Capítulo II

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Por un momento, Jon se sintió como un niño otra vez. Recordó cuando la vio por primera vez, cuando era solo una niña, pero incluso entonces su sonrisa podía calentarle el corazón y el de todos en el "infierno helado" que era su hogar. Lyanna había sido una jovenzuela alegre, inteligente y risueña. En su opinión, todo lo opuesto a él, a pesar de que ambos eran bastardos y se llevaban muy bien.

- Cuando crezcamos, podríamos irnos a Dorne. Ahí los bastardos somos iguales a los demás – le conto una de las veces que Lady Catelyn había sido cruel con él –. Ahí si podríamos ser solo Jon Snow y Lyanna Arena.

Después fue una joven hermosa y fascinante. Inteligente, sabia, buena y honorable. Con ocurrencias que incluso hacían sonreír a su serio padre. Cuando iba de camino a la Guardia de la Noche, hace tantos años ya, soñó en como seria reencontrarse con ella. Se imagino que él iría de visita a Invernalia junto a su tío Benjen y que, tal vez, Lyanna iría también.

Se la imagino mayor y del brazo de un hombre que la amaba, como todos aquellos que la conocían, mientras guiaba a un par de niños por los pasillos del castillo, pero que cuando se encontraba con él, le regalaba una de aquellas sonrisas que solo aparecían en su rostro cuando veía a Jon, al igual que sus ojos se iluminarían al verle.

¡Que niño había sido! Aunque ni siquiera alguien con cientos de años hubiera imaginado que su padre moriría, su hermano iría a guerra y también perecería al igual que su pequeño hermanito, aquel que no pudo salvar. En sus momentos de desesperación, especialmente después de perder a Ygritte, su único consuelo era que su Lyanna estaba bien. Que, por lo menos, parte de sus sueños eran ciertos. Que era amada, respetada, y por lo que las noticias decían, feliz.

Se sintió destruido cuando se enteró que murió repentinamente. Que había dejado a sus dos pequeños niños, a quienes imaginaba iguales a Lyanna, sin madre. Como él. Recordó que se preguntaba constantemente si Arthur y Joanna, así se llamaban, preguntaban por su madre como él lo había hecho. En aquel momento no tenia tiempo que perder, pues estaba a punto de partir a Hardhome con los barcos de Stannis Baratheon. Ni pensar que al regresar él también seria asesinado, resucitado y, no sabía muy bien cómo, termino como Rey en el Norte.

Daenerys se aclaro la garganta llamando la atención de Jon. Al parecer, el rey se había quedado encerrado en sus recuerdos, otra vez, tratando de procesar la imagen de la persona que estaba delante suyo.

Entonces, vio a Lyanna de verdad.

Y no quedaba nada ahí. Solo parecía una carcasa vacía.

Obviamente era ella, su Lyanna. Con el cabello corto, los ojos cansados, más delgada y llena de cicatrices, pero sus ojos eran del mismo color violeta que lo había acompañado en sueños toda su vida. Aun así, en sus ojos estaba la principal diferencia. Antes, con solo mirar sus ojos, podías saber que sentía, que pensaba y sus intenciones. Claro, si la conocías bien. Ahora, sus ojos no transmitían nada, solo un vacío y cansancio infinito.

Jon no se dio cuenta que cubría su rostro con sus manos ni que un par de lágrimas se habían deslizado por su rostro hasta que Lyanna se acercó y le alejo las manos del rostro.

- Me alegra saber que estas bien – las palabras sonaban alienígenas en su boca, con aquel mismo tono monótono de antes –. Mi Rey.

Con movimientos, tan elegantes que resultaron abrumadores, ella se acercó y recogió lentamente sus espadas del suelo. Una se la ato a la espalda, como solía hacerlo, y la otra la dejo en el suelo frente a él y clavo una rodilla en el suelo, mirándolo fijamente.

- Soy tuya, mi Rey. Guardare tu espalda y daré mi vida por ti si es necesario. Lo juro por los Antiguos Dioses y los Nuevos.


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