Capítulo XIX

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— Estas hermosa —susurró Jaime en su oído —. Más hermosa que lo usual.

Lyanna soltó una carcajada mientras se apoyaba en el pecho de Jaime, sintiéndose en casa y olvidando el apretón que sintió en el corazón cuando vio a Jon casarse con Daenerys.

— Me gusta la barba corta —contestó sin moverse —. Te hace ver más joven.

— ¿Me estas llamando anciano? —preguntó Jaime mientras la gente comenzaba a alejarse del Arciano entre susurros, pues después del vuelo de los recién casados, los que no podían luchar, se marcharían.

Con una sonrisa, Lyanna se alejó de Jaime y tomó sus manos.

— Eres más viejo que yo —Lyanna se encogió de hombros a la vez que Jaime le comenzaba a hacer cosquillas.

— Aun así, me amas.

— Si —respondió entre risas a la vez que Jaime la volvía a tomar entre sus brazos y hacía que lo mirara.

— Entonces cásate conmigo —Lyanna abrió mucho los ojos al observarlo —. Ahora, con solo el Arciano viéndonos. Parece que encomendarnos a él nos será más útil que encomendarnos a Los Siete.

Lyanna quiso pedirle tiempo, decirle que no estaba lista. Que era una decisión apresurada y que se sentiría, por lo menos en parte, como una manera de huir nuevamente de sus sentimientos por Jon o como una venganza, pero los ojos de Jaime brillaban emocionados al verla.

No te puede dar tiempo —pensó mientras la sonrisa de Jaime comenzaba a desaparecer—, no tienen tiempo.

La probabilidad de que uno o ambos mueran era demasiado alta como para ser ignorada. Y tal vez, solo tal vez, podrían tener un tiempo feliz antes de la batalla. Y si sobrevivían, podrían volver juntos a sus hijos.

A Lyanna no le gustaba la idea de volver a tener la vida que tenía antes, pero amaba la idea de volver a tener una familia. Una familia con Jaime.

Tal vez podría volver a sentirse humana junto a ellos.

— Si —respondió y vio el alivio en los ojos de Jaime —. Si. Quiero casarme contigo.

Y ahí, con el Arciano como único testigo, volvieron a unir sus vidas, con el único voto de amarse profundamente, tanto mientras duren sus vidas.







Pasaron un par de días desde la boda. Jon esperaba noticias de la caravana que había dejado Invernalia mientras paseaba por aquel balcón donde su padre, Eddard, solía observarlos a él, Robb, Theon y Lyanna entrenar. Aun no podía pensar en Rhaegar Targaryen como su padre, y tal vez nunca lo haría.

— ¿Jon? —Daenerys, su esposa, acababa de llegar un vuelo rutinario para ver si había alguna señal, tanto de vivos como de muertos ya que el Otro encontró la forma de bloquear las visiones de Lyanna y Bran —. Ellos están bien.

— Tal vez los mandamos a su muerte.

— No hables así —la voz de Dany se hizo repentinamente autoritaria. Tyrion iba con la caravana, así que comprendía su preocupación —. Ellos están bien. Y cuando ganemos, nos reuniremos con ellos y ganaremos los Siete Reinos.

Su voz, como era usual, no admitía discusión, por lo que Jon solo calló y se acercó a besar su frente para tranquilizarla.

— Si. Y te sentaras en el Trono de Hierro.

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