Capítulo VI

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Jaime Lannister, después de rescatar a Brienne de los Bolton, cabalgo a sin detenerse nunca hasta que llegó a Desembarco del Rey. Y quedo impresionado por el olor a mierda de la capital. Una noche fría, hace mas de dos años, había huido de ahí después de herir a Eddard Stark. Robert Baratheon era rey en ese entonces y ahora lo era su hijo. Y a Ned Stark le habían cortado la cabeza.

Atravesó las puertas apresurado, ignorando insultos y murmuros que decían los ciudadanos que no lo reconocían. Jamás habrían osado hablarle mal si supieran quien era él.

Seguido de Brienne, que aun se recuperaba de una herida sangrante en el cuello, y de Qyburn, el pseudo maestre que le curo el muñón infectado, cabalgo a toda velocidad a la Fortaleza Roja, cuyas puertas estaban abiertas, pero una pared de capas doradas la bloqueaban. Mas bien Jaime reconoció a la armadura blanca que los dirigía.

-        Ser Meryn – saludo.

-        ¿Ser Jaime? – los ojos del Guardia Real se abrieron como platos.

-        Menos mal alguien me recuerda. Diles a tus hombres que se hagan a un lado.

Jaime había extrañado la sensación que causaba que alguien se apresurara a cumplir una orden suya. En el patio, se encontró con más Guardias Reales que antes no vestían la armadura blanca. Se dio cuenta que el castillo no había cambiado, pero la gente sí.

Cuando pregunto por su padre, le dijeron que estaba en reunión de consejo, así que se dirigió a la Torre de Maegor, donde Cersei y Lyanna se encontraban en sus respectivas habitaciones. Sintió una sensación extraña en el estómago, haciendo que se pregunte... ¿A quién veré primero?

Después de ordenar que les dieran habitaciones a sus acompañantes se encontró dirigiéndose hacia la habitación de la reina. Con un suspiro resignado entro en la habitación de su hermana. Había llegado al mundo con ella, algo siempre haría que Jaime Lannister regresara con su hermana. Jamás pensó que Cersei le rechazaría.



Lyanna cantaba para sus hijos, en otro día mas de semi enclaustramiento. Llevaba puesta una camisa de su esposo, los pantalones de Jon Snow e iba descalza. Bailaba por la habitación, haciendo todo un espectáculo para sus hijos que aplaudían entre risas y gorgoteos.

Estaba tan metida en el espectáculo que no escucho la puerta de su habitación abrirse. Y no vio al hombre que la observaba con ojos brillantes hasta que termino de bailar y cantar. Su esposo estaba diferente. Su cabello estaba opaco por la suciedad y la falta de cuidado, llevaba la barba crecida y la ropa harapienta. Y su mano derecha, su mano de la espada, desapareció dejando solo un muñón sucio atado a su cuerpo. Lyanna recordó uno de sus sueños, en el que vio como le cortaban la mano a un hombre. Nunca pensó que aquel... vagabundo, como había pensado, era su esposo.

Sin embargo, sus ojos no habían cambiado. Seguían siendo de ese verde esmeralda que tanto le gustaban. Lyanna no pudo evitar cubrirse el rostro con las manos y no se dio cuenta de las lágrimas que se deslizaban por su rostro hasta que él se acerco y tomo una de sus manos.

-        Déjame ver tus ojos, no los he visto en mucho tiempo – susurro Jaime mientras Lyanna bajaba sus manos.

Luego de clavar la vista en el otro, ambos con los ojos brillantes, Lyanna se lanzo a los brazos de su esposo, quien, al estar tan débil, cayo de rodillas. Ella con una risa nerviosa acaricio el rostro de Jaime, reconociéndolo. Toco cada vieja y nueva cicatriz de su rostro, pasando por el cuello, por el abdomen, por los brazos. Por su mano izquierda y su muñón.

Ambos se encontraban perdidos en el otro, pero fueron interrumpidos demasiado pronto.

-        ¿Mami? – la voz de los mellizos al unisonó hicieron que Lyanna se limpiara las lagrimas y mirara fijamente a su esposo.



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