Capítulo 124 parte A

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Otro día nuevo llegó; y como si se hubiese puesto de acuerdo con aquellos dos jóvenes, esa mañana era de espléndido sol con un poco de brisa fresca, pero muy agradable.

Para empezar a disfrutarlo, a las siete exactas, la puerta del pent-house que era ocupado por los Andrew, se abría lentamente, y Candy salía de puntitas para no hacer mucho ruido.

Con sumo cuidado, ella cerró la puerta; y sus ojos brillaron al ver que, recargado a un lado del elevador ya la esperaba Terry que sonreía conforme observaba la actitud de la traviesa chica.

Candy llegó hasta él; y éste perdió su mirada en el atuendo sencillo de ella: un vestido de lino en suave color naranja, zapatos cerrados de piso en color marfil y una chaqueta que combinaba con los zapatos y que la hacía verse muy linda.

Él, como siempre, impecable, pero algo lo hacía verse diferente y la rubia lo notó.

— Te veo raro con... ¿jeans? — ella frunció el ceño, y no porque se viera mal, sino todo lo contrario.

— ¿No te gusta cómo se me ven? — preguntó el castaño el cual coqueto, se giró para modelarle.

— No, sí. Te ves muy... bien... sólo que... nunca te había visto vestido así — dijo la rubia al ver lo ¡bien! que se veía en pantalones vaqueros y su camisa de algodón blanca.

— Ah, bueno, es que, son muy cómodos ¿sabías? Mi hermano los acostumbra todo el tiempo y una vez me sugirió usarlos y... me gustaron — él hubo respondido muy sonriente en lo que la tomaba de la mano para desear: — Buenos días, Candy —, y ofrecer: — ¿Nos vamos? El auto ya nos espera abajo y será una travesía un poco larga.

— Buen día — contestó ella; y curiosa preguntaba: — ¿Adónde me llevarás?

— ¡Esa es una sorpresa! — fue la respuesta de Terry mientras le besaba la mano y le daba paso al ascensor que ya les esperaba: — ¿Sabes, Candy? Estoy sorprendido.

— ¿Por qué?

— Porque nunca pensé que te fueras a levantar tan temprano — la bromeó conforme descendían.

— ¡HEY! Siempre he sido madrugadora aunque no lo creas; y más ahora que al no tener nada que hacer, no tengo por qué estar cansada — la chica respondió con expresión un poco aburrida.

— ¿Ya no quieres estar aquí? — él, un poco desilusionado, había cuestionado.

— No es eso. Es sólo que, extraño el hospital, el hogar de Pony, los niños... Chicago — le confiaba con cierta melancolía que Terry percibió a la perfección.

— Entiendo.

Y fue todo lo que comentaron hasta que les abrieron la puerta del ascensor y salieron del mismo modo: tomados de la mano y sonrientes.

Al estar afuera del hotel, el valet parking le abrió la puerta del auto a Candy, mientras que Terry se dirigía al volante; luego, encendió el motor y emprendieron su viaje.

El rumbo que tomaron fue hacia el sur de la isla, muy retirado de los puertos.

Terry estacionó el vehículo para quedar justo en frente de una pequeña estación de yates habiendo de todo tipo: lujosos, pesqueros, grandes y pequeños.

Seguidamente, él descendió del carro para ir a abrir la puerta y ayudar a Candy quien estaba admirada por la cantidad de barcos que ahí había; y en lo que el castaño cerraba el auto, alcanzó a tomar su chaqueta y comenzaron a caminar juntos hacia el muelle.

De pronto, el actor detuvo sus pasos y disimuló buscar algo.

— ¿Qué pasa, Terry? — preguntó la rubia al notar un poco de desconcierto en el chico.

— Lo que pasa es que, no ha llegado el que nos llevará — contestó él con tono preocupante, y llevándose las manos a la altura de sus caderas.

— ¿Te parece si esperamos por unos minutos? — le preguntó a la rubia.

Ella conforme seguía recorriendo el lugar, respondía:

— Sí —; y encogiéndose de hombros aseveraba: — ¿Por qué no? Además, aprovechamos para admirar esos yates... ¡¿Ya viste ese, Terry?!

Candy apuntó hacia el frente, y señaló uno que era verdaderamente impresionante en tamaño y lujo.

Luego, a su derecha había otro no tan grande, pero que tenía la misma calidad; así que, inocentemente preguntaba:

— ¿Como cuánto costará uno de esos?

El actor, mirándola con diversión, le decía:

— Muchísimo dinero, pecosa. Algunos están valuados casi como el precio o más de una casa.

— ¡Oh! — fue expresión-respuesta de la rubia, la cual estaba en verdad maravillada de los barcos que veía.

Después, caminaron por un rato por el muelle hasta que Terry localizó una banca y le pidió a su compañera se sentara a un lado de él para seguir esperando.

— Me imagino tendrás hambre, ¿no, Candy?

— No mucha, pero sí.

— ¿Quieres que vayamos a desayunar algo? Podemos ir hacia allá — señaló el actor la dirección tratando Candy de divisar hacia donde Terry le indicaba.

Cuando ella finalmente ubicó el lugar y estaba de responder, el ruido de una pequeña embarcación hizo a ambos voltear rápidamente porque el motor sonaba escandalosamente.

La chica observó al conductor de la nave que se notaba molesto por la manera de manotear al aire.

— Terry, lo siento, es que esta chatarra comenzó a fallarme. Perdón por la tardanza, señorita — se disculpó el recién llegado.

— No hay problema, no se preocupe — dijo la rubia con una característica sonrisa.

Y mientras el actor ayudaba hacer el amarre de la embarcación, el hombre aquel saltaba hacia el muelle para saludar apropiadamente a los chicos; empezando con:

— Buenos días, Terry.

— Que tal, Ricco. Por momentos, pensé que no llegabas.

— Buenos días, señorita. Me imagino que usted es Candy, ¿correcto?

La rubia afirmó con un movimiento de cabeza, y también escuchaba la excusa:

— Se me detuvo la marcha a mitad del río y pedí auxilio a la guarda costera, sólo que estos tardaron un poco... pero ya estoy aquí y... ¡¿estamos listos para partir?! — preguntó el hombre muy animoso mirando a la rubia.

AMOR PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora