Capítulo 116 parte C

107 17 0
                                    

Horas más tarde, el sol brillaba en Chicago; y Candy, habiendo ido a la Clínica Feliz para visitar al Dr. Martí, estaba apoyada sobre el marco de una ventana y miraba el cielo que la tenía hipnotizada.

De vez en cuando, la pecosa dejaba escapar un suspiro; y en cada uno, cerraba los ojos y recordaba a otros; consiguiendo con su cavilación, que el simpático hombre se le acercara, y para sacarla de su trance le tocó suavemente el hombro, además de nombrarla:

— ¿Candy?

— ¿Sí? — la nombra respondió.

Y debido a la atención prestada, se animaron a preguntarle:

— ¿Qué haces, muchacha? Tengo rato llamándote y no me contestas. En quién piensas, ¿eh?

Pícaro, el hombre no pudo haber sonado, logrando con ello que la rubia sonriera soñadora y se exclamara:

— ¡Muy interesante! —, y se sacara conclusión: — ¿Es en ese joven actor que me contaste?

La chica suspiró nuevamente; y sería honesta en su respuesta:

— No. En él no, sino... en alguien más.

Al darse cuenta de su franqueza, ella apenada agachó la cabeza, y grandemente cuando:

— ¡¿Cómo?! ¡¿Otra persona?! — el galeno no hubo disimulado sorpresa. — ¡Caramba, Candy! Déjame ver si lo recuerdo bien —, el doctor fingió hacer memoria y se rascó la cabeza cómicamente diciendo: — porque si no es del que decías estar perdidamente enamorada, no creo que estés hablando del joven Legan, ¿verdad?

Con la broma hecha, sacaron a la joven de su ensoñación y retaba:

— ¡Doctor, ¿cómo puede pensar eso?!

En cambio, el rostro de Candy se cubrió de un suave rubor; y aún así se animaba a cuestionar al simpático ser:

— ¿Se acuerda de aquel hombre que le trajo los medicamentos?

— ¡Vaya! ¿con que de él se trata? Pues claro que lo recuerdo. ¿Por qué la pregunta?

La rubia después de suspirar, contestaba:

— Por simple curiosidad.

Por la manera tan nerviosa de morderse la uña de un dedo, el galeno diría;

— No creo que sea "simple curiosidad". Anda, vamos, pregúntame — la instó. — ¿Qué, acaso te gustó?

— ¡¿Cómo se le ocurre?! — hubo dicho ella con indignación mientras abandonaba la ventana para ir a sentarse junto al regordete hombre, que ya estaba en el pequeño comedor.

— ¿Por qué, Candy? Yo no le veo nada de raro. Es un hombre joven, muy bien parecido, trabajador y excelente persona. No le veo ningún defecto.

— Puede ser que no, pero... tiene un carácter muy feo.

La rubia se quejó colocando un codo en la mesa y apoyando la barbilla en su mano mientras fruncía la nariz.

— Bueno, eso es lo de menos. A los hombres nos cambia el carácter cuando encontramos a una mujer bonita — el galeno contestó sonriendo de las reacciones de la pecosa que inquiría:

— ¿Sabe, Doctor Martí?

Éste hizo un "no" con la cabeza.

— Ayer me topé con él. Iba saliendo del consorcio Andrew. ¡Muy bien vestido, por cierto!

— ¿Si?

— Sí, me estrellé contra él y me arrojó al suelo.

Candy había dicho poniendo un mohín divertido que causó las risas del hombre, el cual dejaría su mofa, al ver de pronto la seriedad en el rostro de la rubia.

— ¿Qué pasa, Candy?

— No sé —, de nuevo ella suspiró; — no niego que es muy atractivo. Pero... — la enfermera se quedó callada.

— Pero, ¿qué? ¿No te gustaría enamorarte otra vez?

La chica no respondió y prefirió seguir con su cuestionamiento:

— ¿De dónde es? y ¿cómo le conoció?

— Bueno, yo le conocí hace como dos años en una situación muy lamentable. Vivía en Michigan junto con sus padres: originarios de México; y trabajaban en el puerto de Benton. Un día estuve de visita allá y fue ese mismo día, donde conocí a Cisco.

— ¿Por qué le dice Cisco? — interrumpió interesada.

— Es su diminutivo de Francisco. Su mamá era ya una señora mayor y estaba muy enferma. Cuando me topé con él, precisamente él había salido en busca del doctor del pueblo, pero éste había ido a atender otra emergencia. Yo, al verlo tan angustiado, me ofrecí a ayudarle, pero lamentablemente ya no se pudo hacer mucho por la señora y murió de neumonía.

— ¡Qué pena! — sonó una conmovida pecosa.

— Sí, sufrió mucho con su pérdida; adoraba a su madre, y ahora sólo le vive su padre. Luego, regresé a Chicago, pero antes de, me dijo que me visitaría; y desde que lo dijera, no ha dejado de hacerlo. Alrededor de un año, me confirmó que se mudarían a Indiana, y desde entonces, nos apoya con algunos medicamentos. Es un joven con muchas cualidades y de muy buenos sentimientos... ¡Un buen conocedor!

La rubia se quedó mayormente pensativa al conocer un poco del extraño personaje y haciéndole crecer la curiosidad de saber más, pero sería en otro momento, porque precisamente en ese instante, Albert pasaba por ella.

AMOR PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora