Capítulo XXXI

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Lyanna despertó en el camarote de un barco, con un dolor que parecía no disminuir y con casi todo el cuerpo vendado.

— ¡Necesito más leche de amapola! —la voz de Jaime invadió la habitación.

El dolor era demasiado intenso, así que Lyanna no protestó cuando Jaime le ayudó a beber desesperadamente la medicina, para volver a caer en la inconsciencia.

La siguiente vez que despertó, Jon era quien sostenía su mano, dejando suaves besos en sus nudillos.

— Vamos, mi amor —susurraba—, es hora de que despiertes. Nos esperan en Bastión de Tormentas con un gran banquete de victoria. Invernalia... no es habitable. Hay demasiados cadáveres. Pasamos un par de días reuniendo a los nuestros, pero debimos partir. Unos cuantos se quedaron a limpiar y recuperarse, como todo el pueblo libre. Sabía que tú no querrías quedarte.

Lyanna se enfocó en él, quien se encontraba sentado en una silla al lado de su cama.

— El Lannister esta dando órdenes a sus hombres y Daenerys debía reunirse con sus consejeros lo más pronto posible, así que se adelantó en Drogón —Jon sonaba algo nervioso, pero su tono era de completa adoración—. Rhaegal nos esta escoltando, aunque no creemos que haya enemigos cercanos. Podría cargarte afuera. El sol brilla más que nunca.

A manera de respuesta, Lyanna solo pudo apretar ligeramente la mano de Jon ya que su garganta estaba algo seca. Jon pareció darse cuenta y le sirvió un poco de agua para dársela.

— Tus heridas no son tan graves como pensé que eran —Jon le explicaba mientras le ayudaba a beber—. Te mantuvimos inconsciente durante unos días por el dolor. Varios tuvieron quemaduras y por una vez tuvimos medicinas demás, así que ordene que les ahorraran el dolor.

— Serías un gran Rey —susurró Lyanna, sonriéndole levemente.

— Ya lo fui una vez —Jon se acercó y apoyó la cabeza en la pierna sana de Lyanna—. No es un trabajo agradable. Además... Ya di demasiado por este Reino. Ya pagué la deuda que mi padre contrajo por casarse con mi madre.

— No era tu deber —contestó Lyanna—. Lo hiciste porque tenía que hacerse.

— Y para poder vivir la vida que quiero a partir de ahora —Jon le sonrió abiertamente—. No le debo nada a nadie. Ahora puedo pedirte huir, de manera seria.

Lyanna estaba agotada. El cansancio la invadía y no podía pensar en nada más, y no era un agotamiento físico. Estaba cansada de dragones, muertos, magia y guerras. Quería dejar de vivir por los demás para poder enfocarse, por primera vez en su vida, en su felicidad. Y Jon se encontraba en esos planes.

Podría ir con Joanna y Arthur. Incluso llegar a algún acuerdo con Jaime, ya que los niños no la conocían para nada, ya no, y tendrían que acostumbrarse a ella. Jaime comprendería. Se lo debía.

Podrían vivir en algún pequeño pueblo al sur, cerca de Lannisport, para así poder ver a sus hijos.

Excepto... Daenerys era una Targaryen. Aegon V tenía la firme creencia de que el matrimonio entre hermanos para mantener la línea de sangre pura era la causa de la locura e inestabilidad de los Targaryen y Daenerys también era producto de aquello. Además... Jon y ella estaban casados.

El aspecto de la Reina era tan hermoso como una vez lo había sido el de Rhaella, pero el brillo de sus ojos se parecía al de Aerys, quien una vez fue un joven de gran potencial, quien muchos creían que sería un gran Rey. Podían haber enfrentado a la muerte, pero Daenerys aun resultaba aterradora.

— Desearía que no te hubieras casado —susurró Lyanna.

— Era necesario —Jon soltó un suspiro—. No debería ser tan complicado. El amarnos.

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