Capítulo XVI

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Despertó horas después con un maestre tomándole la temperatura y la mirada desesperada de su marido. Trato de pararse, pero el maestre se lo impidió mientras le pedía que por favor se mantuviera acostada.

— ¿Qué pasa? —pregunto Lyanna con voz ronca —. ¿Jaime?

Su esposo se acercó y se acostó a su lado, tomándola entre sus brazos.

— ¿Puede seguir mi dedo por favor? —pregunto el maestre mientras movía su dedo frente su rostro. Lyanna obedeció en silencio, sorprendida por la repentina cercanía de su esposo.

Luego de un par de exámenes más, el maestre determino que ella se encontraba en buenas condiciones y que pasaría al día siguiente para revisarla, que probablemente solo una mezcla de calor y falta de alimento.

Lyanna se removió en brazos de su marido y comenzó a sollozar, sin saber muy bien el por qué. Jaime solo la abrazo en silencio mientras ella lloraba sin poder contenerse. Se aferró a su esposo con desesperación, totalmente fuera de control. Se sentía perdida, a la deriva y totalmente confundida.

Cuando ya se hubo tranquilizado se alejó un poco de Jaime y se limpió el rostro con una de las toallas que había dejado el Maestre.

— Tuve que derribar la puerta. Vine... vine a recoger unas cosas y encontré la habitación cerrada. La toque repetidas veces —la voz de Jaime resonó en la habitación, con una mezcla de furia y desesperación —. Me dijeron que estabas adentro. Que habías llegado corriendo y cerraste la puerta tras de ti. Me preocupe y patee la puerta. Te encontré desparramada en la silla con los ojos... con las pupilas totalmente blancas. Trate de despertarte, pero comenzaste a temblar y tuviste fiebre —tuvo que hacer un esfuerzo para seguir hablando —. Te sostuve y te sacudía, pero es como si te hubieras ido. Como si solo tu cuerpo estuviera aquí. Yo... temí perderte.

Lyanna se sorprendió de lo cerca que estaba Jaime de descifrarlo. Estiro su mano y acaricio su mejilla con delicadeza, sintiendo una sensación caliente en el vientre al verlo preocupado y tan vulnerable.

— ¿Crees que me rendiría tan fácil? —susurró en tono juguetón Lyanna y decidió ser sincera de una vez—. Si lo único que me mantiene entera son tus brazos cada noche —no pudo evitar bajar la cabeza y mirar sus manos —. Al menos las noches que te quedas conmigo.

Tal vez era el rastro de lágrimas en sus mejillas o sus ojos preciosos tan hinchados, pero Jaime Lannister nunca se había sentido peor y eso que había hecho cosas horribles. Pensó que tal vez ella quería alejarse, tener espacio. Lamentarse por su hogar y su amor perdido, aunque de manera más mezquina quería que Lyanna se sintiera como él se sentía al verla llorar por otro hombre.

— Pensé...

— ¿Y por qué no preguntaste? —su voz no estaba enfadada, si no derramaba un cariño absoluto que hizo que Jaime sintiera ganas de llorar —. Si me hicieras infeliz te lo hubiera dicho. Si no te deseara jamás hubiera compartido lecho contigo. No estoy segura si te amo Jaime Lannister, pero estar casada contigo es lo mejor que me ha pasado desde que deje Invernalia.

— Pensé que extrañabas a tu bastardo.

— ¿Jon? —rio Lyanna y el sonido de su risa hizo al corazón de Jaime estremecerse —. Claro que lo extraño. Siempre lo hare, pero tú eres mi esposo Jaime. ¿realmente crees que te faltaría el respeto de esa manera? ¿deprimiéndome por un amor perdido?

Jaime busco en su expresión si ella mentía. Y no lo encontró. Al menos que Lyanna fuera tan buena mentirosa como Cersei, lo que decía era verdad, lo que le hizo sentirse como basura.

— Soy un tonto —sonrió un poco ante la mirada de su esposa, que seguía cargada de cariño. Jamás le habían mirado de esa manera.

— No lo eres. Es solo que nunca te habían querido de la manera correcta.

Esa fue la primera noche que realmente hicieron el amor. No se habían dicho que se amaban y tal vez aun no lo hacían, pero desarrollaron una conexión única y hermosa, ese tipo de conexión que no puedes formar fácilmente.

Jaime amaba a su hermana con locura. Era la única mujer a la que había amado pero las palabras de Lyanna resonaban en su mente. Estaba seguro de que Cersei lo amaba tanto como podía amar a otra persona que no fueran sus hijos y a ella misma, pero tal vez no era la manera en la que alguien debía ser amado. Miro a su esposa dormir sobre él, como si no hubiera dormido en meses y sintió algo moverse en su pecho, una sensación que lo inundaba y hacía que todo fuera más brillante y cálido. Sentir a Lyanna entre sus brazos se sentía correcto. No tendría que correr a esconderse antes del amanecer. Podría tomar su mano mientras caminaran, darle besos cuando se le antojara y se dio cuenta, que, contra todo pronóstico, podría amar sinceramente a su esposa.

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