Recuerdos... muy tristes alvConforme transcurrían los días, más y más vacío me sentía.
Poco a poco, los pedazos de mi corazón abandonaban mi cuerpo durante las noches solitarias en el apartamento que tenía en la Ciudad Central, recordando toda la vida que
había llevado a su lado.Yuri se iba de mi lado de a poquito, como suelen irse las personas queridas.
Me estaba tocando entender y enseñarle lo que era el dolor.
Dolor no era perder una asignatura en la escuela, quejarse por la falta de dinero que te impide comprarte ese
maravilloso artículo que promocionan en las vitrinas ni mucho menos llorar a un amante de una noche.Eso no era dolor.
Dolor era ser consciente, a cada segundo de que esa noche ya no tendría su calor entre mis brazos, ya no le escucharía reír al besar el cuello ni mucho menos me deleitaría con la
hermosa vista de su cuerpo descansando a mi lado.Ya no podría besar sus labios e ignoraba si había una vida después
de esta, pero si Yuri no estaba en ella, qué triste sonaba la eternidad.Más que nunca, me dolía estar vivo.
Y sí, lo estaba porque podía sentir dolor, de estar muerto seguramente no lo sentiría, pero tampoco sentiría la felicidad que quedaba en los preciosos recuerdos al lado de quien fue mi todo por tantos años.
Mi precioso Yuri, nuestro perfecto castillo de cristal se derrumbaba poco a poco y los pedazos no tardarían en
precipitarse contra su precioso corazón.El sonido ululante del teléfono me llamó desde la sala. Sabía que era él.
A pesar de la nota de rechazo, él aún guardaba ese amor tan puro y si bien no hablábamos para nada sobre nuestra relación como casi exesposos, sí que le gustaba preguntarme sobre mi día.
No, no lo hacía para recuperarme
o rogarme, yo sabía que él contaba con la nobleza yhumanidad suficientes para preocuparse por mí.Él sabía que así como yo lo había protegido una vida entera, él era
el sinónimo de familia para mí.Lo éramos todo el uno para el otro y eso hacía las cosas aún más difíciles.
No terminábamos nuestra relación como esposos, novios o amantes, sino como compañeros de vida y eso sí que era dolor en su estado más puro y genuino.
—¿Yuri? —saludé al levantar el auricular.
—Hola, Viktor. ¿Ya cenaste?
—Sí... —mentira, no tenía hambre—¿Y tú? ¿Y Misha?
—Estamos bien. Le gustan las manzanas y las fresas así que le preparé una papilla con ambas.
—Ya veo... —suspiré—. Yuri...
—¿Si?
Crispé los puños.
Lo había cuidado por una vida entera... y eso lo había hecho débil.
Debía hacer que fuese más fuerte.
—¿Por qué me llamas? Sabes que tengo mucho trabajo.
Tardó en responder.
—¿Te molesta mucho? —preguntó con suavidad.
-—Pienso que deberías tener más amigos. Es decir, solo hablas conmigo.
—Es que... —Se detuvo procesando sus palabras como si temiera romper lo que fuese que tuviéramos en esos
momentos— Tú has sido mi único amigo en todos estos años.