Capítulo 126 parte H

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Los dos vaqueros que hacían guardia al cuidado de Neil, en cuanto vieron la presencia de Cisco se levantaron de sus lugares y saludaron:

— Buenos noches, patrón.

— Qué tal, muchachos. Y bien, ¿dónde está?

— Está allá abajo.

— Sáquenlo — les ordenó.

De inmediato, los empleados obedecieron mientras que Cisco jalaba una silla.

Y en lo que uno levantaba la tapa que conducía al sótano, el otro bajaba una escalera para que Neil saliera.

Éste, yaciendo sentado en un rincón, al momento de oír que la puerta se abría, se levantó para acercarse.

— Sube — fue la dura orden del vaquero.

Neil comenzó a ascender, pero al llevar medio cuerpo arriba, sus piernas le temblaron al ver al español el cual ya le dedicaba una mirada de pocos amigos, pero el mismo hombre que le había hablado al ver que aquel retrocedía en sus pasos:

— ¿Adónde crees que vas, mariquita? — le preguntó irónicamente calificativo sosteniéndolo por el antebrazo y sacándolo a la fuerza para llevarlo a empellones hasta el español que ya estaba sentado de detrás de la mesa.

— Creíste que sería fácil burlarte de mí, ¿no es así? — sonrió sardónico el moreno. — Bueno, ya viste que no, porque todavía no ha nacido quien lo haga y en caso de que sí, tampoco ha vivido para contarlo — le aseveró. — Fuiste muy estúpido en querer huir, Neil... o por lo menos debiste haber sido un poquito más inteligente — se burló.

De una simple mirada, Cisco ordenó a sus trabajadores sentarlo en frente de él.

Neil, bruscamente, quiso deshacerse del agarre; no obstante, el vaquero lo sujetó con fuerza y con brutalidad lo sentó en la silla.

Francisco, al ver el acto del joven, movió la cabeza hacia los lados y lo miró fijamente.

— No te queda que te hagas el digno, Neil, y más vale que cooperes conmigo por tu propia voluntad y no me hagas emplear la mía porque no te gustará.

— ¡¿Qué es lo que quieres de mí?!

— Estás en deuda conmigo, ¿lo olvidas? Y quiero que me pagues. Aunque yo había hablado con tu tío de una manera más sutil en cómo debías hacerlo, pero ante tu torpeza ahora será de otro modo.

— ¡No puedes tomarte justicia con tu propia mano! — alegó tontamente.

— ¿Y tú cómo sí pudiste hacer atentar contra mi hermano?

— En ese caso, que sea él quien tome represalias no tú.

Ante eso, Cisco dejó caer con fuerza su puño sobre la mesa y Neil pegó un brinco sobre su asiento recibiendo también la mirada dura del español que le observaba:

— ¡Eres astuto con tus respuestas, mocoso! Más te recuerdo que tú pusiste las reglas de este juego en el momento que involucraste gente para conseguir eliminar a Terrence; así que, déjate de escupir palabras porque como hermano mayor que soy de él, tengo todos los derechos para hacer contigo lo que yo quiera hasta matarte en este mismo momento — dijo amenazante, — y como al parecer no quedaste muy convencido de que en verdad puedo hacerlo y has pretendido verme la cara de tu payaso, entonces no me dejas otro camino que demostrártelo una vez más para que aprendas muy bien la lección.

Cisco sacó su arma y la puso sobre la mesa; y al ver el azoro del trigueño Leagan, pujó irónico y levantó una ceja.

— No te asustes — volvió a burlarse, — y para que veas que me caes bien para cuñado — le guiñó un ojo, — te voy a dar una segunda oportunidad.

De su chaqueta, Cisco sacó un documento y se lo acercó para que le prestara atención:

— Si lees el contenido de este papel, sabrás del modo en cómo me pagarás tu deuda, y lo firmarás donde dice ¡por voluntad propia! En ello, te comprometerás a pagar con trabajos forzados en una mina por los próximos 10 años de tu vida. Será como estar en la cárcel, pero gozarás de un sueldo, vivienda y alimento y con ciertas libertades como si fueras un empleado más. Pero si no aceptas, no pienses que te entregaré a la policía; soy muy buen cazador, y la gente que me rodea tampoco son inexpertos, ya tú mismo lo comprobaste. Así que, tú decides. Firmas o si gustas, estás en tu derecho y puedes irte en este momento, pero afuera y junto con estos dos, ya hay un grupo de hombres que están más que listos para empezar ahora "mi juego" y les he ofrecido una gran recompensa a quien te mate y te aseguro que ninguno le hará el feo.

— ¡Mi familia puede preguntar por mí! — dijo el trigueño con altanería.

— Es cierto, pero nadie sabe que te tengo yo, porque tus escoltas ni cuenta se dieron cuando desapareciste — se mofó; — aunque tal vez Albert tenga la ligera sospecha, pero no habrá modo de comprobármelo y no creo que le importe tanto acabar con una liendre como tú, que ni oficio ni beneficio le trae a su familia.

Neil, pensando ser más astuto, de un rápido movimiento tomó la pistola que estaba sobre la mesa y se levantó apuntando al español.

Éste sólo hizo su silla hacia atrás tomándolo desprevenido.

— ¡Te juro que yo sí no pensaré dos veces para acabar contigo! — amenazó el chico.

Cisco levantó las manos y los vaqueros que ya desenfundaban sus armas también, pero el español les hizo la señal de que no lo hicieran.

— A eso llamo yo rapidez, Neil, pero...

El moreno bajó las manos para comenzar a burlarse con descaro:

— Vamos, dispara, veamos cuántas agallas tienes — lo instó a actuar conforme se acercaba a él, mientras que Leagan se hacía hacia atrás...

— ¡Si das un paso más, disparo! — le advirtió.

— No me creas tan estúpido, niño.

Cisco estiró la mano para quitar el arma que el chico ya accionaba jalando el gatillo una y otra vez, viéndose a éste saltar porque no había balas; y estaba tan enfocando en el arma que no vio llegar el derechazo que Cisco le acomodó seguido de un:

— ¡Imbécil!

Leagan voló cayendo inconsciente sobre unas pacas de pasto seco. En eso, el español ordenaba:

— Despiértenlo.

Los hombres no dudaron en hacerlo ya que al ver a su jefe encañonado no les agradó nadita; entonces, uno lo tomó de las manos y el otro de los pies y fueron a arrojarlo en una pileta con agua casi congelada, y en cuestión de segundos el chico despertó.

Las burlas de los hombres que estaban afuera no se esperaron al ver como el joven pataleaba sintiéndose ahogar en unos centímetros cúbicos de agua helada.

Los mismos hombres que le arrojaron, le ayudaron a salir del estanque; y Neil, titiritando de frío, fue llevado nuevamente al interior del granero.

Adentro, Cisco, estaba apoyado sobre la mesa y miraba seriamente su propia arma con la que había sido amenazado; y en cuanto el joven fue sentado en frente de él:

— Por la amistad que existía entre tu tío y mi hermano, quise brindarte la oportunidad de que enmendaras tu camino, Neil, teniendo la esperanza de que ayudándote te convertirías en un hombre de bien, pero en el momento que accionaste esta arma — señaló la pistola, — me quedó más que claro, que ya eres un caso perdido, así que, como lo que yo prometí fue buscar venganza.

Cisco estiró su brazo apuntando justo a la cabeza del joven Leagan.

— Ahora es mi turno de disparar.

Y poniendo la pistola de lado, accionó el arma y ésta vez, sí se escuchó el estruendoso disparo.

AMOR PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora