La línea de ayuda

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El reloj de la cocina marcaba las 2:45 de la madrugada. La noche era fría y silenciosa, tal como solían ser todas las noches de Nápoles durante el invierno. El ambiente nocturno de dicha ciudad era tan apacible que a nadie se le hubiera ocurrido imaginar que en aquella pequeña casa situada en la esquina de la calle de mayor reconocimiento, alguien estaba sufriendo de una crisis existencial grave.

Doppio se encontraba otra vez ahí, en el frío suelo de la cocina, recargado en el refrigerador, simplemente sentado ahí sintiendo como sus nalgas se congelaban mientras abrazaba sus piernas pegando las rodillas al pecho formando así una "bolita".

Horribles gritos salían desde su interior desgarrando su garganta, acompañados de lagrimas calientes que dolorosamente resbalaban por su cara pecosa. Muchas veces aquellas crisis eran tan fuertes y constantes que las tenía contabilizadas. Hasta la fecha, durante este año había tenido 87, un nuevo récord del cual no se sentía orgulloso. Algunas veces Doppio intentaba solamente llorar en silencio pero terminaba haciendo un escándalo tal que despertaba a su pequeña bebé  de seis meses (si, él era padre soltero).

—M...MIERDAAAAA—gritó el hombre de cabellos violetas después de casi dos minutos de completo silencio. Doppio sentía que ya no podía con su alma. Todo en su vida había ido mal, así, a sus 25 años se sentía como una persona fracasada y desgraciada. Había perdido la oportunidad de tener una carrera universitaria cuando era adolescente tras haber seguido "el camino del mal", no tuvo la oportunidad de casarse pues había perdido a su mujer durante el parto, y más recientemente le habían despedido del empleo por un supuesto recorte de personal, pero él sabía que lo habían despedido porque su superior le odiaba demasiado. Lo único que lo ataba al mundo era Trish, Doppio sentía que su mundo solo tenía sentido por su hija y que si no fuera por ella probablemente estaría tres metros bajo tierra.

Muchas veces pensó en el suicidio. Pasaba horas enteras planeando la forma menos sospechosa de morir, intentaba que pareciera un accidente, pero al momento de realizarlas el miedo lo invadía. Pensaba en su nena y en que ella no sobreviviría sin él. Si, era un idiota, pero no un egoísta sin corazón.

Nuevamente sus ojos llorosos se posaron en el reloj de la cocina. 50 minutos. Cincuenta minutos habían pasado desde que había comenzado con "su berrinche" como solía llamarlo su fallecida mujer. Como pudo trató de limpiarse la cara, sin éxito, solo se embarraba las lágrimas que habían caído de sus ojos. Doppio con rapidez se levantó del suelo frío y caminó hacia la estufa. Ahí estaba la leche que debía haberle dado a Trish hace más de una hora y, por lo que inicialmente se hallaba en la cocina de su casa.

—¿Podría ser más inútil?.—gritó.

—Mmmwwaaaaaaaahhh, waaaaaaaaaaaaaahhhhh.—A lo lejos, la pequeña Trish le respondía con llanto.

Sin ánimos, Doppio tomó la leche que estaba en el recipiente metálico. Estaba fría. Decidió calentarla en el microondas sin darse cuenta de que tendría problemas con aquel electrodoméstico por su descuido.

Cinco de la mañana. Un horno de microondas descompuesto se sumaba a su lista de problemas. Afortunadamente había podido calentar la leche en la hornilla y ahora Trish dormía plácidamente luego de haber bebido su lechita. Pero Doppio no tenía la misma suerte, ahora se encontraba peor que antes, pero ya no podía llorar a pesar de que el dolor y el sufrimiento quemaran sus entrañas. No le quedaban lágrimas. Solo estaba ahí, sentado en su cama entre las cobijas, iluminado por la luz azul de la luna que entraba por la ventana. Con los ojos muy abiertos mirando al infinito y sintiéndose la basura más grande de toda Italia.

—"Solo debo tomar el arma de el cajón, ponerla en mi boca y apretar el gatillo, así podré descansar al fin. No. Los vecinos escucharían y se armaría tremendo lío." —nuevamente los pensamientos negativos inundaban su cabeza. Cerró los ojos pesadamente e intento dormir, pero no podía, estaba muy hecho mierda.

Por su mente cruzó la idea de que si no podía salir de sus problemas, al menos podía hablar de ellos con alguien que lo escuchara. Doppio no tenía amigos pero tenía un número telefónico que le había proporcionado un compañero de trabajo para cuando necesitara ayuda. El numero pertenecía a un centro de ayuda psicológica muy reconocido, el cual brindaba servicio las 24 horas del día en caso de emergencias. No le gustaba la idea de los psicólogos, creía que el no lo necesitaba, pero hablar por teléfono era una de sus cosas preferidas, así que tomó valor y agarro su teléfono celular.

—Hey, buenos días. Habla Vinegar Doppio, quisiera conversar un momento con usted.

—...
—...
—...
—¿Hola?
Se dio cuenta que tenía pegado a su oso de peluche en la oreja. Se sintió estúpido pero al menos había logrado sonreír un poco. Colocó al osito a un lado de la cuna de Trish. Y ahora sí, tomó el iPhone que descansaba en la mesita de noche. Y en seguida buscó también aquel papelito donde el numero que necesitaba venía apuntado. Lo observó con detenido cuidado y suma atención, se sentó de nuevo a la orilla de la cama y lo leyó en voz alta.

—01 800 43 25 00 09 , lo tengo.

Desbloqueó su teléfono y comenzó a marcar.

—01...800...43 ...25 ...00 ...08... ¡Ya! Espero respondan pronto.

—Está usted llamando a SexPhone, por favor espere en la línea, una de nuestras candentes operadoras atenderá su llamada en unos momentos... Está usted llamando a...

—¿Qué? Vaya... Supongo que debo esperar un poco.—dijo para sí, mientras escuchaba aquella grabación repetir la misma frase. Realmente no estaba prestando atención, estaba conteniendo la frustración y la tristeza que le mataban lentamente.

HotLine 【Doppio/Diavolo】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora