Capítulo 114 parte F

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Por la tarde, y con la mirada perdida en el horizonte, Candy yacía sentada en el pasto, y bajo la sombra de su querido padre árbol.

Al instante seguido de haber sentido una leve corriente de aire, de entre sus ropas, la enfermera sacó un pedazo de periódico.

Era del mismo ejemplar que Annie le entregara por la mañana, perdiéndose la cuenta de las veces que lo releía desde que su amiga se marchara.

Luego, la rubia se abrazó de aquel simple trozo de papel y comenzó a llorar, nombrando:

— ¡Oh, Terry! ¡Mi querido Terry! Cuánto me he engañado pensando que te había olvidado y que ya no significas nada para mí, pero ¡eso es imposible!... porque mi corazón todavía te llora debido a que te ama; y saber nada de ti, me duele más, porque no quiero imaginar que sea por mi culpa; que mi decisión te haya orillado a renunciar a todo.

Candy arrojó un suspiro al viento. En seguida, miraba hacia arriba.

— Sólo le pido al cielo que estés bien y que aparezcas pronto aunque sea para no tenerte a mi lado.

Concluido su monólogo, la pecosa guardó el papel rápidamente; así limpió sus lágrimas porque escuchó a sus espaldas los pasos de alguien que la saludaba:

— Hola, pequeña.

— ¡Albert!

Candy había sonado igual de entusiasta y dibujado una sonrisa a quien le pedía:

— ¿Puedo hacerte compañía?

— Claro. Ven, siéntate — ella le indicó a su lado.

— Hermoso paisaje.

Un par de ojos se maravillaron del atardecer al ocupar su lugar.

— Sí; a esta hora del día los colores hacen lucir más el inicio del otoño; pero dime, ¿qué haces tan lejos de las oficinas?

— ¿Acaso no puedo venir a visitar a mi "hija"? — él dijo habiendo dado un golpecito suave en la frente de la chica que decía:

— Claro que sí.

En cambio, Albert se quedó serio al cuestionar:

— Has estado llorando, ¿verdad?

— Yo...

— Vamos, Candy. En el tiempo de convivir juntos, aprendí muchas cosas de ti, además, de que tu naricita roja también te delata.

La descubierta rubia se abrazó a sus rodillas y miró hacia el suelo para oír:

— Se trata de Terry, ¿no es así?

Candy aceptó con la cabeza y lo vio con extrañeza al compartírsele:

— Hoy su padre me visitó.

— ¡¿El Duque está en América?!

— Sí; y está buscando precisamente a su hijo. De hecho, vino preguntando por ti y tal vez venga a verte.

— Pero yo... no sé nada de Terry.

— Yo sí — él confesó.

En un resumen, Albert le contaría a Candy todos los hechos ocurridos con la visita de su amigo meses atrás.

Pero en lo que el rubio hablaba y la rubia no sabía qué decir ni qué pensar, la noche rápido cubrió los cielos.

AMOR PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora