Capítulo VIII

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- ¿Aún lo controlas?

Lyanna no reconocía el escenario de su visión, todo estaba insanamente oscuro y la única figura que podía distinguir era a Bran que la observaba con pena.

- Si. Volar hace que las distancias parezcan muy pequeñas. Están a punto de cruzar el muro – respondió el aludido caminando a su alrededor.

- Y aun así estas aquí conmigo.

- Mis habilidades han mejorado en las últimas lunas.

- ¿Dónde estamos? – pregunto Lyanna mientras trataba de moverse, no podía.

- Estas debajo del agua – respondió Bran.

Unos segundos de un silencio pesado e incómodo los envolvió.

- Supongo que esto es todo.

- Te necesito – su voz, tan fría desde que había asumido su destino, pareció reflejar algo del niño que tanto había adorado –. Jon te necesita. Jaime te necesita. Tus hijos te necesitan.

- No volveré a fallar – respondió Lyanna. La voz de la mujer sonó con completa humanidad. No el vacío eco en el que su voz se había convertido junto a Bran.

Lyanna despertó en medio del agua, con manos tratando de jalarla hacia abajo. No habían pasado más de cinco segundos cuando tomo sus espadas, que de alguna forma no perdió, y se libero de aquellos que la sostenían mientras trataba de nadar para salir de ahí. Se sintió agradecida de haberse deshecho de la gran capa que antes la cubría.

Al salir a la superficie, comenzó a vomitar litros y litros de agua en medio de convulsiones y grandes temblores que el frío le causaba. Aun así, apoyándose en sus espadas, logro ponerse de pie. Amarro una de ellas a su espalda. Usaba la otra de bastón y recogió una daga del suelo y comenzó a caminar tambaleándose. No avanzo mucho antes de que los muertos se dieran cuenta que, de hecho, estaba viva.

Trato de acelerar mientras sentía que su cuerpo se congelaba. Se tambaleo un poco logrando ensartar a uno de ellos en el pecho con la daga que tenia en la mano. Las manos comenzaron a ponérsele negras por el frio y su cabello empapado también comenzaba a congelarse.

- ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos! – trato de animarse, pero el castañeo de sus dientes no le permitía hablar.

Por su mente comenzaron a pasar los rostros de Jon, de Arya. De sus padres, de Rhaegar, Lyanna y demás personas que había visitado en sus visiones. Su mente, que parecía funcionar a mucha velocidad, se detuvo en el rostro de Jaime, dándose cuenta que a pesar de estar segura que aún lo amaba debería sentir más, mucho más, y en ese momento el rostro de Jaime se convirtió en el rostro de un niño de brillantes ojos verdes y cabello oscuro y una niña de hermosos rizos dorados.

De repente se sintió como Lyanna Dayne otra vez. La niña Dorniense criada en el Norte y que se enamoro del bastardo de su Señor. La muchacha que se vio obligada a dejar su hogar para verse envuelta en guerras y en el cruel Juego de Tronos para terminar enamorada de un hombre que posiblemente nunca la amo y teniendo a sus hijos.

De alguna forma recobro fuerzas y se tambaleo lo suficiente hasta encontrarse con su amigo, aquel que montaba un alce. Benjen Stark, o Manosfrías, la miro con los ojos llenos de esperanza antes de saltar y deshacerse de los muertos que estaban cerca de ella.

- Brandon te necesita – susurro en su oído mientras le quitaba la ropa y la envolvía en su gruesa capa y una capa adicional que estaba en una pequeña bolsa junto a su alce.

- ¡Ven conmigo! – logro pedir Lyanna mientras sus ojos se llenaban de lágrimas que se congelaban antes de resbalar por su rostro.

- Al fin veré a mis hermanos de nuevo – Benjen le dedicó una sonrisa antes de amarrarla a su alce y espolearlo, haciendo que se aleje de aquel lugar horrible.

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