El Amor Perdido de Richard parte G

81 20 1
                                    

Me quedé un buen rato en aquella posición, que no me di cuenta que la noche ya había caído. Me levanté con la ayuda de mi fiel compañero, que seguía a mi lado sin decir una sola palabra y que yo agradecí su compañía y soporte. Caminamos a las afueras de aquel lugar y subir al auto para ir a casa.

Mi padre al ver mi estado, se impresionó muchísimo y no tuve otra opción más que contarle lo sucedido.

Él también se derrumbó sobre su sillón respirando con dificultad. Lo bueno, que en ese instante, la enfermera de turno, iba llegando. Yo me retiré a mis habitaciones y ahí, dentro, me encerré, recordando todos y cada uno de los momentos vividos con mi esposa. Mi bella María Dolores.

Me pasé enclaustrado por más de una semana, hasta que mi padre me llamó; tuve que asearme primero antes de presentarme ante él. Tal vez mi apariencia por fuera, era buena, pero por dentro estaba hecho un guiñapo.

Me anuncié y mi padre me dio acceso. Lo que venía a continuación fue en verdad muy determinante para mí.

Mi padre estaba en su sillón y se levantó para darme un sincero abrazo.

— Hijo, siento mucho tu pérdida y lo que estás sufriendo lo sufro yo junto contigo, no sólo porque era tu esposa sino también porque era la hija de mi mejor amigo, que me imagino el pobre estará sufriendo más y peor que tú. También sé que no es el momento de hablar de estas cosas pero... ¿has pensado qué vas a hacer?

— No entiendo, padre. ¿Con respecto a qué?

— Lo supuse. Richard, has perdido a tu esposa, pero ¿y tu hijo? ¿Qué has pensado hacer con él? Date cuenta que ese niño te necesita.

Por un momento no supe qué decir ante las palabras de mi padre; tenía un hijo, cierto, pero yo tenía una esposa. Me volví egoísta por ese momento, porque yo sufría por la ausencia de mi mujer, mi compañera.

Sin embargo, volvieron las palabras de mi padre a mí y recordé la felicidad de mi padre político al saberse abuelo así que, sin pensarlo dos veces le di una respuesta definitiva a mi padre.

— Nada.

— ¿Nada? ¿Nada, qué, Richard?

— No haré nada; el Capitán ha perdido a su hija y le hará mucha falta. Le dejaré al niño.

— ¿TE HAS VUELTO LOCO, RICHARD? ¡ES TU HIJO!

— Lo sé, padre, pero te aseguro que aquel hombre lo amará tanto o más que...

En ese momento no comprendí de donde salieron las fuerzas de mi padre enfermo, porque me abofeteó tan fuerte que me abrió el labio. Más, yo ya estaba decidido, no había pensado en ello, pero así sería. El niño lo tendría el Capitán.

No discutí más con mi padre, porque comenzó con otro ataque de respiración, la enfermera me pidió salir de ahí, y así lo hice. Bajé de inmediato al despacho y tomando papel y tinta comencé a redactar mi carta.

En la siguiente semana que pasó, mi padre me evitaba a toda costa; primero, porque me decía que entendía mi sufrimiento y que necesitaba mi espacio para pensar con claridad mi situación, pero cuando mencionábamos mi determinación con respecto al niño siempre salíamos discutiendo, así que, tanto él como yo, nos evitábamos.

Pasó un mes y mientras estaba en Londres en una reunión, recibí una sorpresiva visita.

— ¡Capitán!

— Hola, Richard. Espero no ser inoportuno. Nunca volviste a España.

— Capitán, yo...

Me arrojé a los brazos de aquel hombre al ver su rostro descompuesto por tan dura situación.

— Supuse que no volverías después de su muerte. Yo también sufro, Richard, y mucho. Ella era la luz de mi vida, lo era todo.

— Capitán, yo...

— Te entiendo, hijo, y déjame decirte del dolor tan grande que se siente perder a la mujer que uno ama. Pero tienes un hijo, y te necesita. No hagas eso, Richard, no lo hagas por mí, sino por ti, por ella. ¿Acaso no decías que la amabas?

— No. ¡La sigo amando, más de lo que podría ser!

— Entonces, ¿por qué quieres renunciar a él? Si lo vieras, es tan hermoso.

— ¡NO!

— ¿No quieres verlo? ¿No quieres saber a quién se parece? ¡Vamos, Richard, sé que estás sufriendo, pero el niño no es responsable de nada!

— ¡No, no es eso! Es que si... si lo veo.

— No te comprendo, Richard, pero bueno. Ya eres un hombre y no te voy a obligar a hacer algo que no quieras. Es mi nieto y yo lo recibiré con los brazos abiertos, le daré el amor de sus padres y el mío aparte.

AMOR PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora