Capítulo III

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Desde la reunión entre todos los Lannister, no permitieron que Lyanna dejara su habitación sola y, sobre todo, impidieron que se acercara a Sansa. Principalmente por la reacción explosiva que tuvo delate de su suegro, el hermano de este y su cuñado cuando oyó del destino que le deparaba a la joven Stark. Y la pobre muchacha no sabía nada. Lyanna pidió hablar con Varys, con algún caballero, con cualquiera que no fuera un Lannister, supuestamente para mandar a comprar a la ciudad un par de sedas para regalarle a la futura novia, pero nunca nadie acudió a sus llamados.

Se dedico enteramente al cuidado de sus hijos que ya caminaban y comenzaban a decir sus primeras palabras. Se dedico a leer, tratando de tranquilizarse a sí misma. Tyrion era uno de los mejores hombres que había conocido. Sabía que Sansa no estaría nada contenta, pero el enano jamás le haría ningún daño o la tocaría si ella no quisiera. Y es ahí cuando los sueños se dieron cada noche hasta el día de la boda.

En el sueño, Lyanna se encontraba mirando por la ventana de la Fortaleza de los Tully. Era un cuervo, como siempre, y vio a Robb con su corona hablando con Edmure Tully, Lady Catelyn, el Pez Negro y el Gran Jon, su gente de más confianza, sobre el destino de Rickard Stark.

— Los Karkstark se han ido mi rey —informaba el Pez Negro —. El hijo del Lord está en Harrenhal con los Bolton.

— Podemos mantenerlo como prisionero. Si el hijo no te jura lealtad acabamos con el padre —sugería Edmure —. Y respecto a los niños Lannister que mato, no diremos nada.

— ¿Mentir?

— No mentir. Solo... callar. Hasta...

— ¿Qué los muertos se levanten de sus tumbas? —pregunto Robb irritado —. Uno de los niños era el hijo de Ser Kevan Lannister, y el otro era un Frey.

— No podremos retener los ejércitos de los Frey con esto más. No solo murió uno de sus nietos, sino que también rompiste tu juramento —contesto Edmure —. Walder Frey no se conformará ni conmigo casándome con alguna de sus hijas.

— Debiste haberlo pensado mejor, antes de casarte con Jeyne Westerling —hablo con voz queda Lady Catelyn —. El viejo Frey no es alguien fácil de tratar.

Lyanna se removió alarmada, haciendo que Robb clavara la vista en el cuervo que era ella.

— Ejecutaremos a Rickard Karkstark mañana. Y será mi mano la que lo haga.

De pronto se encontraba en otro lugar, más cercano a Desembarco del Rey. Al menos eso parecía. Sobrevoló tranquila, viendo a varios caballeros rodear a un hombre arrodillado frente a un tronco cercano y como otro desenvainaba su espada y la bajaba rápidamente. El hombre arrodillado comenzó a gritar de manera espantosa.

Lyanna despertó alarmada. Era relativamente temprano, ya había amanecido, pero el clima era lo suficientemente frio para que nadie más estuviera despierto.

— ¿Qué hiciste idiota? —susurró irritada antes de pararse y comenzar a cambiarse con furia, tratando de no despertar a sus hijos —. Así es como cae un reino. Mi dulce Robb, te quiero, pero ¿Qué mierda?

Siguió despotricando por lo bajo hasta que comprendió lo que significaba en relación con lo que dijo su suegro. "Hay guerras que se ganan con cartas y paciencia". Y los Westerling eran vasallos de los Lannister. Lyanna se sentó en su cama, con impotencia total, cubriéndose la cara con las manos.

Pensó en todas las posibilidades. Mandar una carta advirtiéndoles. Jamás lo lograría. No con los espías de la reina pisándole los talones al igual que los espías de su suegro. Además, con su suegro en la Capital y su esposo desaparecido, ¿A quién le escribiría? Pensó en pedirle ayuda a Tyrion, pero Tyrion era un Lannister por encima de otra cosa. Querría que su familia, sin importar cuanto le odiaran, ganara esta guerra. O tal vez Varys, pero algo en el eunuco, a pesar de su aparente amistad, aun no le inspiraba confianza como para llevar un mensaje.

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