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Me aplastó contra la pared de las duchas, rozando cada parte de mi cuerpo con el suyo, apretándome con toda la intensidad que mi insignificante cuerpo era capaz de soportar.
Sentí el deseo en él, en su mirada, en su movimiento.
Me mordió el labio con fuerza, y aunque me lastimó, a la vez me dio placer.
Deslizó sus brazos por mi, incluso arañándome, y sentí fuego.
Cuando empiezó a besar mi cuello pude experimentar yo también ese deseo en estado puro que notaba en él, ardiendo, quemándome en lo más profundo de mi ser.
Acerqué mi cuerpo aún más al suyo, si es que se podía y noté un cosquilleo estenderse por cada parte de mi, sobre todo en mi vientre.
Me arrancó la camiseta y descendió hasta mis pechos entre besos, luego me despojó también de mi sujetador en un rápido movimiento.

- Eres tan preciosa... -me susurró al oído.

El calor subió, mezclándose el sonrojamiento y el deseo y haciéndose uno.

Agarró mis manos y tiró de ellas hacia arriba, de modo que nuestras caras quedaron a centímetros y vi su boca entreabierta desafiando mis impulsos.
Acarició mi labio para desafiar mi aguante.
No logré vencer, lo besé y él me siguió el beso, metiéndome la lengua, reclamándome, poseyéndome.
Noté como el corazón me rebotaba, pareciendo que chocaba incluso con mis costillas, como la sangre recorría con rapidez todo mi cuerpo, a torrentes, con fuerza.

Él bajó mis brazos por fin.
Noté su respiración agitada, su cálido aliento cerca de mi, chocándo contra mi indefensa piel.
Se volvió a acercar y noté su erección contra mi estómago, lo que me hizo arder aún más, si había alguna posibilidad.

Deslizó por mi cuerpo mis pantalones con una lentitud extraordinaria y luego se quitó los suyos.
De nuevo, me apretó contra la pared de modo que nuestros cuerpos desnudos se rozaran.
Nunca había experimentado tanto calor.
Carlos me hacía sentir un cosquilleo continuo, me tenía al borde de perder la cordura.

- No sabes lo que me pones...- me susurró.

Nunca había experimentado tantas ganas de que alguien me penetrase, estaba locamente perdida por hacerlo con el.
De pronto, mientras él sacaba los condones, la ducha se encendió.
El calor de mi cuerpo empezó a cesar con el agua fría, un contraste delicioso.

- Mierda.- dijo él y yo empecé a reírme.

¿Cómo podía pasar de ser tan atractivo y sensual a parecer un niño pequeño?

La casualidad, JulrightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora