Capítulo VIII

1.2K 126 1
                                    

Era el aniversario número trescientos de la Conquista de Aegon. Y era el día de la boda de Joffrey. Ya había pasado una luna desde el retorno de Jaime Lannister a Desembarco del Rey, y hace mucho nadie veía al caballero sonreír de semejante forma.

Tyrion, como un pequeño regalo, encargo a Ser Bronn de Aguasnegras la difícil tarea de enseñar a su hermano mayor como pelear, esta vez con su mano izquierda. Bronn y Lyanna concordaron de que era como enseñar a un niño.

Uno de esos días, Jaime boto su espada de práctica con gran furia al suelo. Lyanna y sus hijos habían sido la única razón por la que no se rindió respecto a su mano, ellos, y el hecho de que su padre ordeno a Gregor Clegane que le cortara ambos brazos y las piernas a aquel que ordeno que le dejaran tullido.

Y pensando en Lyanna...

Su esposa llevaba la armadura ligera con la que entrenaba en Invernalia, con sus largos rizos amarrados desordenadamente en lo alto de su cabeza, y empujaba a sus pequeños hijos, dormidos, en su carrito, hacia el escondido patio donde Bronn lo golpeaba.

Esa había sido la tercera sesión de entrenamiento, y al ver la frustración de Jaime cada vez que regresaba, Lyanna decidió unírseles. Al fin y al cabo, a diferencia de Bronn, ella era ambidiestra, podía darle unos trucos a su esposo para aprender a manejar la mano izquierda, tal como ya lo hacía al enseñarle a escribir.

Fue un tiempo en que el matrimonio Lannister unió lazos, no solo recuperando lo que una vez habían construido, si no reforzándolo. Y así, llegaron al día de la boda de Joffrey. El día en que Jaime estrenaría su mano de oro.

-        Nada mal – sonreía Lyanna mientras le abrochaba los botones a su esposo –. Juraría que te pareces a un príncipe de cuento.

-        Y, como siempre, tu eres el caballero que viene a rescatarme – respondió juguetón Jaime tomándola de la cintura.

Lyanna deposito un casto beso en la mejilla de su esposo y se alejó de él. Lo deseaba, pero había tardado mucho tiempo en meterse a ese vestido, de un violeta azulado, que resaltaba sus ojos. Arthur y Joanna también iban vestidos de manera elegante, y ambos padres no pudieron evitar sonreír con un amor loco a sus hijos que babeaban sus mangas.

El itinerario del día era muy apretado. Los Lannister desayunarían con la reina y el rey, mientras que los Tyrell desayunarían entre ellos. Desde el regreso de Jaime, Lyanna tenía mucha más libertad que las lunas desde el compromiso de Tyrion y Sansa, pero aun así no podía moverse tranquila en los pasillos, por lo que no vio a sus cuñados tanto como hubiera deseado, pero los vería todo ese día.

Sansa estaba muy hermosa, pero las ojeras y los ojos llorosos aun la acompañaban, aunque aquel día existía un brillo particular en sus ojos, como si esperara algo. Cersei apenas le dirigió la mirada a Lyanna, pero clavo los ojos en su gemelo, que a la vez clavo la mirada en ella, desafiante, y entrelazo los dedos con su esposa.

-        ¡Buen día! – saludo Lyanna, representando a su pequeña familia, luciendo su mejor sonrisa y tomo su lugar entre Sansa y Jaime, con los mellizos sentados en mesitas para bebes cerca de ellos.

Después del desayuno, en el que Sansa ni ella comieron casi nada, Jaime comió por los tres y Tyrion bebió más de lo recomendable, comenzarían los regalos. En el Dominio existía la tradición de que tanto el novio y la novia recibirían regalos, de manera individual, la mañana de la boda, y que al día siguiente recibirían regalos como pareja.

Lyanna y Jaime, como tíos del rey, mandaron a hacer una ballesta hermosamente tallada con los emblemas de los guardianes de los siete reinos, con un león de oro y un ciervo coronado en el mango. Era hermosa, y haría feliz al rey. Querían hacerlo feliz, querían que estuviera del mejor humor posible para que dejara a la pobre Sansa en paz.

GuardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora