2. ✻

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Después de un par de minutos más caminando llegaron a un callejón sin salida donde había un contenedor pegado a una de las paredes. Después de empujarlo, soltando así la mano contraria, se vio una reja metálica que posiblemente fuera una salida de aire de aquello que hubiera dentro. Era de un tamaño perfecto para que un niño de aquella edad pudiera entrar sin problema alguno. Gustabo se agachó y la empujó con fuerza. Acto seguido entró en su interior, esperando que el otro siguiera sus pasos.

El interior parecía ser una especie de sótano sucio pero con bastantes cosas, tales como cuerdas, telas, latas y botellas entre otros objetos que el rubio había ido recolectado. Aquella estancia no se veía de lo más cómoda, pero la madera del suelo y las fuertes paredes lo aislaban bastante del frío. No era muy grande tampoco, tenía una trampilla oxidada en un lado del cuarto en el techo, y unas escaleras de madera mohosa y vieja en una pared apoyada. Parecía ser el sótano de aquella pequeña casa que formaba el callejón junto con la casa vecina de enfrente.

No, no vive nadie aquí, por si te lo preguntas. –y así era, había tenido bastante suerte en encontrar aquello. Aunque había pasado varios años sin nada a lo que llamar hogar a decir verdad, pero no tenía de qué quejarse.

Horacio entró mientras volvía a poner el contenedor como pudo, tapando lo que mayormente podía. Estornudo mientras observaba el lugar al que lo había conducido el otro.

¡Oh! Es muy acogedor, y no hace frío. –sonrió. Horacio estaba acostumbrado a dormir sobre cajas cuando lo encerraban, a si que tener un sitio despejado lo hizo sentir bastante cómodo– Te... ¿Te importa si agarro una manta? –él aún temblaba de frío. Y era normal, estaba horas y horas en la calle, con manga corta.

Y no solo era eso, la nieve de sus zapatos se derretía y se congelaba a la vez. Trató de mantener el calor como podía, pero una cosa estaba clara. Si Horacio hubiera estado unas horas más fuera, su corazón se habría parado, de la congelación y de la hipotermia. Y eso él mismo lo sabía, por eso no mostraba ningún miedo a Gustabo si él sacaba la navaja.

Gustabo elevó los hombros con indiferencia mientras colocaba ciertos objetos que estaban en el suelo en una estantería de madera vieja y maloliente. Dejó allí la navaja y volvió a donde estaba él, sentándose en el suelo. La poca luz que había provenía del exterior y de una vela que mantenía encendida. Suficiente.

Horacio se quitó sus zapatos masajeando sus pies para que no se congelasen, cuando por fin pudo mantener estos en calor, se enrolló como si de un burrito se tratase en una de las mantas que había allí tiradas en el piso.

Me salvaste, cuando soy inútil para ti –susurró mirando la vela– Aaaa....si que... –se enderezó y miro a Gustabo con una sonrisa– Haré lo que quieras, es lo mínimo que puedo hacer, qué te parece.

No pienses mal. Habiamos levantado mucho la voz, sobretodo tú, era peligroso –se excusó– Mas aún viendote tan indefenso.

Gustabo se levantó y fue hasta un rincón de la sala agarrando una manta y algo más que enrollo con esta. Volvió de nuevo y se sentó justamente enfrente de él mirando la vela fijamente. Creaba un ambiente bastante cálido, incluso a pesar de escuchar el comienzo de una pequeña llovizna fuera, se sentía bien.

Creo que eres una buena persona –esbozó una pequeña sonrisa mientras se quedaba mirando al rubio.

Empezó a tumbarse poco a poco frente a la vela. Sus ojos pesaban y estaba algo somnoliento.

Gracias, Gustabo –se llevó la manta hacia su boca y nariz y cerró los ojos, entrando en un sueño profundo por su cansancio

El otro elevó su mirada hacia él y sacó de la manta un peluche de un payaso. Lo dejó a un lado y extendió la manta en el suelo, tumbándose encima y tomando el muñeco en sus brazos estirados hacia el techo con la mirada fija en él.

Sacrificio de Mentiras [GtaRp] • Terminada •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora