Capítulo VIII

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Se detuvieron al amanecer, en medio de un hermoso claro en medio de los arboles desmontando con rapidez mientras la figura la observaba en silencio. Lyanna noto que sus ojos eran una mezcla entre gris y azul, pero nada mas en él era humano.

-        Gracias – susurro, su voz sonaba rasposa por falta de uso. Señalo a los cuervos que revoloteaban entre los árboles –. Pensé que no llegaría... a mi destino.

Su salvador no respondió, pero si le paso una manzana. Lyanna le sonrió agradecida mientras se sentaba en medio de la nieve a comer. Se dio cuenta que no era un claro cualquiera. Era un claro de Arcianos.

Sin pensarlo demasiado comenzó a caminar entre los árboles, sintiéndose de diez años otra vez, cuando Ned, Robb y Jon la llevaron por primera vez al Bosque de los Dioses en Invernalia.

-        Dicen que los niños del bosque tallaron el rostro del árbol corazón – había susurrado Robb en su oído –. Y que podían ver a través de ellos.

Por instinto se acercó al árbol corazón de aquel claro. Mucho más grande y viejo que los demás, con las hojas rojas como la mismísima sangre deslizándose con el viento y los ojos del árbol viéndose extremadamente tristes, como si sintiera su dolor.

Lyanna paso su mano por las lágrimas de sangre que se asomaban que parecían derramarse por los ojos del árbol y sintió como si el árbol la observara. Como si sintiera su presencia y tratara de consolarla. Entonces, concentrándose, cerro los ojos esperando ver algo.

Y vio a Bran. Estaba acurrucado en Verano y descansaba en lo que parecía una cueva. Vio a los hermanos Reed acurrucados un poco más allá y a Hodor dormir apoyado. Un cuervo blanco paso graznando, llamándola, y ella lo siguió. Y vio el sol brillante iluminar las hojas de otro Arciano, solo que este hacia parecer como una simple imitación a todos los demás Arcianos que Lyanna había conocido en su vida.

-        Estas cerca. Tan cerca – escucho Lyanna en su cabeza –. En este lugar no hay muerte.

De pronto se encontró de nuevo en el claro, viendo los ojos de Manosfrías. De alguna forma sabia que debía llamar así a su salvador.

-        El cuervo está en el Arciano. Necesito llegar a él – pidió Lyanna, con la voz cada vez más segura –. ¿Sabes cómo?

Manosfrías solo asintió levemente, tendiéndole la mano una vez más. El gran alce que montaba se acerco obediente y los cuervos comenzaron a graznar.

Lyanna tenia que cumplir con su destino, y ahora si comprendía la magnitud de su tarea. Aun no había conocido a los Otros, pero vio lo que dejaba su paso por el mundo y ella tenia un papel en como lograr detenerlos.

Pensó en el Juego de Tronos y como este era mucho más grande de lo que jamás pensó. No se trataba en que familia residía en el poder en ese momento, era una constante guerra entre la vida y la muerte, pues no importaría quien se sentara en el Trono de Hierro si ellos atravesaban el muro. Entonces asumió que valía la pena. Que valía la pena alejarse de sus hijos para detener esa locura.

Tal vez no sea más que otra pieza en estos juegos ­pensó mientras volvía a montar en aquel alce, pero necesito que los vivos ganen para que mis hijos puedan crecer.

Lyanna, a pesar de haber despertado hace más de dos lunas, por primera vez se sintió viva.











Pasaron semanas desde ese momento. Manosfrías, en su silencio sepulcral, la guio por medio de la nieve que parecía incrementar por segundos. Él no parecía necesitar descanso, pero paraba una vez al día por Lyanna. Descansaban solo de día y por no mas que cuatro horas, tiempo en el que Lyanna aprovechaba para satisfacer todas sus necesidades, aparte de practicar un poco con las armas, tarea en la que Manosfrías se veía dispuesto a ayudarla en esa tarea.

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