Capítulo VIII

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Lyanna Dayne y Jon Snow se encontraban uno sobre el otro sin poder dejar de besarse. Habían corrido apresurados a la habitación del bastardo, dejando atrás incluso Fantasma, y cerraron la puerta con llave.

Jon dejaba un rastro de besos a lo largo de su mandíbula, bajando por su cuello de manera delicada pero muy urgente. Lyanna se mordía los labios para mantenerse en silencio mientras ladeaba su cuello para darle mejor acceso mientras enredaba sus dedos en sus hermosos risos negros. Cuando ella acerco sus manos hacia su cinturón él se detuvo.

— Por favor... quédate quieta. Si te mueves... yo... — Lyanna asintió en silencio comprendiendo lo que decía Jon. No quería tomar su doncellez. No quería deshonrarla, pero se conformaba con poder tenerla entre sus brazos una última vez.

Así continuaron, el explorando su cuerpo y ella repitiendo constantemente.

— Te amo Jon Snow.

Ambos descansan abrazados en la cama de Jon, poniéndose al día con las cabezas juntas sintiéndose estúpidos por no haber pasado juntos ese tiempo. Se sentían felices, pero la inevitable partida de ambos hizo que se sentaran y se miraran con tristeza.

— Tranquila. Te casaras con alguien a quien podrás amar. Tendrás una familia y serás la Lady de una gran fortaleza. Tendrás hijos hermosos a los que les contaras historias y entrenaras con espadas. Y tal vez decidas venir al norte con tu familia. Nada me haría más feliz que volverte a ver y conocer a tus hijos... — Jon la abrazo acariciando su espalda y besando su frente con cada frase.

— Y tú serás un héroe. Serás jefe de los exploradores y derrotaras a todas las amenazas del norte del muro. Te nombraran Lord Comandante y la guardia nocturna volverá a sus días de gloria bajo tu mando. Le contare sobre ti a mis hijos, no solo sobre el héroe, si no sobre el chico que se ganó mi corazón...

Fueron interrumpidos por un aullido lastimero que fue coreado por Fantasma que se encontraba haciendo guardia en la puerta. Ambos se miraron asustados y salieron corriendo. Los ojos rojos de Fantasma miraban a Jon con muchísima desesperación y corrió, alejándose de ahí. Ambos le siguieron hacia el patio. El corazón de Lyanna latía irregularmente mientras corría y en su mente apareció la imagen del cuervo de tres ojos que había soñado.

Quince días habían pasado. La imagen del cuerpo maltrecho de Bran en el suelo se repetía una y otra vez en la mente de Lyanna Dayne. Ella se había quedado paralizada mientras Jon corría por ayuda. Entre varios hombres se llevaron al pequeño en una tabla que encontraron.

Lyanna se sentó a los pies de la Torre Rota abrazando sus rodillas sin dejar de llorar. Bran nunca cae. Bran nunca cae. Alguien la había encontrado ahí y trato de llevarla a su habitación, pero ella corrió con el maestre. Todos los Stark se encontraban ahí junto al Rey Robert, esperando. Y durante los siguientes días no pudieron hacer más.

Jon no fue a visitar a su pequeño hermano ya que Lady Stark estaba ahí, sin despegarse de él, pero aun así esperaba a que Lyanna se deslizara a su habitación unas horas antes del amanecer y contarle lo poco que el Maestre Luwin podía decirles y hacer que ella durmiera por unas horas antes de que corriera a hacer guardia otra vez.

Cuando recién pasaron un par de días, Lyanna se encontraba rezando en las criptas. Habría ido al Bosque de los Dioses, pero algo en su interior la alejaba de allí. Pasó por el lugar observando los rostros severos de los Stark y se quedó frente a una estatua específica. Lyanna Stark, la doncella por la cual ardieron los siete reinos. La mujer por la cual había recibido su nombre y por la cual su madre lloro años después de que la Lady muriera. Encendió un par de velas y una pequeña pluma se deslizo de la mano de la estatua. Se mantuvo en silencio así, rogándole a todas aquellas estatuas que velaran por la vida de Bran.

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