Capítulo X

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No sabía exactamente como, pero Lyanna se encontraba a las orillas del Tridente. Recordó salir de la tienda de Ned y dirigirse a su tienda, pero de un momento a otro estaba en su yegua cabalgando a través del campamento. Desarmada y sin provisiones se dio cuenta que no podría huir a buscar a Jon.

Respiro profundo sintiendo la suave brisa de la noche. Triste, se dio cuenta que el hecho que pudiera estar en el exterior, de noche, sin estar envuelta en varias capas, significaba que ya estaba en el sur. Al menos, mucho más al sur de lo que había estado desde que había dejado Dorne.

Inevitablemente, pensó en lo que Jon diría de su situación. A él le agradaba Tyrion, pero desconfiaba totalmente de la reina y su hermano, al igual que todos los Stark. Lyanna estaba de acuerdo con él, pero después del tiempo que paso conociendo a Jaime, se dio cuenta que debajo de esa fachada orgullosa y altiva, que combinaba tan bien con su hermana, estaba un hombre amable y honorable.

Según Lyanna, Jaime Lannister era hermoso, un caballero de cuento. Alto, de cabellera dorada y ojos como esmeraldas. Un hombre con un pasado oscuro pero que había, de manera inexplicable, confiado en ella. Ella esperaba poder confiar en él.

Pensó en cuanta suerte tenía. A pesar de sus charlas llenas de esperanzas con Jon, ella sabía que el rey jamás perdonaría que ella, hija de uno de los hombres que ayudo mantener cautiva a su amor, llevara el nombre de Lyanna Stark, por lo que esperaba que la comprometiera con algún Frey o algún otro hombre que tenía fama de cruel.

Se puso de pie y comenzó a estirarse, sintiendo por primera vez desde que partieron, la necesidad de entrenar. Encontró una rama de un árbol y comenzó a moverse con ella, como si bailara. Recordó al príncipe Oberyn golpeándola con palos cuando no seguía el ritmo o cuando no sostenía su espada o lanza bien.

Varios guardias le comentaron que su reciente prometida había huido. Jaime Lannister sintió algo de temor, no por la furia de su padre o de su hermana, sino por la seguridad de Lyanna. Se dio cuenta que, a pesar de la furia y frustración que sintió cuando hablo con Robert cuando le dijo de su compromiso, sintió algo cálido en su estómago cuando dijo que su prometida era Lyanna.

Nunca se sintió así. Amaba a su hermana Cersei con todo su ser, ellos eran uno, como ella decía, una sola persona dividida en dos. Su relación con ella nació a partir de la pasión y el deseo, haciendo que él renunciara a sus títulos y demás solo para poder estar cerca de ella. Aun se sentía así cada vez que miraba a su hermana, pero con Lyanna... todo era diferente.

Las sonrisas de la joven Dayne eran capaces de iluminar su día, su inteligencia y su risa podían darle calor en el frio norte. Era hermosa, Jaime lo había notado desde el principio, pero era ella la que lo cautivaba. Su capacidad con la espada, como se veía cabalgando, como se preocupaba por su familia. Y por un momento imagino como sería tener hijos que pudiera llamar eso, hijos. Los educaría, los reprendería y podría amarlos libremente, no como a los hijos que tenía con su hermana.

Con una sonrisa ilusionada en sus labios comenzó a pensar. Si conocía a Lyanna, y estaba orgulloso de saber que así era, ella no huiría. Iría a un lugar donde pudiera respirar y pensar un poco. Tal vez llorar por el bastardo.

Tomo su caballo y cabalgo hacia el rio. Subiría de ahí. Bien sabía que las orillas del rio eran pacíficas y silenciosas y que Lyanna estaría por ahí. La encontró... ¿bailando? Con una rama. Se movía con gracia, la rama se mantenía a altura de su pecho y sus pies en punta. Movía sus piernas con agilidad, dando vueltas como si siguiera un ritmo marcado. Hipnotizado, desmonto y se acercó en silencio, sentándose en un tronco cercano disfrutando el espectáculo que su prometida daba.

Lyanna había escuchado a alguien acercarse a caballo y solo necesito un vistazo para reconocer a Jaime, así que siguió bailando con los ojos cerrados. Con una sonrisa dejo caer la rama.

— ¿Disfrutando? —preguntó con un tono divertido mientras abría los ojos, dándose la vuelta —. Es de mala educación espiar a una Lady mientras esta baila.

Jaime Lannister comenzó a reír y se acercó a ella.

— Supongo que por eso huyo de mí, mi Lady —guiño el ojo el caballero, pero Lyanna reconoció su nerviosismo.

— Necesitaba pensar y meditar Ser —respondió siguiéndole el juego —. Ya sabe lo que supone un compromiso para una mujer.

—¿Y qué piensa mi Lady de su compromiso?

— Que tuve suerte.

La mirada de Jaime se puso seria, pensando en Bran.

— ¿Suerte? —preguntó con algo de furia en su voz —. El rey solo quería castigarte.

— Eres un buen hombre Jaime Lannister —la voz de Lyanna también era seria —. Es hora de que tú también te lo creas. Eres mejor de lo que le haces saber al mundo.

— No sabes todo lo que he hecho —respondió el caballero con pesar —. Si lo supieras no creerías que soy un buen hombre.

— Tienes razón, no lo sé —concedió Lyanna —. Y no te pido que me lo digas si no quieres, pero de verdad creo que puedes ser mucho mejor. Nadie es la misma persona que fue ayer y que será mañana.

— Yo... — comenzó Jaime, pero se quedó callado al ver como ella se acercaba a la orilla del rio para ver el reflejo de la luna en el agua.

— Estaremos bien —susurro Lyanna —. Solo te ruego paciencia. Prometo tratar de amarte y respetarte y demás juramentos que una hace al casarse, pero tú sabes lo que siento por Jon. El amor no desaparece tan fácil.

Jaime quiso decirle que lo entendía, que él mismo estaba locamente enamorado de alguien, y lo hubiera hecho, si ese alguien no fuera su hermana.

— Estaremos bien —repitió el caballero mientras le ponía su capa a la chica, ofreciéndole su brazo.

— ¡Que galante! —dijo Lyanna con burla en su voz mientras tomaba su brazo.

Jaime Lannister supuso que podría acostumbrarse a eso. Ahora solo faltaba protegerla de su hermana. 

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