El Amor Perdido de Richard parte D

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Llegamos esa noche a la ciudad, como no avisamos de nuestra llegada, en el puerto, solicité un auto de servicio y nos llevaron a casa.

Todo era silencio, el único ruido era el canto de los grillos en el enorme jardín.

Descendí del auto y ayudé a bajar a mi mujer.

Estaba por tocar la campanilla cuando las luces de la enorme mansión se encendieron y puso en alerta a todos.

El mayordomo abrió la puerta, nos saludó mientras entrábamos, encargándose del equipaje y el auto.

Posteriormente, el Capitán apareció verdaderamente feliz al vernos llegar. Y con tal algarabía ordenó la cena.

Mi esposa se había negado porque llevaba varios días no asintiendo nada en el estómago y en el barco fue peor; lo cual yo me preocupé demasiado al verla tan pálida y en tal estado, pero no me dijo nada pidiéndome que en cuanto estuviéramos en casa me lo explicaría, ya que quería que su padre estuviera presente. Yo no me negué y así lo hicimos.

Por supuesto, el Capitán se preocupó al ver la cara de María Dolores y se alarmó llamando a la nana de mi esposa.

— Luis, llama a la Nana Paca, dile que es urgente... ¡que venga!

— No pasa nada, Papá. Es sólo que...

— ¡¿Nada?! Has estado así desde que estábamos en aquel lugar y no me has querido decir que porque tu padre. Ya estamos aquí y nos preocupa tu situación.

Le dije yo llevándola al sofá más cercano de la sala, mientras que ella me acariciaba la cara y me sonreía amorosamente, pero antes de que me respondiera apareció la Nana Paca, una mujer de baja estatura, regordeta, de descendencia mexicana y esposa de Luis el mayordomo y que en cuanto la vio, corrió a lado de mi mujer y la llenó de besos en lo que le decía:

— ¡Mi niña! ¡Qué alegría tan grande!

— Nana linda, ¿cómo estás?

— Muy bien, hija. Pero tú estás... ¿cómo te trata este bello hombre?

La mujer no terminó su frase, y cuando se dirigió a mí, tan sonriente y coqueta, me guiñó un ojo.

En ese momento no comprendí nada. Era como si las dos mujeres hablaran en claves.

Tanto el Capitán y yo, nos volteamos a ver y nos encogimos ambos de hombros al mismo tiempo.

La nana tomó a María Dolores y le ayudó a levantarse para llevarla a nuestra habitación.

Yo iba a seguirlas, pero Paca me lo impidió. Le obedecí, y me quedé un buen rato con el Capitán el cual ya me ofrecía una copa de vino.

Me estaba acomodando en el sillón cuando oí que la empleada me llamaba.

— ¿Señor Richard? La niña quiere verlo. Yo subo enseguida, voy a la cocina por un remedio.

— ¡¿Remedio?! — preguntó el Capitán alterado, lo que me puso en alerta y me levanté de golpe.

Pero la nana, con la misma calma, se acercó al Capitán y tocándole el brazo le dijo que no era para preocuparse.

Yo dejé la copa en la mesa de centro, y me dirigí hacia las largas escaleras; y en grandes zancadas las subí para llegar hasta mi nueva habitación.

Toqué quedamente la puerta y adentro escuché cuando mi esposa me daba su permiso para entrar.

Cuando abrí la puerta, ella estaba acostaba sobre la enorme cama blanca, ya usaba una bata de seda, y haciendo un movimiento de su mano, me hizo acercarme a su lado.

Me estaba acomodando en un sillón; no obstante, me indicó que me sentara a un lado de ella sobre la cama.

Su actitud me estaba poniendo nervioso, pero respiré profundo y dejé que hablara. Se acercó a mi oído y me dijo algo que hizo que abriera expresivamente mis ojos.

No parpadeaba, sólo le miraba el brillo en sus ojos y la amplia sonrisa que tenía. Recuerdo que sólo llegué a titubear.

— ¿S...si?

— Sí.

— No.

Ella se sonrió ante mi incrédula reacción.

— ¿Tan pronto? — volví a preguntar estúpidamente.

— Ajá —, me dijo juguetonamente mientras acariciaba mi cabello.

Escuchada su confirmación, perdí mi porte y mi aristocrática educación inculcada porque dejé caer mis hombros haciendo curvar mi espalda.

Fue un shock para mí recibir tal noticia de mi esposa; la mujer amada me estaba dando la más maravillosa de las noticias. Me puse de pie y pregunté:

— ¡¿Padre?!

— ¡Sí, Richard, padre!

Lo último que recuerdo fue, que comencé a reír nerviosamente y la abracé con todas mis fuerzas.

De pronto, la tomé entre mis brazos y la alcé de la cama para hacerla girar, pero ella me detuvo gritándome y recordándome lo de las nauseas.

— Perdón, perdón, es que...

— No te preocupes, cariño, entiendo tu emoción. Sólo imagínate la reacción de Papá al decirle que será abuelo.

— Es verdad, también mi padre se pondrá feliz.

Los dos estábamos muy contentos.

Devolví a mi esposa a su lugar y la llené de besos. Agradecí inmensamente por la buena noticia, pero de repente, me llené de un mutismo que hizo preocupar a María Dolores.

— ¿Qué pasa, Richard? Te has quedado de pronto muy serio. ¿No estás feliz con la noticia?

Me hice de sus manos y las besé repetidamente, sin embargo... algo no andaba bien dentro de mí, así que, traté de sonar lo más convincente posible para no preocuparle con mis tontas ideas. Luego, volví a poner la mejor de las sonrisas para ella y sonando lo suficientemente seguro:

— Claro que estoy feliz, preciosa, imagínate un hijo tuyo y mío. Será bello, porque se parecerá a ti.

— ¿Tú lo crees? Yo digo que no. Se parecerá a ti.

— Bueno, eso ya lo veremos. ¿Quieres que le hable a tu padre? Se quedó en la sala un tanto preocupado.

— Lo sé, pobre papá. Quería compartir la noticia con los dos al mismo tiempo, pero la nana me dijo que tú eres el padre y que debías saberlo primero. Sí, amor, llámale por favor, para que se alegre también con la noticia.

Me acerqué nuevamente a ella para decir:

— Gracias, preciosa. Gracias por la hermosa noticia.

Además, puse un beso en su frente para salir y hablarle a mi padre político.

AMOR PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora