Capítulo XIV

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Pasaron días desde su boda, días felices. Lyanna era conocida como Lady Lannister y todos se apresuraban a tratar de complacerla. La vieron cenando con su suegro y muchos afirmaron que no habían visto reír así a Tywin Lannister desde la muerte de su esposa. Los que si parecían evitar a toda costa la presencia de Lyanna eran los reyes pues la reina, a pesar de las órdenes de su padre, siempre parecía ocupada cuando Lord Tywin buscaba "momentos familiares".

Jaime Lannister no se separó de su esposa en ningún momento, ni siquiera cuando esta decidió cenar con las hijas de la Mano del Rey. Sansa Stark se mostró emocionada y con modales excepcionales durante toda aquella velada, pero Arya Stark hacia estallar en carcajadas a Lyanna, quien no dudo en tratar de hacer que su esposo tomara parte de las conversaciones. Incluso Jory, jefe de la guardia de la mano, se permitió reír y convivir con ellos.

Tywin Lannister dejó la capital unos cuantos días antes del Torneo de la Mano, diciendo que no podía dejar sola tanto tiempo a Roca Casterly y que esperaba a su heredero y a su esposa en casa dentro de unos meses

Lyanna y Jaime Lannister se llevaban mejor cada día. Él seguía siendo alguien demasiado orgulloso y altivo cuando caminaba por los pasillos de la corte, extrañado de no llevar armadura, pero cuando estaba con su esposa era el ser más dulce del mundo. A ella no le gustaba eso, pero no podía resistirse a los coqueteos y atenciones que él le brindaba.

Una noche, después de intentar hacer un heredero, Jaime se atrevió a plantear una duda que lo invadía.

— ¿Por qué los Stark? —pregunto acariciando la espalda desnuda de su esposa —. No veo que le tengas tanto amor a los Martell como el que profesas a los Stark.

Lyanna se sentó en la cama para poder mirarlo fijamente, mientras Jaime luchaba por no desviar la vista a los senos desnudos de la muchacha. Tal vez no la amaba, pero se dio cuenta de que la deseaba con cada parte de su ser, y ella había aprendido a dejarse llevar por el placer y disfrutaba mucho su tiempo juntos.

— Respeto mucho a los Martell. Aun lo hago. Incluso siento un cariño único por ellos. Junto a tu padre y Tyrion, Oberyn y Doran son las personas más brillantes del Reino. Ellos me instruyeron y me enseñaron casi todo lo que se —sonrió Lyanna divertida al ver que su esposo trataba de mantener la vista fija en sus ojos —. Sin embargo, fueron los Stark quienes me dieron una familia. Ned... no solo se preocupó de mi formación como una dama y demás, se preocupó de enseñarme sobre el honor, la justicia y todos los valores que fue capaz. Catelyn si fue alguien difícil, pero a pesar de estar en contra de todo lo que me gustara era la persona que limpiaba mis heridas cuando fallaba y velaba mis noches cuando enfermaba. Y los chicos... ¡Como los amo! Robb, mi dulce Robb, siempre tan competitivo y amable. Tú ya viste como me llevo con Arya y Sansa. Y los pequeños, mis dulces niños del verano. No pude ser más feliz que cuando escuche que Bran despertó y está sano —Lyanna hablaba con los ojos brillantes llenos de pasión y amor, así que no noto como la mirada de su esposo se ensombrecía a la mención de Bran —. Incluso Theon. Un chico engreído y altanero, pero tiene un buen corazón.

Jaime noto como su esposa evitaba hablar del bastardo. A veces la observaba desaparecer en el pequeño Bosque de los Dioses de la Fortaleza Roja donde, él estaba seguro, iba a sollozar bajito por Jon Snow, costumbre que ella comenzó a tener una vez que su padre abandono la capital.

Cada vez que Lyanna desaparecía, Jaime aprovechaba de visitar a su hermana para que no se sintiera abandonada, negándose a pensar que lo hacía por despecho y celos porque su esposa llorara por otro hombre.

Lyanna no sollozaba por Jon Snow, al menos no tan seguido. Su esposo tenía un sueño profundo y no se daba cuenta de los temblores que la levantaban cada noche aterrada. Ya no eran sueños en los que ella caminaba por diferentes locaciones en los que era una espectadora. Ahora se metía en varios animales. Unas veces paseaba como un gato en la ciudad, otras veces veía a Bran dormir y muchas más veces era aves. Muchas aves. Sobrevolaba sobre la nieve y pasaba sobre gritos horrorizados y catastróficos, llantos de niño y sangre. La sangre cubría grandes pedazos de tierra donde criaturas parecidas a la niebla se llevaban todos los rastros de la matanza. Criaturas con ojos azules como el hielo.

Ella no creía en los viejos dioses, pero ahí, en aquel intento de Bosque de los Dioses de la Fortaleza Roja, sentía paz. Mientras su esposo desaparecía algunas veces, ella iba a la gran biblioteca donde pedía pergaminos y libros sobre el norte, viejas leyendas y demás. Pronto, se dio cuenta que su madre le había dado el nombre de su tormento años atrás. Warg. Cambiapieles.

Pensó en aquel que era un antepasado suyo, ese que los Dornienses afirman que logro derribar a un dragón metiéndose en el durante la primera guerra Dorniense durante los tiempos de Aegon I. Se preguntó si alguna vez su madre presentó alguna de estas habilidades.

Sollozaba en medio de los árboles por temor y terror. Y odio hacia los Dioses, Nuevos y Antiguos, por darle ese poder sin propósito alguno.

Pasaron unos días. Lyanna jamás hablo con nadie sobre sus habilidades, y su esposo tomaba su cansancio como infelicidad, cosa que no sentía. Todas las mañanas despertaba a su esposo con sonrisas, le acompañaba donde le pidiera, compartía anécdotas con él y en el coito hacia lo que sea por complacerlo, pero Jaime solo notaba sus ojeras de cansancio, como dejo de hablar con quienes amaban y como su esposa, en vez de florecer como las novias lo hacían, parecía marchitarse poco a poco.

Uno de esos días, luego de ver partir a su esposo hacia el llamado de la reina, decidió visitar a los Stark en la Torre de la Mano. Ned no estaba, ya que todo el tiempo parecía estar en reuniones de consejo. Sansa estaba junto a la Septa, cociendo como siempre, y la pequeña Arya no estaba.

— ¿Dónde está Arya? —pregunto Lyanna después de un par de horas de charlar con Sansa, quien no parecía notar lo deteriorada de su amiga y no paraba de hablar del príncipe.

— En sus clases de danza. Se la pasa todo el día ahí desde hace un par de días —contesto distraídamente Sansa antes de comenzar su parloteo otra vez.

Lyanna logro escabullirse de la charlatana doncella y fue al salón donde la niña bailaba. No se sorprendió del todo cuando vio a Arya esgrimir una espada de madera frente a un hombre claramente de Braavos. Lord Stark debió descubrir la espada que mando a hacer Jon para ella. Con una sonrisa brillante observo a la niña tratar de mantener el equilibrio con su espada en una mano.

— Danza del agua —comentó Lyanna acercándose al instructor y a Arya —. Lamentablemente no pude aprender demasiado de ella antes de que me enviaran al Norte.

— ¡Lyanna! —grito la niña mientras se abalanzaba sobre ella en un gran abrazo —Pensé que te habías olvidado de nosotros, pero papá dijo que la vida de casada es muy ocupada y que no te molestáramos.

— Tu nunca molestas —sonrió Lyanna devolviéndole el abrazo y besando su cabeza —. Siempre que lo necesites ven a mi —levanto la vista hacia el hombre que las observaba curioso —. Lamento mis modales. Soy Lyanna Da... Lannister.

— Soy Syrio Forel, primera espada de Braavos a su servicio mi Lady —el hombre se inclinó y beso el anillo de Lyanna.

Después de esa presentación Lyanna visitaría a Arya por lo menos un par de veces por semana. Syrio se declaró el mayor fan de la belleza de Lyanna y siempre la llenaba de halagos y la dejaba unirse a las lecciones, sorprendido por la gracia de la Lady. Arya solo reiría, feliz de ver a su amiga con los ojos brillantes otra vez, al menos cuando estaba con ella.

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