Capítulo XX

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Tres días pasaron desde el arresto de Ned y Sansa no volvió a llorar después del primer día. La reina había encerrado a la niña en una de las habitaciones de la Torre de Maegor.

—Debemos explicarle la situación, ella entenderá —suplicaba Lyanna a Cersei —. Es una niña razonable majestad, y ama muchísimo al Rey Joffrey.

La reina observaba a su cuñada de manera pensativa. El día del arresto de Lord Eddard unos guardias la habían encontrado con manchas de sangre en las faldas, el cabello despeinado y con las manos protegiendo su vientre. Lyanna afirmó que estaba en uno de los patios de la Fortaleza Roja cuando la matanza comenzó y que salió huyendo. Afirmo no saber de dónde venía la sangre y exigió saber que pasaba con pánico y desesperación.

Lyanna sabía que su única salida era actuar como una Lady, horrorizada por la sangre y el temor. Rogo a los Dioses que Jaime no le contara a su hermana sobre su habilidad con la espada y demás, con esa información la reina deduciría que realmente no le asustaba la sangre y que ella había sido quien sacó a Arya Stark de la Fortaleza Roja.

— Ser Boros —llamó Cersei después de otra serie de ruegos por parte de Lyanna —. Vaya a traer a Lady Sansa aquí, lo más rápido posible.

Lyanna suspiro aliviada, tenía que ver a Sansa con sus propios ojos. Le juro, hace lo que parece una vida, que velaría la vida de las hijas de Ned. Arya estaba bien, sola y perdida en la ciudad, pero libre. A diferencia de Sansa, Arya jamás sobreviviría a los Lannister. Y Sansa jamás sobreviviría a las calles. Al parecer los Dioses velaban de alguna forma por ellos.

Las dos Lannister compartieron una mirada. Lyanna no despego la mirada de los ojos de Cersei, acariciando protectoramente su vientre.

— Alteza, he traído a la niña —Ser Boros llego después de un momento.

Sansa vio a la reina con la cara serena y después clavo la mirada de Lyanna, quien miraba al vacío. Vio los ojos cansados y algo hinchados de la embarazada y comprendió lo mala que era la situación. Peor de lo que pensaba.

— Mi reina —saludó con una inclinación educada a Cersei —. Lady Lyanna.

Lyanna solo pudo dedicarle una sonrisa de aliento, aun sin verla del todo, aliviada de que sus instintos no se habían equivocado. Sansa viviría, tal vez no una buena vida, pero viviría.

— Siéntate Sansa —dijo dulcemente la reina mientras la pelirroja obedecía.

Obedeciendo una orden silenciosa, Lyanna dejo entrar a la sala a Varys, el eunuco. Ambos compartieron una mirada llena de pesar.

— Sansa, mi dulce niña —Cersei hablaba y Lyanna cerró los ojos dándole la espalda. Tenía muchísimo miedo—. Eres una niña preciosa, espero que sepas cuanto te amamos Joffrey y yo.

— ¿De verdad? —pregunto la niña, haciendo que Lyanna la observe fijamente. Sansa pareció olvidarse de todo, enfocándose en la estúpida supuesta declaración de amor que la reina le hizo. Varys le toco ligeramente el brazo al pasar lo que devolvió a Lyanna a la realidad, pues se estaba aguantando las ganas de abofetear a la pelirroja.

— Yo casi te considero una hija. Y mi cuñada aquí te considera una hermana —dijo Cersei sonriendo al mismo tiempo que Lyanna componía una sonrisa y miraba a Sansa—. Casi eres parte de nuestra familia. Y además se cuánto amas a Joffrey. Pero debo darte una mala noticia pequeña mía, sobre tu Lord padre.

— ¿Qué pasó? —Sansa clavo la vista en Lyanna, cuya expresión era indescifrable. Lord Varys guio a la embarazada a un sillón cercano. Sansa recién noto lo enorme que se había puesto Lyanna.

— Es un traidor Sansa —respondió Lyanna con voz suave y controlada.

— Conspiro para arrebatarle el trono al príncipe Joffrey —explico Varys con voz aterciopelada.

— No —farfulló Sansa—. Imposible. ¡Tú lo conocías Lyanna! Sabes que mi padre jamás haría tal cosa.

— Esta es una carta que tenía el jefe de la guardia Sansa. Invitaba a Stannis a apoderarse del reino —explico Cersei pasándole un papel cubierto de sangre.

Lyanna cerró los ojos otra vez, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con salir. Por un momento, se imaginó a Jaime rodeándola con los brazos y susurrando algún comentario sarcástico en su oído. Le extrañaba mucho, pero si era cierto que él tuvo que ver con lo de Bran no podía amarlo.

— Mi niña, si pudiera creer que no eres para nada parecida a tu padre te casaría con mi hijo, pero mis consejeros tienen razón. La sangre es muy pesada —la voz de Cersei saco a Lyanna de sus pensamientos—. Todavía recuerdo a tu hermana atacando con un lobo Joffrey.

— ¡Yo no soy como Arya! —gritaba Sansa, cayendo redondita en la trampa de la reina—. ¡Yo no llevo la sangre del traidor!

Por eso Lady murió —pensó Lyanna—. Sansa no ama el norte. Y por eso sobrevivirá en el sur.

— Te creo niña —sonrió Cersei viendo a la niña —. Creo que si el resto de su familia no hay problema con la boda.

— Lord Eddard tiene tres hijos varones... — comenzó Meñique que observaba todo desde el fondo de la habitación.

— Son solo niños. Si Eddard es enviado al muro y Sansa está a salvo aquí, no tienen por qué hacer nada —afirmo Lyanna mirando con desprecio al pequeño hombre.

— ¡Hare lo que sea! ¡Por favor majestad! —rogaba Sansa, apunto de arrodillarse.

— Mi dulce niña —sonrió Cersei acariciando la mejilla de Sansa —. Si que puedes hacer algo. ¿Sabes escribir?

Los hijos de Lyanna se removieron y su mano corrió otra vez sobre su vientre. Se dio cuenta que sí que había algo más importante que el honor, los hijos. Se encargaría de que Lord Stark lo entendiera así podría volver a su familia. Pidió misericordia a los Dioses una vez más, pero al ver un cuervo parado en una de las ventanas se dio cuenta de que los Dioses eran todo menos misericordiosos.

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