palabra.

-Siempre envidié la relación que tenías con Mauro. Eres un buen hijo- Carlos quedó en silencio, reflexionando.

El móvil de Marco repicó nuevamente- Pronto...- Respondió Marco.

-Llegaron por nosotros. No se preocupe por la ropa, lo importante es irnos lo antes posible de aquí- Marco no dilató su estancia en ese templo abandonado.

Afuera estaba un auto esperando por los líderes que evadían a la ley. Era obvio que la aparición de Braulio Corona en Nápoles alertaría a las autoridades.

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En la clínica, un grupo organizado de componentes de la guardia se apostó en la entrada, como medida de protección a los inusuales pacientes que llegaron cargando a un muy herido sacerdote.

Braulio no perdió tiempo, desviándose al primer teléfono público que encontró. Sus instintos le avisaron que el buscado Patrón no estaría esperando plácidamente el arribo de la fuerza policial, y sería difícil, por no decir imposible, explicar los acontecimientos de las últimas horas, en el interior de ese recóndito templo.

-Zavarce, está al tanto de nuestra ubicación – Le notificó a Vicente, que retozaba con los brazos cruzados y las piernas extendidas en una silla del área de espera.

El joven puso mala cara, con evidente incomodidad - ¿Y qué les diremos? ¡Disculpen que no vinimos antes, pero estábamos a mitad de un exorcismo, con nuestros amigos los curas!

-Nadie nos creerá, a menos que los sacerdotes colaboren y digan quien fue el sujeto que nos secuestró. Juraría que el tipo de la capucha estaba implicado... piénsalo... Nunca se quitó el pasamontañas- Braulio volvía a ser un agente policial haciendo su trabajo encubierto.

-Tienes razón. Tal vez, estuvimos todo el tiempo con el secuestrador al lado, vigilando nuestros movimientos, y seguramente es la causa de no haber venido con nosotros. Estar en la clínica lo obligaba a quitarse la máscara – Se miraron sincronizados, sus mentes maquinaban la misma idea - ¿Y si ese demente ayuda al Patrón?... – Vicente se incorporó de golpe.

-¡Escapara de nuevo! – Braulio estaba seguro de una sola cosa. Carlos Ignacio Restrepo estaba aún en Nápoles.

-¡¿Dónde está el padre Mauricio?! – Preguntó Vicente.

-En la cafetería. Voy por él- Su única oportunidad era la confesión de ambos sacerdotes. Braulio salió corriendo por el pasillo.

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Varios vehículos acordonaron la entrada del templo. Era una alharaca de sirenas haciendo ruido, con la policía en posición, apuntando hacia la puerta principal.

En uno de los vehículos estaba el padre Mauricio, que se limitó a decir el nombre de la iglesia, y omitió descaradamente el nombre de la persona que lo secuestró, alegando que siempre estuvo atendido por un sujeto enmascarado en un lugar inaccesible, del que nunca supo la dirección.

Un componente se acercó sigilosamente para comprobar que adentro ya no había nadie.

ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE (TERCERA PARTE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora