Capítulo 113 parte E

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Pasaba más de las 5 de la tarde. El sol estaba en su ocaso. El campo lucía esplendoroso a esa hora; y el paisaje, por más, era imposible no admirarse.

En eso, el estruendo cercano de una detonación irrumpió en el lugar alborotando a los pajarillos que adormitaban entre los árboles y al caballo de la carreta que en ese preciso momento pasaba por ahí.

— ¡Ooo! ¡Ooo! ¡Keme, tranquilo, campeón!

Segundos se tomaron para calmar al alebrestado animal.

Después, el conductor de aquella unidad prosiguió a revisar el lugar, empezando por el inmenso, llano y verde campo; luego, sus ojos grises se detuvieron sobre las vías del tren que atravesaban el valle; y al final, se giró hacia el bosque perdiendo su mirada sobre la larga e incontable hilera de árboles.

Con seguridad, el vaquero descendió de la carreta y se acercó a su noble corcel.

— Tranquilo, bonito — él dijo conforme acariciaba el lomo, pero no dejando de mirar hacia donde su parecer había provenido el disparo.

Por si las dudas, el hombre se regresó a su vehículo; y de debajo de su asiento, sacó una pistola de alto calibre.

Con ella en mano, Cisco volvió a revisar a su alrededor.

De pronto, sus ojos se toparon con las huellas de las llantas de un auto marcadas en el pasto.

Como precaución, el conocedor desamarró al animal para ir a atarlo a un pequeño árbol que estaba cerca.

Seguidamente, un valiente Cisco se metió entre los árboles, observando desde ahí otra planicie. Sin embargo, su sorpresa sería grande al ver, que a unos pocos metros de distancia, un joven —con su mano en el costado— corría torpemente en busca de la protección de los árboles.

En el momento en que Cisco estaba por salir a su encuentro, otro disparo se escuchó; y el joven aquel, nuevamente herido, cayó de bruces al suelo, y su cuerpo rodó sobre una leve colina.

Sin hesitación, el vaquero se apresuró a ir a su auxilio.

De repente, el moreno se escondía detrás de un árbol al oír la voz de un hombre que gritaba:

— ¡Aquí está!

Obviamente, Cisco buscó a quién llamaba aquél, apareciendo otro hombre armado y preguntando:

— ¿Está muerto?

— Creo que sí — dijo Blue, — porque no se mueve —; y toscamente pateó el cuerpo.

— De todos modos, por si las dudas...

El albino apuntó hacia Terry para darle el tiro de gracia, empero...

— ¡BAJEN LAS ARMAS! — ordenó detrás de ellos: Cisco y con pistola en mano.

Aquellos, al verse descubiertos, se giraron rápidamente y abrieron fuego contra el entrometido mientras intentaban huir, pudiendo el moreno escuchar muy de cerca el zumbido de las balas y logrando protegerse bien con lo ancho del tronco.

Ahí, Cisco esperó un momento; luego y rápidamente, salió respondiendo a la agresión.

Dos disparos más tronaron; el fuego cesó y dos cuerpos cayeron a tierra.

Sin dejar de apuntar, Cisco abandonó su escondite para acercarse primero a sus agresores y mover sus cuerpos con la punta de su bota, no obteniendo reacción de ninguno.

Segundo siguiente, el moreno se inclinó para tomar las pistolas. Después, fue hacia donde estaba el chico, pero nunca dejando de echar un último vistazo al área.

Cerciorado de no haber más peligro, el vaquero arrojó las armas a lo lejos, guardó la suya entre su cinturón y bajó por la colina para llegar prontamente hasta el infeliz aquel, que al quejarse, se agacharon hacia él para voltearlo lentamente; más, al reconocerse, casi se van de espaldas al ver de quien se trataba.

— ¡Maldición, es el chico del bar!

De inmediato, el hombre le tomó el pulso, sintiendo un extraño dolor en el corazón por el lamentable estado del joven al que se le preguntaba:

— ¿Puedes oírme?

No habiendo respuesta obtenida, Cisco quitó la mano que se tenía aferrada al estómago, y resopló indignado al verse: dos profundas heridas, y el rostro sumamente golpeado.

Impulsivamente, el vaquero levantó al joven para echárselo al hombro, sacarlo de ahí y darle atención inmediata.

Con pasos agigantados se llegó hasta la carreta donde el cuerpo se depositó en la parte trasera entre unos bultos y se cubrió con una manta.

Posteriormente, Cisco corrió hacia el caballo para desatarlo y amarrarlo a la unidad; después, se montó ágilmente en el transporte, se sujetaron las riendas y se retomó velozmente el camino, justo en el preciso momento en que el tren hacía su paso mientras que la noche comenzaba a cubrir el cielo de Indiana.

AMOR PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora