Capítulo 126 parte A

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A tempranas horas del siguiente día, los Andrew se montaban en el tren que los llevaría de regreso a Chicago.

Archie y Albert ocupaban ya sus asientos correspondientes, así como Eliza.

Ésta, al verse abandonada por su hermano, tuvo que marchar con ellos, que sólo esperaban a Candy, la cual era despedida por Terry.

— En cuanto termine las presentaciones de teatro, me reuniré contigo en el Hogar para ir a hablar con tus madres y pedirles también permiso para casarnos — dijo el actor habiéndole besado la mano mientras la rubia asentía.

En eso, el fuerte pitazo del tren se escuchó y al operador gritar:

— ¡Todos a bordo!

Terry rápidamente le dio un beso a la rubia en los labios.

Seguidamente, la ayudó a subir el primer peldaño de las escalinatas metálicas.

Sin soltar su mano, él diría en un suplicio:

— No me olvides.

— Nunca — fue la respuesta de la pecosa la cual tuvo que dejarlo ir porque el caballo de hierro ya comenzaba a moverse.

El castaño, ágilmente tomándose de las barandas, subió y escaló los breves peldaños que Candy ya había subido, y tomándola de la cintura la atrajo hacia él para besarla nuevamente, pero con mayor pasión y decirle:

— Te amo.

— Yo también — contestó sonriente la rubia por la intrepidez de su prometido.

Instantes seguidos, ella sintió el vacío cuando aquel tuvo que saltar hacia la plataforma antes de que el tren acelerara su paso; y los dos rebeldes se despidieron volviendo a decir ambos entre labios... "Te amo"

El actor se quedó ahí parado hasta que la máquina aquella que llevaba a su pecosa, se perdiera en la distancia.

Candy también aguardó hasta que la figura de Terry desapareció.

Al no distinguirlo más, ella finalmente fue a ocupar su asiento para encontrar: a Albert sumamente serio y pensativo; a Archie que en lo que leía el periódico pensaba en Annie quien a últimas horas había decidido romper su relación y quedarse en la ciudad, además, de que los padres de la morena llegarían pronto a la Gran Manzana; y a Eliza.

Ésta tenía pérdida su mirada tras el cristal de la ventana.

Y mientras Terry retomaba el camino hacia su trabajo y los Andrew empezaban su larga travesía, en la Mansión de Chicago, Neil hacía su llegada después de dos días de viaje.

Sin importarle su aspecto sucio, fue en busca de la tía abuela Elroy.

La dama, ya habiendo empezado muy temprano su día, iba en dirección hacia la cocina cuando escuchaba:

— ¡Tía abuela!

La matriarca primero saltó del susto por la manera tan tempestiva de hablarle de aquél, empero, al verlo todo desaliñado quiso saber:

— ¡Neil, ¿qué fachas son esas?!

— ¡Perdón, tía abuela, pero necesito tu ayuda! — dijo aquel lloriqueando y arrodillándose ante la mujer.

— ¿Qué te ha pasado, criatura? — cuestionó Elroy al ver la actitud tan temblorosa de su sobrino.

— ¡Me quieren matar! — expresó con exageración.

— ¡¿Cómo?!

Con aquello tan de golpe, a la pobre mujer casi le da el infarto.

— ¡Sí, pero te aseguro que yo no hice nada malo!

Y en lo que la matriarca de los Andrew le pedía a Neil levantarse e ir a sentarse a la sala para escuchar su historia, afuera de la mansión, tres hombres observaban con disimulo tras las rejas de la entrada principal de la impresionante propiedad y distinguían en el interior de ésta y a lo lejos el vehículo de Leagan.

— Ya llegó — comentó uno.

— ¿Qué hacemos ahora? — fue la pregunta de un segundo; y la respuesta a ellos la siguiente:

— Seguir vigilándolo mientras yo voy a informar a Cisco. Cualquier cosa, ya saben qué hacer.

— Sí, Juan — contestaron los dos vaqueros al mismo tiempo.

AMOR PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora