Capítulo VI

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Las puntadas de Sansa eran perfectas como siempre. Lyanna y Arya observaron a la jovencita reír y coser junto a las otras doncellas de Invernalia y la princesa Myrcella mientras ellas no podían evitar mirarla con cierta envidia.

— ¿Qué les parece el príncipe Joffrey? —preguntó de repente Sansa a su hermana y a Lady Dayne.

En las semanas anteriores, Lyanna no puedo evitar notar que la pelirroja pasaba demasiado tiempo con el príncipe y que esta era un reverendo imbécil. Altivo, maleducado, sobreprotegido. Cruel. Aunque sus modales excelentes podían disimularlo bastante bien.

— Jon... —empezó Arya a contestar.

— Nuestro medio hermano esta celoso porque solo es un bastardo —replico Sansa al darse cuenta que su hermana estaba a punto de insultar al príncipe.

Normalmente Lyanna habría saltado a defender a Jon de las crueles palabras de Sansa, pero no volvió a hablar con él desde el festín de bienvenida. Después de su mañana con Jaime y ya con un vestido y su aspecto de Lady digna de ir a vivir a la corte, había tratado de acercarse al bastardo durante el desayuno, ya que estaban sentados en la misma mesa. Le sonrió coqueta, pero él no le devolvió la sonrisa, ni siquiera se dignó a mirarla. Atribuyendo su actitud a la presencia de la familia real, procedió a buscarlo mientras él cepillaba a los caballos, como todos los días. En cuanto ella entro al establo Jon salió apresurado, casi llevándosela por delante. Se negó a creer que Jon huía de ella y lo atribuyo a los gritos de Lady Catelyn, que siempre exigían que todo sea perfecto.

En la noche, ella salió y fue a la habitación de Jon, que estaba cerrada con llave otra vez. Toco la puerta tímidamente y escucho a Fantasma olisquear por debajo de la puerta, pero aun así no recibió respuesta. Hizo eso por los siguientes cinco días. Hasta que se cansó y dejo de buscarlo.

Su corazón se estremecía de anhelo cada vez que lo veía y sus sentidos se agudizaban cada vez que ella escuchaba su voz, pero con la poca dignidad que le quedaba también le ignoraba.

— ¡No hables así de él! —gritó Arya, haciendo que todas las doncellas se quedaran calladas y la Septa se pusiera de pie, acercándose enfadada a niña.

— ¡Arya! ¡Comportarse así frente a la princesa! —la pobre niña rubia se veía abochornada mientras la Septa gritaba —. Tu madre se enterará de esto.

Arya miro a Lyanna con la mirada llorosa, esperando sus usuales defensas, pero la joven se veía perdida con las ojeras más marcadas que nunca y la mirada cansada. Con una disculpa educada, la niña salió corriendo de la habitación.

Lyanna se puso de pie y se dispuso a salir detrás de la niña, ignorando las protestas de la Septa y siguiendo a la niña hacia el patio, donde los jóvenes entrenaban. Encontró a Arya sentada en un alfeizar cercano al lado de Jon Snow. Con toda la determinación e indiferencia posible la joven se dirigió a la niña y tomo su mano a manera de disculpa, sin confiar en su voz.

Por su parte, Jon Snow la había pasado peor que la joven Dayne. Al menos eso era lo que él se repetía constantemente, pensando siempre en la conversación que había tenido con su Tío Benjen.

La vida de un bastardo era triste y solitaria y el jamás le haría eso a nadie. Pensaba constantemente en su última noche con Lyanna y lo cerca que había estado de deshonrarla. Todos los días pensaba en ella, en sus labios y en su piel hermosa y se castigaba constantemente, considerándose poco digno de ella. Y cada vez su decisión de alejarse antes de separarse para siempre flaqueaba al verla aparecer en hermosos vestidos, ya que ella usualmente no los usaba. Al menos no usaba vestidos que resaltaran su hermosa figura y exponían sus clavículas que él había tenido la suerte de besar.

Todo mejoro, o empeoro, al ver lo cercana que ella se hacía al hermano de la reina. No había podido evitar notar las ojeras de la Lady y su mirada triste, pero siempre que estaba con el caballero, este lograba arrancarle una sonrisa. Había escuchado un par de veces como Jaime Lannister le contaba a Lyanna historias sobre Arthur Dayne, y su propia historia, historias sobre el escudero que salvo la vida de su señor y después se enfrentó al Caballero Sonriente, ese legendario rufián al que ni siquiera Ser Barristan pudo vencer. Solo Arthur Dayne, La Espada del Alba, había acabado con el rufián y como reconocimiento por su valor, había nombrado a un niño Jaime Lannister caballero.

Jon Snow se quedó congelado al verla tan cerca. Llevaba un vestido gris claro y el cabello totalmente suelto. Su corazón latió con fuerza, pero ella le ignoro completamente mientras tomaba la mano de Arya.

— ¿Por qué no estas con ellos Jon? —pregunto Arya mirando a su hermano.

— Solo las espadas legítimas pueden herir a un príncipe, hermanita —le dijo señalando a Bran y al príncipe Tommen practicar. Ambos parecían más un par de pelotas que espadachines.

En el campo, el príncipe Joffrey, a pesar de ser de la edad de Sansa, era mucho más alto que Robb y exigía una batalla de espadas de verdad. Lyanna rodo los ojos con enojo y apretó los dientes. Gracias a los Dioses, Ser Rodrick le detuvo a pesar de tener unos pequeños problemas con Sandor Clegane. El príncipe se burló vilmente de Robb y Lyanna no pudo evitar acercarse para detener el escándalo. No vio a Jaime Lannister acercarse y tomarla delicadamente del brazo.

— Yo no haría eso si fuera tu Lyanna —susurró en su oído. Su tono no era nada amenazante, sino algo ansioso, como si se preocupara por ella.

Jon Snow observaba la escena. Se había puesto de pie al ver a Lyanna acercarse al príncipe ya que estaba seguro que le daría una bofetada. Se sorprendió de ver al Lannister deslizarse silencioso y ágil entre ellos, susurrándole algo en el oído y deteniéndola. Vio como Lyanna respiraba un par de veces y asentía, dedicándole una sonrisa al caballero, quien solo le devolvió la sonrisa. Jon, con la mirada perdida, abandono el lugar sin ver atrás.

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