Capítulo VI

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La Hermandad sin Estandartes había decrecido exponencialmente desde la muerte del Rey en el Norte, hecho que hizo que sus partidarios menguaran cada vez más. Varios cuestionaban el por qué Beric Dondarion y Thoros de Myr aun vagaban por los bosques, especialmente desde que el Lord hizo que su joven escudero le abandonara.

En esa particular ocasión, estaban acampando en uno de los claros que rodeaban el Camino Dorado. Thoros de Myr dirigía al pequeño grupo, quien a su vez era dirigido por el mismísimo R'hllor que le hablaba a través del fuego. Solo Lord Beric le seguía sin rechistar.

-        ¿Por qué? – preguntaban todos –. Estamos muy cerca de Desembarco del Rey. Y si seguimos el camino llegaremos a Roca Casterly. ¿Acaso su dios pretende nuestra muerte?

A decir verdad, ni siquiera el mismo sacerdote sabia la razón de su presencia en aquel lugar, pero veía en el fuego a una pequeña caravana. Sabía que tenían que atacar esa caravana.

Cuando la vieron, atacaron sin dudar, con la eficiencia de siempre. Solo eran un par de capas doradas y cuatro jinetes rodeando un carruaje. Acabaron con ellos con facilidad, ya que los caballos de los jinetees huyeron asustados ante la visión de las espadas en llamas de Thoros de Myr y Beric Dondarion.

Esperaron aun menos lo que encontraron dentro. El cadáver de una hermosa mujer con largos rizos negros hermosamente peinados y lavados, vestida con sedas azules y doradas que en otra ocasión hubieran hecho sus ojos brillar como estrellas. Las piedras ceremoniales estaban en el suelo del carruaje y una de sus manos caía flácida a un lado de su cuerpo, pero la otra se aferraba tiesamente a su vientre. No parecía ni tener dos días de fallecida.

Beric no la reconoció, pero Thoros sí. Tenía el rostro de la pobre muchacha tatuado a fuego en sus pupilas. Su dios le había mostrado demasiadas veces su rostro.

-        Lyanna Dayne – la presento Thoros –. Ella seria tu sobrina a estas alturas.

-        Dayne – susurro Beric –. ¿Cómo Edric?

-        Como Edric. Su prima.

Con una orden rápida sus acompañantes llevaron en brazos a la Lady a su campamento, lugar en el que el fuego brillaba con mas intensidad que nunca, tornándose de colores de brillantes, vivos.

-        ¿Deberíamos quemarla? – pregunto uno los que ayudo a trasladarla –. Su dios parece quererla a su lado.

-        La quiere a nuestro lado – susurro Beric, mirando significativamente a Thoros.

-        Supongo que, si pude hacerlo contigo, podre hacerlo por ella – contesto Thoros mientras se ponía de pie y se acercaba al cadáver de la Lady.

Todos sus acompañantes contuvieron la respiración. Todos habían visto por lo menos una vez el milagro.

Thoros de Myr rezo un momento arrodillado antes de llenarse de fuego y besar los labios fríos de Lyanna Dayne, transmitiéndole todo el fuego a través de los labios.

Pasaron unos segundos interminables y cuando Thoros decidió que no había funcionado, Lyanna se estremeció entre sus brazos, mirando alrededor horrorizada, tan aterrada que fue incapaz de gritar.











Fue como despertar después de haber bebido muchísima leche de amapola, solo que no con la cabeza dando vueltas y demás, si no con la mente tan afilada como antes. Lyanna recordaba su sueño. Recordaba el rostro de su padre y el de Rhaegar Targaryen al igual que la triste mirada del cuervo. Y también recordaba la silueta del hombre al lado de su cama en medio de la oscuridad. Por mas que se esforzaba, no lograba ponerle un rostro a su asesino.

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