Capítulo 133 - El descenso del Rey

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Capítulo 133

EL DESCENSO DEL REY

No había una técnica sobrenatural e inhumana que aplicara Simón a sus meditadas incursiones. El secreto era ser invisible, un referente común del paisaje circundante, una persona cualquiera cruzando la calle, una hoja verde entre un ramillete de hojas verdes, un copo de nieve cayendo en una nevada. Cosas simples, como la vida, como la muerte. Sin fanfarrias.

La emergencia era el área elegida. Mucha gente agitada, y drama. Este segundo provocaba el desenfoque del primero. Así el maestro del horror se coló con facilidad en el desempeño de las habituales tareas de médicos y enfermeras. Nadie le preguntó porque había entrado, puesto que lo hizo al mismo tiempo que la bulliciosa ambulancia que traía a una persona en estado crítico. Luego se estacionó el otro auto, con familiares llorando. Varios, para ser más exactos. Su esfuerzo consistió en poner una cara trágica y fingir que era otro doliente afectado por el suceso.

Desde adentro estudió los pasillos de acceso restringido, el camino a los ascensores, y sus nuevas armas de destrucción, los equipos de oxígeno, diseminados en los quirófanos y la unidad de cuidados intensivos. La naturaleza era generosa en brindar diferentes formas de crear excelentes explosiones. Donde otros veían la vida, Simón reconocía un nuevo método de exterminio. Porque incluso una barra de jabón era un arma poderosa, si se conocía la alquimia de sus componentes.

Era la técnica, el arte de la improvisación, lo que lo había mantenido vigente durante el deceso de sus enemigos. Simón era experto en ser un sobreviviente. Entonces escabullirse en los vestidores y colocarse la ropa de un camillero, con tapaboca, no fue la gran cosa. Con cada visualización se abría una ventana de acceso ilimitado, como el descuidado policía que chocó de frente y no se percató del robo de su pistola, como la lista que descansaba en el área de recepción y que minuciosamente describía la ubicación de cada paciente, con las indicaciones médicas descritas para que se recetara sin errores a los hospitalizados.

En el piso donde Carlos Ignacio estaba instalado se apreciaba un exceso de seguridad, y con ello sería imposible acercase sin la intercepción acertada de un funcionario. La única salida era la distracción, y nada distraía más que una inesperada explosión. Así que en vez de buscar directamente a su objetivo, se enfocó en la distracción.

Una pistola apuntando a un equipo repleto de oxígeno y gases era tan potente como la máxima bomba. Tristes de aquellos enfermos que estuvieron cerca. No tendrían una oportunidad y constituirían un número a ser sumado en las estadísticas de Simón, el genocida.

A Simón le resbalaba la tragedia. "Si eres bueno asciendes, si no te hundes en el fango", pensó. Y tras alborotar el avispero, se escondió por algunos momentos en el baño. "Todos querrán salir, menos yo".

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La agitación de la explosión provocó un estruendo que acabó con la placida armonía y orden en las instalaciones del hospital. Carlos frenó de golpe su acelerado andar. Gritos y lamentos en italiano musicalizaban la horrenda obra de Simón Cazalis.

-Ya llegaste- Pronunció, asintiendo al llamado de la muerte. Carlos Ignacio, no era presa fácil. Nunca lo fue – Que comience el juego – Y sin rendirse a su destino se colocó una franela blanca que le había facilitado la DEA, y con la fuerza que aun manaba de su cuerpo musculado, agarró la silla de los visitantes y la estrelló contra el ventanal, partiendo las puertas corredizas de vidrio en el impacto.

Se asomó. Era alto, pero nada que una acción desesperada no pudiera contener. Tenía a disposición tres sábanas blancas, que amarradas unas a otras en las puntas les generaban una distancia considerable, lo suficiente como para acceder a un piso inferior.

Empujó la cama hasta que quedó pegada a la pared, y sin detenerse en artículos, amarró una punta a la pata del armazón – Estoy viejo para estos juegos, pero con no mirar al vacío tengo- Carlos, otro sobreviviente, se deslizó por la ventana sostenido de una improvisada soga de sabanas...

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Zavarce impartía órdenes desesperadas. El caos era ajeno a la razón elemental.

-Saquen a Carlos Ignacio Restrepo, seguramente esta es una jugada para rescatarlo– Presumió.

-Los ascensores están fuera de servicio, y justo en las escaleras de emergencia hay fuego – Reportó un funcionario.

-Y los vigilantes del piso ¿Dónde están? – Gruñó Zavarce a su equipo.

-No atienden. Ninguno – Era la respuesta incorrecta. Una señal de fracaso.

Su cara se enrojeció. Miró en un ángulo circular, en la búsqueda de algo o alguien inquietante - ¡Quiero que nada salga de esta zona! ¡AHORA! – Y con el ímpetu de la adrenalina fluyendo en su torrente sanguíneo, marcó a Braulio - ¡Vente, ya mismo! Lo que temíamos está sucediendo...

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-¡Pretendes huir! – Susurró Simón, desde su cueva, en uno de los cubículos del baño - ¡Esto me gusta, una víctima valerosa! ¡Un renegado! – Exclamó con excitación – Eso no va a pasar.

Simón salió con la calma que al resto le faltaba. A su alrededor, sin prestarle atención, enfermeras corrían empujando camillas con pacientes que mantenían sus vidas atadas a complicados equipos, mientras varios médicos luchaban por revivir a las víctimas de la explosión, que eran muchos. El desalojo se hizo en una complicada histeria colectiva, entre lamentos de terror, angustia de ser los siguientes en morir, como si el final no fuera el comienzo de otra cosa... pero sí lo era.

Un pequeño sollozaba en soledad sobre el suelo, replegado de su cuerpo, carente de protección. Los únicos ojos que se habían fijado en él fueron los de él Infierno. Se dirigió al jovencito y lo alzó en brazos, trasladándolo a un lugar seguro, donde no fuera invisible y muriera, no siendo su hora. Con esta imagen era otro rescatista, no un asesino serial tras la pista de su objetivo perdido.

Desde afuera se contemplaba la enrojecida edificación que ardía en medio de la noche, elevando una humareda grisácea, que recordaba a las antiguas cortinas provocadas por extintas civilizaciones indias. Sin embargo, Simón no requería señales de humo para encontrar al Patrón, su radar, que si era sobrehumano, estaba activo, y presto a detectar al intruso.

ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE (TERCERA PARTE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora