El Amor Perdido de Richard parte C

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Por un momento sufrí al no ver expresión alguna en su rostro. Cerré mis ojos, porque en verdad, no me sentía preparado para aceptar una negativa, ya que algo en mi interior, me decía que también ella sentía algo por mí.

Los segundos que permaneció callada me parecieron horas, hasta que finalmente respondió un:

— ¡Sí!

Cuando la escuché pronunciar aquella simple palabra, abrí mis ojos tan grandes como pude. Y nuevamente la escuché hablar:

— Sí, Richard, quiero ser tu esposa y compañera.

Al terminar de decir eso, me lancé sobre ella para besarle sus labios y sellar con ello nuestro pacto de amor.

Me sentí enormemente feliz al saber que la mujer más bella, en aquel entonces, me aceptara.

Finalizado nuestro beso, ella me miraba con lágrimas en los ojos. Yo me alarmé por un momento y me disculpé por mi osadía. Pero ella, colocando su mano sobre mi mejilla me confortó diciéndome:

— Te tardaste mucho en pedirme ser tu esposa. Yo también desde que te vi, no pude dejar de pensar en ti. Te amo, Richard, y quiero gritarlo al mundo entero. Te amo, con todas las fuerzas con que una mujer puede amar a un hombre.

Disfrutamos el resto del paseo de aquel maravilloso lugar, y al día siguiente partimos de regreso a la ciudad para compartir las buenas nuevas.

El Capitán se mostró verdaderamente contento con la decisión tomada y nos felicitó a ambos.

Yo escribí a mi padre anunciándole de mi compromiso con la hija de su mejor amigo, y como lo pensé, no tuvo objeción alguna.

El Duque viajó a España para celebrar el compromiso, fijando nuestra boda a los tres meses de nuestro noviazgo, sorprendiéndoles a todos la prontitud de la unión, pero nos veíamos tan enamorados que ninguno de nuestros padres se opuso ante tal decisión.

Los siguientes tres meses fueron eternos; mis estudios seguían ocupando gran parte de mi tiempo, pero en cuanto había una oportunidad salía volando a la casa de mi prometida.

Amaba a esa mujer con tal fuerza, que moriría de sólo pensar mi vida sin ella.

Haciendo otro descanso aquí, el duque respiró profundamente y miró al suelo, apenado de confesar sus sentimientos por aquella mujer enfrente de Eleanor a la que también seguía amando y que sostenía la mano de su hijo que estaba a su lado; no obstante, debía proseguir.

Ella me amaba de igual modo, porque siempre tenía un detalle simple para conmigo, ya sea desde unos pañuelos bordados por ella misma o colocaba un clavel rojo sobre la solapa de mi traje cada vez que nos veíamos.

En cambio, yo le compraba regalos caros: alhajas con todo tipo de piedras; hasta que un día me dijo que a ella no le importaban las cosas materiales, que con tenerme a su lado era feliz. Así que, cambié las alhajas por inmensos ramos de claveles, sus favoritos; cada día le hacía llegar uno en diferente color.

Arribado el día de nuestra boda, yo me encontraba en un inmenso mar de nervios, pero tanto el Capitán como mi padre, me hacían todo tipo de bromas, según ellos para relajarme, cuando en verdad, sus malos chistes me hacían sentir peor.

Yo ya estaba en el interior de la capilla de la Catedral de Palacio Real, porque nuestra madrina sería precisamente la Reina Regente.

Para ese día, yo vestí el tradicional traje de gala en color negro con todas las insignias de los Granchester y estaba viendo la punta de mis zapatos cuando escuché las notas del órgano que anunciaban la llegada de mi novia.

Al alzar los ojos para verla, dejé de respirar por un segundo... ¡lucía más bella que la misma reina!

Caminó sola por todo el pasillo de la capilla con pausado y firme paso, y llegó hasta su padre; el Capitán se acercó a su hija antes de dar los últimos pasos al altar y luego me ofreció su mano, la cual yo recibí sonriente y orgulloso.

— Sí, esa hermosa mujer, dentro de poco tiempo sería mi esposa y solamente mía.

Ella me miraba radiante, y a pesar del velo que le cubría el rostro pude ver el brillo de sus ojos provocado por las lágrimas.

Me acerqué a ella y le deposité un leve beso en su frente y le dije que no llorara, que ese momento era para disfrutarlo plenamente.

Ella asintió con su cabeza y me guiñó un ojo, entregándonos a la ceremonia que presidió, la cual duró un poco más de lo estipulado, pero finalmente terminó y abandonamos la capilla para dirigirnos a la recepción que se llevaría a cabo en la casa de mi ahora esposa, porque fue difícil convencerla de otra cosa; si con dificultad accedió a que la ceremonia religiosa se llevara a cabo en Palacio Real, pero como le había explicado los protocolos que nosotros los nobiliarios teníamos que seguir, finalmente aceptó poniendo de condición que la fiesta se efectuaría en el jardín de su casa. Y como ella era la novia, los demás no pudimos hacer mucho.

Sin embargo, todo estuvo magnífico, desde la elegancia que puso personalmente en el arreglo del jardín, la comida que eligió, la bebida que yo sugerí, la música y hasta el enorme pastel, que las cocineras hicieron para celebrarnos.

Recibimos felicitaciones de todo el mundo; pero el Capitán cada vez que se acercaba a su hija, la abrazaba y le susurraba cosas al oído y siempre le veía una lágrima rodar por la mejilla de aquel hombre que era mi padre político.

Así llegó la hora de despedirnos; mi padre, como regalo de bodas nos ofreció un viaje a las Islas Canarias; entonces nos retiramos a la habitación preparada a celebrar nuestra primera noche de bodas.

Después, nos fuimos de viaje donde recorrimos todo el lugar, estando allá cerca de un mes; y nos tuvimos que regresar porque María Dolores, comenzó a sentirse mal. Y como yo debía continuar con mis estudios y el plazo que me habían permitido se estaba venciendo, al mes exacto de casados, volvimos a su casa y es que...

... en lo que se hacían los preparativos de la boda, yo me dediqué a buscar vivienda para nosotros donde vivir.

Pero como el padre de ella, estaba tan acostumbrado a su presencia, que nos suplicó que no lo hiciéramos; ya que en su vivienda había el espacio suficiente para vivir ahí los tres. Así que, con lo que el Capitán me habló y la cara de mi mujer, acepté la invitación. 

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